A menudo recuerdo a un profesor de mi época universitaria que con frecuencia nos reiteraba la idea de que las cosas no son en blanco y negro, sino que tienen matices. Y aunque el susodicho profesor terminó no siendo precisamente la persona más consecuente con aquella expresión, para todos los estudiantes de mi generación aquel bocadillo quedó casi como una frase célebre.
Y es que la necesidad de huir de los extremos en cualquier tipo de análisis, de no irse a la tremenda y verlo todo blanco o negro, sino de permitirnos distinguir los grises, los tonos intermedios de cualquier situación, resulta a veces bastante poco habitual en determinados contextos.
Ya sabemos que en Cuba muchas veces solemos desplegar un gran apasionamiento a la hora de debatir, polemizar, discutir o hasta para exponer un asunto que pudiera resultar trivial, pero cada vez es más importante que tengamos en cuenta los diferentes puntos de vista alrededor cualquier cuestión que examinemos.
Específicamente en momentos como el que vivimos, en que la sociedad cubana está inmersa en una serie de importantes transformaciones económicas y sociales, consideramos más vital esa habilidad de saber escuchar todas las opiniones y valorar todos los criterios, sin dejarnos arrastrar por la pasión y las posturas absolutas.
Una manera válida de darle espacio a esa mesura en la evaluación de los temas, es tratar siempre de apreciar cuánta razón puede tener lo que las otras personas nos dicen, ponernos en el lugar del otro, y tratar de ver con la mayor objetividad posible los pros y los contras de cualquier decisión, antes de tomarla.
Con frecuencia hallamos en nuestro camino a gente tremendista que opta por ver el vaso medio vacío, cuando tal vez podría verse medio lleno. Además esa visión negativa de algunos produce en ocasiones un choque con la valoración extremadamente positiva de otros, que no por ser de signo opuesto es tampoco más beneficiosa.
Así, por lo general, ambas posiciones extremas terminan en la adopción de conclusiones equivocadas, las cuales a la larga pueden llegar a convertirse en acciones precipitadas, mal fundamentadas o que no se corresponden con la realidad.
Por supuesto que es bastante probable también que quien huye de los extremos, de los perjudiciales blancos y negros que impiden un razonamiento certero, en algún momento puede estar expuesto a enfrentar los cuestionamientos y la incomprensión de las personas que no logran percibir esas restantes tonalidades de la vida, y hasta puede llegar a tener que padecer por ello alguna injusticia.
Pero, como norma, no dejarnos arrastrar por esa vía fácil de una apreciación monocromática de nuestro entorno resulta una garantía para no fallar en lo que decimos y hacemos, y una manera útil de contribuir al avance de soluciones más constructivas, que incluyan a todas y a todos, y que persuadan incluso progresivamente a quienes no puedan, en determinada coyuntura, apreciar todas las gradaciones de un determinado fenómeno social.
Pensemos bien, entonces, en las aristas múltiples de los diversos problemas que se nos presentan. No nos dejemos arrastrar por las primeras impresiones, casi siempre incompletas, y por tanto, muy posiblemente parcializadas. Entendamos que en materia de razones, siempre entre el blanco y el negro, habrá un espacio — imprescindible y constructivo— para útiles grises.
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