Cuentan mis más antiguos vecinos en el barrio capitalino del Cotorro que nadie podía dormir la noche anterior, la algarabía era inmensa y parecía época de carnavales, y no precisamente por los pocos días que habían transcurrido del inicio del año, sino porque se acercaba la hora de ver aunque fuera de lejos a los barbudos de los que tanto se hablaba, como si se tratara de gente muy cercana y se les quería, se les agradecía, se les homenajeaba en todos los rincones del país.
Habían pasado solo siete días del triunfo revolucionario y ya la Ciudad de La Habana parecía otra, o al menos así se percibía en el espíritu renovador y esperanzado, comprometido de la gente, que esperaba ansiosamente en las esquinas, en los barrios, en la casas, el momento de acercarse o apenas ver pasar al líder de aquel proceso que se erigía como fuerza telúrica en una nación que hasta entonces había mancillado.
Y llegó Fidel por aquella estrecha calle y tuvo su primera parada, en las imágenes de la época se le ve emocionado, erguido, vibrante y tomó en los brazos que parecían enormes de lejos a su pequeño hijo como una imagen que parecía se reflejó de futuro, de un nuevo camino y de lo que para él representarían las nuevas generaciones, en especial los niños, quienes desde entonces estarían en el centro mismo del proceso revolucionario siendo lo más importante.
Las palmadas en el hombro, los saludos, los vítores, las consignas, las personas corriendo al paso de la Caravana parecían también anunciar la fidelidad de un pueblo hacia sus líderes. Y entonces recorrió la capital y llegó a Columbia que a partir de ese momento sería el más claro símbolo de transformación, allí dejó grabado para siempre en el corazón y en el pensamiento de este pueblo cuál sería el camino a recorrer, lleno de amenazas, obstáculos, riesgos y lucha permanente.
“Creo que es este un momento decisivo de nuestra historia: la tiranía ha sido derrocada. La alegría es inmensa. Y sin embargo, queda mucho por hacer todavía. No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil. Decir la verdad es el primer deber de todo revolucionario. Engañar al pueblo, despertarle engañosas ilusiones, siempre traería las peores consecuencias, y estimo que al pueblo hay que alertarlo contra el exceso de optimismo”, dijo Fidel, reconociendo además, que mientras el pueblo reía, mientras más extraordinario era el júbilo del pueblo, más grande “era la responsabilidad ante la historia y ante el pueblo de Cuba”.
Y fue allí donde por primera vez el líder de la Revolución nos estremeció con aquello de que “los peores enemigos que en lo adelante pueda tener la Revolución Cubana somos los propios revolucionarios”, corriendo hacia el futuro, alertando, previendo, con esa capacidad única de ver el futuro.
En aquel día memorable, en aquellas palabras, Fidel reconoció que fue el pueblo y solo el pueblo quien ganó la batalla contra la dictadura, que ha sido siempre el pueblo de Cuba quien ha batallado por su libertad por más de un siglo y por eso “nuestra más firme columna, nuestra mejor tropa, la única tropa que es capaz de ganar sola la guerra: ¡Esa tropa es el pueblo!” que es además, invencible. Por eso en lo adelante no habría tarea, desafío, obra por construir, peligro por desafiar, decisión por tomar en la que no se contara con el pueblo y él fuera el protagonista único por todos y para todos.
Señaló que todo lo que se hiciera debía ser por y para la paz, y quien contra ella atentara recibiría, sin dudas, el rechazo de todo el pueblo y que en lo adelante nunca se abandonaría a nadie, que la Revolución tendría en cuenta a todas y cada una de las personas para tener la libertad, los derechos de todos y que nunca hubiera que derramar “una sola gota más de sangre cubana” y para eso lo primero que había que tener era mucha fe en el pueblo, en sus decisiones y escucharlo, aprender de él. “Las puertas están abiertas para todos los combatientes revolucionarios que quieran luchar y que quieran hacer una tarea en beneficio del país”, destacó Fidel entre aplausos.
“Porque es realmente admirable el grado de conciencia que se ha desarrollado en el país, el civismo de este pueblo, la disciplina de este pueblo, el espíritu de este pueblo; realmente, me siento orgulloso de todo el pueblo, tengo una fe extraordinaria en el pueblo de Cuba. Vale la pena sacrificarse por nuestro pueblo”, precisó.
Y como si se tratara de los días actuales, llamó a los cubanos y cubanas a fomentar fuentes de trabajo, a resolver los problemas del país trabajando, “buscando la manera de ganarse la vida decorosamente” y volvió a alertar con vehemencia: “La guerra no se ganó en un día, ni en dos, ni en tres, y hubo que luchar duro; la Revolución tampoco se ganará en un día, ni se hará todo lo que se va a hacer en un día”, cual profeta de la vida que insistía en lo difícil qué sería el camino pero que había que recorrerlo con altruismo, lealtad y entrega absoluta.
Por más de 62 años los cubanos volvemos una y otra vez a aquel día. Jóvenes de toda Cuba se unen a los rebeldes y protagonizan la Caravana que ratificó nuestra libertad a su paso por toda Cuba y reviven las palabras de Fidel en las que necesariamente nos reencontramos siempre. En la mente de mis vecinos más antiguos en el Cotorro, resuenan como estampida aquellas últimas palabras del Barbudo mayor aquel 8 de enero cuando dijo:
“Sé, además, que nunca más en nuestras vidas volveremos a presenciar una muchedumbre semejante, excepto en otra ocasión —en que estoy seguro de que se van a volver a reunir las muchedumbres—, y es el día en que muramos, porque nosotros, cuando nos tengan que llevar a la tumba, ese día, se volverá a reunir tanta gente como hoy, porque nosotros ¡jamás defraudaremos a nuestro pueblo”.
Vuelve a ratificarse la grandeza de aquel hombre que acompañaron millones por la misma trayectoria, en aquellos días tristes de diciembre de 2016 en el camino a la eternidad, aunque esta vez muchos iban de la mano de sus nietos, a quienes hoy le cuentan sobre aquellas jornadas de enero de 1959 en los que una Caravana, la de la libertad, nos señaló el camino que nos ha traído hasta aquí.