Un domingo diferente. La Caravana de la Libertad había transitado varios kilómetros de los más de mil que la separaban de la capital cubana. Un leve sol la acompañaba durante la entrada a Camagüey y en cada calle, barrio y camino el pueblo se agolpaba para ver a los barbudos, para entender plenamente esa libertad, y vivir esa alegría que se respiraba desde el primero de enero.
Muy pocos habían dormido, eran muchas las cosas por hacer, por sentir. La multitud crecía mientras Fidel se acercaba a la ciudad de los tinajones y un mar de pueblo lo recibía en la Plaza de La Caridad, hoy de La Libertad.
Despúes acude al aeropuerto Ignacio Agramonte para dialogar con compañeros que arribaban desde La Habana a traerle información. Visita también la sede del regimiento. Pero a donde va no lo hace solo, a cada paso un pueblo le acompaña, le mira y sigue atentamente.
Le llegan solicitudes de representantes sindicales, de clubes, de religiosos…, todos querían hablar con Fidel. Pero no es hasta la noche que se organiza un encuentro más directo con el pueblo; una velada inolvidable, dirían muchos.
Y es que era tanto el camagüeyano que lo esperaba, que el Comandante en Jefe tuvo que iniciar su discurso reconociendo que: “Se siente uno intimidado cuando se tiene que parar delante de una muchedumbre tan gigantesca como la de esta noche”.
Era una masa compacta que emanaba apoyo total, y no prestaba atención a los disparos que aún se escuchaban de enemigos agazapados. Por eso, por ese calor humano, Fidel y sus compañeros comprendieron “la responsabilidad abrumadora que sobre nuestros hombros pesa”.
Así que no debía defraudarlos. Y en cada palabra del discurso que expresó ese 4 de enero precisó elementos de la Revolución que crecía. Lo primero que pidió fue que dejaran que la prensa hiciera su trabajo, porque la libertad de prensa es real. Y tener un camión lleno de periodistas cubanos y extranjeros era tremendo orgullo, porque “el periodista trabaja para el pueblo… informa al pueblo. El pueblo solo necesita que le informen los hechos, las conclusiones las saca él”, apuntó.
Luego dialoga sobre las libertades y derechos que lleva una nación como la que nacía; habla de la libertad de prensa, de reunión, de la posibilidad de elegir a sus gobernantes; libertades que, como señaló: “No podemos nunca más perderlas de nuevo”, pues “el pueblo cubano merece una vida mejor”.
Habló de los sufrimientos de esos años de lucha, y detalló los cambios que llegarían. Sin embargo, no prometió cosas, porque como afirmó: “Se hacen promesas cuando uno está demandando que le crean lo que promete, cuando se está pidiendo algo. No vamos a prometer nada, vamos a hacer, vamos a empezar a luchar en todas partes… Vamos a lanzar una ofensiva contra la corrupción, contra la inmoralidad, contra el vicio, contra el juego y contra el robo, contra el analfabetismo, contra las enfermedades, contra el hambre”.
Porque “el pueblo libre y con todo en sus manos, un pueblo que sabe hablar, que sabe reunirse, que sabe reclamar, es imposible que, si lanza una ofensiva contra todo lo que ha constituido su desgracia, no logre la victoria”.
En estas llanuras comentó sobre las características del Ejército que cuidaría al pueblo, de las relaciones de este con el presidente de la República; de cómo se manejarían los recursos del Estado y puso fin a la Huelga General, ya que el antiguo régimen había quedado liquidado y el poder revolucionario estaba plenamente vigente.
También aprovechó la oportunidad para definir patria como “un lugar donde se puede vivir… trabajar y ganar el sustento honradamente y además, ganar lo que es justo que se gane por su trabajo”.
El 5 de enero Fidel continúa su avance hacia La Habana con la convicción de que “la libertad no es todo. La libertad es la primera parte, la libertad para empezar a tener el derecho de luchar”.