Dieciocho años y apenas un tercer grado vencido tenía Romárico Sotomayor García cuando se incorporó a la lucha en la Sierra Maestra, como parte de la Columna no. 1, comandada por Fidel. Hasta esos momentos su visión del mundo era tan pequeña como el poblado Vegas de Jibacoa, donde vivía en pleno corazón de esa serranía cubana.
Hijo de campesinos, el segundo de diez hermanos solo conocía en ese entonces la miseria de aquellos parajes intrincados, donde no había escuelas, maestros y se necesitaba caminar alrededor de 20 kilómetros para ver a un médico, al que no había cómo pagar.
Así, cuando gracias a Higinio Rodríguez conoció a Fidel, Romárico —hoy general de división, jefe de la Dirección Política del Ministerio del Interior (Minint) y Héroe de la República de Cuba— comprendió que el proceso que empezaba a gestarse por aquel entonces era, precisamente, en beneficio de las clases más desposeídas y pobres de la sociedad.
Sin duda, ha sido la suya una existencia marcada por la Revolución, por el ejemplo y legado del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, a quien tuvo el honor de acompañar en enero de 1959 desde el oriente del país y hasta su entrada triunfal al otrora campamento Columbia (en la actualidad Ciudad Escolar Libertad). También integró la caravana (en el tramo Camagüey-Bayamo) que escoltó las cenizas del líder de la Revolución durante el conmovedor recorrido.
La subsistencia en condiciones de campaña en la Sierra Maestra, las iniciales tareas después del triunfo, las responsabilidades ocupadas primero en las Fuerzas Armadas Revolucionarias y luego en el Minint, el cumplimiento de la misión internacionalista en Angola, durante dos períodos (1975-1976 y 1982-1984), son una síntesis de su trayectoria, en la cual la lealtad a Fidel, al Partido y a la Revolución ha sido permanente.
Una misión necesaria e impostergable
A finales de agosto de 1975, siendo oficial del Ejército Occidental, viajó de vacaciones a la provincia de Holguín para ver a su madre. Solo habían transcurrido unas pocas horas cuando se vio en la necesidad de retornar a la capital, pues lo estaban localizando para el cumplimiento de una tarea importante.
En menos de 72 horas ya estaba en Lisboa, capital de Portugal, en tránsito hacia Angola, adonde llegó el 3 de septiembre de ese año, y allí lo aguardaba el primer comandante Raúl Díaz-Argüelles (1937-1975). “Una persona muy preparada y valiente” —resaltó Romárico—, quien tuvo la misión de crear en territorio angolano cuatro centros de instrucción revolucionaria (CIR), en los que instructores militares cubanos entrenaron a miles de jóvenes reclutas.
El propósito era ayudar a que las tropas guerrilleras del Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA), bajo la conducción de Agostinho Neto, elevaran su preparación combativa y estuvieran en mejores condiciones para enfrentar y rechazar las fuerzas enemigas, integradas por las tropas regulares de Zaire, el Frente Nacional de Liberación de Angola (FNLA) y la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (Unita), dirigidas por Holden Roberto y Jonas Savimbi, respectivamente, así como una brigada blindada de asalto del ejército sudafricano, que avanzaba por distintas direcciones para frustrar el proceso independentista de la nación africana.
El enemigo quería —agregó el también diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular— que prevalecieran sus intereses neocoloniales y racistas e impedir que el pueblo angolano, representado en el MPLA, llegara al poder el 11 de noviembre, fecha prevista para proclamar la independencia.
Fue la certera visión del Comandante en Jefe Fidel Castro, en relación con lo que sucedía allí, lo que coadyuvó a que comenzara a materializarse la ayuda internacionalista de Cuba a ese hermano país, en un plan que recibió el nombre de Operación Carlota, en tributo a la extraordinaria mujer así nombrada, que el 5 de noviembre de 1843 dirigió en la zona de Triunvirato, en Matanzas, el primer gran alzamiento de esclavos contra el colonialismo español, y en represalia la descuartizaron sus verdugos.
En correspondencia con la decisión adoptada, el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias preparó las condiciones para enviar en un breve plazo de tiempo a los instructores necesarios. De esta forma entre septiembre y octubre quedó conformado el contingente internacionalista que sumó 480 combatientes, quienes arribaron a tierra angolana en octubre.
Los CIR: la avanzada
Al referirse a la historia de los CIR y al papel desempeñado por estos centros en la guerra, el Héroe de la República de Cuba subrayó que fueron la avanzada. Los cuatro, con capacidad para 500 alumnos cada uno, se ubicaron en Benguela (en la zona oeste); en Saurimo (este), en el enclave petrolero de Cabinda (al norte) y en Salazar (hoy N’Dalatando, en el sureste de Luanda); este último bajo su mando.
En los primeros días de octubre de 1975 Romárico salió rumbo a puerto Amboim, al sur de Angola, donde desembarcaron por esa fecha los barcos cubanos Vietnam Heroico y Coral Island. En tanto, La Plata lo hizo por Punta Negra, en la República Popular del Congo, desde donde se trasladarían por tierra hacia Cabinda. Las tres embarcaciones transportaron personal, además de material de guerra y otros aseguramientos.
Comentó algunos detalles de la creación de estos centros y dijo que alrededor del día 10 de ese mes ya habían recibido a los reclutas, quienes con posterioridad se armaron y formaron las unidades, con una plana mayor de oficiales angolanos y otra de cubanos.
Es decir, simultáneamente —acotó— se prepararían ocho batallones en tres meses y luego otros ocho, los 16 solicitados por Neto. Alrededor del 15 de octubre los cuatro CIR se encontraban en los puntos indicados, listos para empezar el entrenamiento de sus alumnos.
