“(…) nada ennoblece más al hombre que el trabajo(…). Por lo general el hombre muy trabajador y capaz de trabajar mucho, siempre contagia a los demás de ese espíritu suyo(…). Y esos hombres son los revolucionarios por excelencia, los socialistas por excelencia y los comunistas por excelencia”.
Así dijo Fidel en marzo de 1964, al clausurar el Primer Encuentro Nacional de Emulación en el actual teatro Lázaro Peña. El día antes, Reinaldo Castro había sido investido como Héroe Nacional del Trabajo, primer título de su tipo entregado en el país, y que fuera catalogado por el compañero Fidel como el galardón más alto y más difícil de asignar. ¡Cuánto camino recorrido hasta hoy!
Entonces eran Héroes Nacionales del Trabajo; ahora —desde julio de 1983— se nombran Héroes del Trabajo de la República de Cuba. Los mismos héroes. Iguales y diferentes. Si algo los identifica es su afán, nunca desmedido, por el trabajo; y su amor ilimitado a la Revolución. Pudieron ser consecuencia de un ardid genético, pero no logran estar apegados al calor agradable de la alcoba, no aceptan ser segundos de nadie y demuestran, a su manera, que son producto de una simbiosis perfecta entre las virtudes que la naturaleza les dio y la voluntad forjada en el día a día de sus inmensas vidas.
En ellos lo difícil se hace fácil, lo extraordinario se convierte en cotidiano y lo increíble en algo común. Todos, los que ya están y los que vendrán, expresan con su quehacer una única realidad: las tantas formas de ser grandes.