¿Que se pretenda rendir por hambre, enfermedades y carencias a un pueblo no es una forma de terrorismo? El bloqueo económico, comercial y financiero que Estados Unidos impone a Cuba desde hace casi 60 años siempre ha perseguido ese propósito.
Sucesivas administraciones de la Casa Blanca han mantenido esa guerra cruel a la isla caribeña, que no es fría ni mucho menos, y al mismo tiempo han financiado y promovido desde territorio norteamericano agresiones armadas, sabotajes con bombas, atentados a sus dirigentes, y la introducción de dolencias como el dengue hemorrágico, entre otras.
Cuba ha sido blanco de todo ello, además de asesinatos de sus diplomáticos, y de ataques castrenses a sus embajadas. El más reciente fue perpetrado el pasado 30 de abril contra su legación en Washington.
A estas alturas, las autoridades de EE.UU. mantienen silencio acerca de ese hecho violento con arma de fuego, protegiendo a su autor, como lo han hecho a lo largo de la historia con numerosos mercenarios pagados por el imperio, entre ellos los responsables del abominable crimen de Barbados.
Estados Unidos ha practicado todas las formas de terrorismo en su intento frustrado de destruir la Revolución cubana, y el bloqueo no ha dejado de serlo, además de que califica como un acto de genocidio.
El actual y derrotado inquilino de la Casa Blanca en las elecciones del 3 de noviembre pasado en EE.UU., ha sido el mandatario más agresivo hacia la mayor de las Antillas.
Donald Trump ha endurecido el cerco a Cuba hasta limites sin precedentes, en medio de la pandemia mortal de la Covid-19 que azota hoy a toda la humanidad.
Ese accionar terrorista de Trump ha incluido impedir la llegada de combustibles al decano archipiélago del Caribe, la cancelación de vuelos de diferentes compañías estadounidenses, la compra de alimentos y medicamentos, y multas a bancos y a empresas que comercian con la isla.
Igualmente ha aplicado restricciones al envío de remesas de los cubanos que residen en territorio estadounidense a sus familiares en la nación caribeña, entre más de un centenar de medidas que también afectan a los ciudadanos norteamericanos.
Conseguir ahogar a Cuba de una vez por todas ha sido la obsesión incurable de Trump, quien se ha ocupado más de ello que de resolver los graves problemas que padece su país, el más contagiado con la pandemia en el mundo por la Covid-19.
Pero como sus predecesores no pudo con la mayor de las Antillas, y tendrá que irse muy pronto de la Casa Blanca vergonzosamente descalabrado.
En cambio, Cuba ha vuelto a demostrar su resistencia y dignidad, y no obstante ser blanco de todas las formas de terrorismo practicadas por Washington, ha sido uno de las naciones más solidarias en la lucha contra la pandemia, enviando profesionales de la salud a todos los continentes.
Un reciente informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), calificó a la isla como uno de los países con mayor trayectoria en diplomacia científica y médica, basada en una avanzada industria biotecnológica y un robusto sistema de salud.
En el citado documento la UNESCO reconoció el prestigio internacional y capital político ganado por los cubanos, y subrayó que “desde 1963 la nación caribeña ha enviado a más de 400 mil profesionales médicos en 164 misiones a estados de África, América, Oriente Medio y Asia, además de prestar ayuda humanitaria en casos de catástrofes, emergencias y epidemias como el Ébola, y más recientemente la COVID-19”.
Una vez más ha quedado demostrado el fracaso de la vieja postura agresiva de Washington hacia Cuba. Esperemos que el próximo inquilino de la Casa Blanca no vuelva a chocar con la misma piedra, y su conducta sea la buena vecindad entre dos países muy cercanos.