Sin embargo, el día 20 comenzó la ofensiva contrarrevolucionaria de Holden Roberto y de las tropas sudafricanas, ubicadas cerca de Benguela. Era evidente la intención de las fuerzas reaccionarias de lanzar una rápida ofensiva por el norte y el sur para apoderarse de Luanda, desarticular el MPLA e impedir su acceso al poder antes del 11 de noviembre de 1975.
Considerando la situación existente —aseveró Romárico— la máxima dirección del MPLA y la Misión Militar Cubana decidieron organizar a los alumnos y a los profesores cubanos en batallones de combate, los que participaron en la defensa de las regiones asignadas.
El batallón no. 2 del CIR de Salazar lo hizo en Luanda y en Quifangondo, interviniendo en más de un enfrentamiento, en el que las fuerzas patrióticas no sufrieron baja alguna, pues las tropas angolano-cubanas se habían mantenido en permanente estado de alerta y habían acondicionado el terreno para protegerse. Con igual disposición actuaron el resto de los CIR, que dieron las primeras muestras de resistencia frente a las huestes racistas.
A 45 años de una epopeya
Han transcurrido 45 años de aquella proeza protagonizada por angolanos y cubanos en una franca comunión, y el general de división Romárico Sotomayor recuerda todo lo vivido allí con absoluta claridad.
Precisó fechas, nombres, lugares y mostró el orgullo de haber asumido esa misión. “Me queda la satisfacción de ser combatiente internacionalista, haber participado en dos misiones victoriosas y contribuido a la plena liberación de una nación grande y rica como Angola, que según palabras del General de Ejército Raúl Castro Ruz, en marzo de 1976, durante una visita: ‘De Angola solo nos llevaremos la entrañable amistad que nos une a esa heroica nación, el agradecimiento de su pueblo y los restos mortales de nuestros queridos hermanos caídos en el cumplimiento del deber’”.
LO QUE ESCRIBÍ Y PUBLIQUÉ HACE CINCO AÑOS SOBRE LA OPERACIÓN CARLOTA
Operación Carlota: Meditación del combatiente número 54295
Por Ventura Carballido Pupo.
Como una forma psicológica de hacer avanzar el tiempo en busca del entrañable acercamiento a los tuyos en la Isla que un día dejaste, sin saber que regresarías vivo, en el vuelo de regreso desde Luanda, Angola, retomé como hilo conductor unas profundas meditaciones ―que me permitió autoalimentarme al ubicar en el combatiente cubano tanta carga de comportamiento ético, conducta que pudiera resultar no creíble para los que están lejos de nuestro pensar, de nuestra manera de actuar, de la forma de proceder, de cómo fuimos educados y descubrir la grandeza de la obra por la que fuimos a pelear por otros pueblos donde expusimos nuestras vidas a cambio de nada material.
No traíamos en la barriga del avión ninguna maleta con bienes materiales para regalar a los familiares y amigos en nuestra querida Isla. Como «equipaje de mano» solo traía un pequeño bolso que regalaba la línea aérea angolana y en él entre las cosas de más valor dos pañuelos de mujer para el pelo que me había regalado un militar de la Defensa Civil angolano, radicado en Cabinda, y un paquete de cigarros cubano de exportación del que nos llevaban los barcos al África como regalo a mi atribulado padre, también, ropa interior para cambiarme cuando llegara a La Habana y una camisa, documentos que amparaban estímulos otorgado por la sección política de una de las unidades en las que estuve destacado y de la Fiscalía Militar donde culminé mi estancia y mi chapilla de combatiente número 54295 que atesoro aún con mucho amor.
En mis bolsillos no traía ningún dinero, porque no éramos mercenarios que fuimos a la guerra a exponer la vida por riqueza, florecimos como combatientes Internacionalistas, de la gente de Fidel y de Raúl, representando a nuestro pueblo, a las Fuerzas Armadas Revolucionarias, a cambio de nada. La mayor estimulación no era llegar a encontrarnos con la familia y colmarlas de regalos, como suele ocurrir, en estos tiempos en que redacto esta crónica; el gran caudal de motivación que nos animaba era el cumplimiento de la tarea que se nos había encomendado, y recibir el cariño y homenaje ―como así fue―, de nuestros compatriotas acá, de mi familia, y del fuerte apretón de manos del General de Ejército Raúl Castro y otros oficiales de las FAR que nos dieron la bienvenida.
Nos bajamos de aquel inmenso avión Il 62-M de la aerolínea soviética sin nada material. No tuvimos que ir a recoger ningún equipaje. Nuestra riqueza más grande fue la moral, el patriotismo y la satisfacción del deber cumplido con Fidel y el Partido.
De igual forma les ocurrió a los combatientes del Che a su regreso en 1965, y a todos mis compañeros de arma. Esa es la grandeza sui géneris de los internacionalistas cubanos que formamos parte de la Operación Carlota y otras misiones en otros países. Sin apego a nada material todo fue felicidad. Nuestra mayor tristeza es que no todos regresamos vivos.
Para no ser confundido, despojado de protagonismo alguno, inserto estas notas, en otro contexto, ya que sin perjuicio de que los colaboradores actuales y futuros reciban su estimulación económica, como algo lícito ―porque si no de qué viven o de qué vive nuestra sociedad―, vale la pena este contenido que recoge los postulados de desinterés de los combatientes cubanos internacionalistas de aquella época para que este ejemplo sirva de alguna manera para tratar de minimizar el avance de la metalización voraz e incesante de muchos que en estos momentos afloran con mucha fuerza, con ausencia de aquella firme posición ética nuestra.