Yadiel Herrera Hernández y Vladimir Félix Milé Rodríguez son dos jóvenes estibadores que no se conocen entre sí. El primero labora en el Frigorífico de La Habana del Este, y el otro en una tienda de materiales de la construcción en Alamar, en ese mismo municipio. Sus condiciones de trabajo distan bastante de ser iguales, aunque ambos pertenecen al Sindicato Nacional de Trabajadores del Comercio, la Gastronomía y los Servicios (SNTCGS).
Con seis años de experiencia Yadiel es de los más jóvenes obreros en un centro de trabajo muy estable, donde aprende de los demás, con mucho más tiempo en esa dura faena, los secretos para manipular las cargas de forma segura. Sin que todo sea perfecto, allí les suministran cada año uniformes de trabajo, fajas, guantes, calzado apropiado y una adecuada alimentación…
Vladimir Félix, sin embargo, hace ocho años trabaja en el rastro y es el más antiguo en ese colectivo, incluida la administración. Acarrea los materiales a pulmón, con la poca protección con que puede contar; por suerte él nunca se ha enfermado. Hace meses ni siquiera tienen la garantía de un almuerzo, porque la unidad básica cesó el contrato con proveedores que no aseguraban ni el plato fuerte.
Así de contrastante puede ser la seguridad y salud de los trabajadores, incluso en un mismo sector, no obstante las alertas y exigencias del sindicato.
¿Desatención o escaseces?
“Hay muy poca atención por parte de la administración de Comercio en el avituallamiento que requieren estos trabajadores”, aseveró Iraikis López Torres, secretario general del SNTCGS en el municipio de La Habana del Este, al caracterizar la situación predominante en las tiendas de materiales de la construcción, con salarios muy bajos y gran fluctuación de su personal.
Por la rudeza de esa labor, sus obreros requerirían implementos de protección como cascos, guantes reforzados, botas de casquillos, fajas y máscaras para la manipulación del cemento, los que no reciben con sistematicidad. “Esta careta la tengo desde hace seis o siete meses”, nos mostró Vladimir Félix, quien trata de estirar al máximo la vida útil de los filtros que lleva el implemento, para no carecer de ese resguardo.
Este año no nos han dado ninguno de esos medios de protección, admitió Yulién Ramírez Hidalgo, el administrador de la tienda Alturas Alamar, si bien refirió que no dejan de hacer gestiones para su posible adquisición, hasta ahora infructuosas.
Romilio Argote Riverón, jefe de la Unidad Básica de Comercio en La Habana del Este, explicó que la entidad aseguradora del sector no dispone de tales suministros, por lo cual no han podido ejecutar el presupuesto para la compra de los medios de trabajo, que ronda los 17 mil pesos convertibles.
Las propias caretas o máscaras para el trasiego del cemento, añadió, no aparecen en ninguna parte. Se acercaron a entidades del petróleo para inquirir sobre algún producto similar, sin un resultado concreto. “Gestiones se han hecho, pero la situación está difícil”, reconoció.
En cuanto al problema de la alimentación, el directivo puntualizó que tratan de crear condiciones en las propias unidades para habilitar bien los pantris con una pequeña cocina, de modo que puedan adquirir y elaborar allí el almuerzo. Ya han podido abastecerlas de refrigerador y tratan de continuar mejorando los establecimientos, sin embargo, hay algunos muy deficientes, como la tienda de Guanabo.
La principal seguridad que tienen estos trabajadores es la estabilidad de los chequeos médicos periódicos, los que se les realizan cada seis meses, con una prioridad que reconocen tanto los dirigentes sindicales como los administrativos.
Insatisfacción constante
“Este no es un trabajo de fuerza, sino de inteligencia, por eso aquí nos cuidamos unos a otros”, afirmó Sergio Leyva González, quien con 66 años de edad y 40 de trabajo aún sorprende por su vitalidad entre los operarios del Frigorífico de La Habana del Este, perteneciente a la unidad empresarial de base capitalina, de la Empresa Nacional de Frigoríficos.
El colosal almacén con una capacidad de 33 mil toneladas en sus cámaras frías, cuenta con 74 trabajadores, posee reconocimientos del SNTCGS precisamente por el rigor de su sistema de seguridad y salud en el trabajo.
Leonardo Nelson Tamayo, jefe de la instalación, dijo que este año consiguieron dotar al personal con los medios de protección, a partir de un contrato con el Fondo Cubano de Bienes Culturales, y avanzan incluso hasta la especificidad cromática o por colores de los diferentes atuendos laborales, de acuerdo a las funciones de cada área.
Allí son indispensables, por supuesto, los abrigos para el acceso a las neveras, cuyas temperaturas según los productos a guardar pueden llegar hasta 25 grados bajo cero. Asimismo resultan imprescindibles los planes de contingencia para enfrentar posibles fugas de amoniaco, uno de los riesgos fundamentales en ese tipo de centro.
Para ello cuentan con un número de máscaras protectoras ante escapes de gases, que si bien no alcanzan para todos, al menos cubre los requerimientos del personal con mayor implicación en ese control.
“Tenemos una comisión que chequea el uso correcto de los medios, y hay disciplina en su empleo”, aseguró por su parte Gisela Azahares Hernández, secretaria general de la sección sindical.
A estas tareas cotidianas también añaden las medidas de prevención contra la COVID-19, un enfrentamiento en el que hasta ahora no reportaron ningún caso positivo al nuevo coronavirus, por lo cual estimularon recientemente a
trabajadores responsables de la pesquisa y otras tareas vinculadas a la salud.
No obstante, la administración tiene claridad sobre dificultades todavía presentes, como la situación crítica con la cerca perimetral, las filtraciones en el techo de los pasillos alrededor de las cámaras frías, los problemas en las instalaciones sanitarias y la necesidad de recambio en parte del sistema de tuberías de la sala de máquinas.
“Los accidentes son consecuencias de actos inseguros, y los riesgos siempre existen”, apreciaron Ileana Aldama y José Luis Bueno, técnica de Recursos Humanos y jefe de brigada, respectivamente, del Frigorífico, quienes resaltaron la estabilidad del personal y la preparación que allí reciben para lidiar con cualquier posibilidad de error.
Así lo demostró Manuel Frómeta, operador de montacargas con 25 años de labor, al señalar las dificultades con la iluminación de las neveras, un factor que podría generar accidentes al transportar las estibas. Todo ese ambiente de cuidados y vigilancia colectiva expresa la constante inconformidad de ese colectivo con lo que ya han conseguido.
Leyva González, el decano de los operarios, quien aún vacila sobre si jubilarse o no, lo resumió con una breve frase: “Aquí me siento bien y seguro”.