Admirada por unos, condenada por otros, es incuestionable que la televisión, a pesar del vertiginoso avance de las más renovadoras tecnologías en los albores de un nuevo siglo y milenio, no ha perdido ese raro privilegio de cautivar a los más diversos públicos.
La televisión en Cuba, nacida hace ahora siete décadas –el 24 de octubre de 1950, en un improvisado estudio en Mazón y San Miguel, en la capital de la isla–, también ha demostrado, a lo largo del tiempo, que es posible quedar en la memoria de varias generaciones de televidentes.
La lectura de La televisión: ¿ángel o demonio? (Ediciones En Vivo, La Habana, 2015, 488 pp), de Josefa Bracero Torres, al acercarse a momentos de la historia de este medio en la mayor de Las Antillas, contribuye a confirmar su trascendencia en la propia memoria de la nación.
Publicada por vez primera en el año 2012, estructurada en nueve capítulos, esta obra se sustenta en una amplia investigación documental y testimonial, que tiene el propósito esencial de brindar una aproximación a la televisión en la isla, entre los años 1950 y 2015.
No se trata –como explica su autora– de escribir la historia de la televisión en Cuba, sino de «recoger vivencias de personas cuya memoria ya comienza a extinguirse, y por supuesto las notas amarillentas de algunos folletos y revistas de épocas pasadas», junto a sus propios recuerdos.
Mediante una amena narración, Bracero Torres invita al lector a recorrer, como en un evocador ejercicio de la memoria, esas historias, esos recuerdos, esas anécdotas, esas remembranzas que, protagonizadas por artistas, periodistas, técnicos y otros especialistas, permiten develar un universo insospechado.
Se cuenta en estas páginas del surgimiento de los primeros canales, de las empresas patrocinadoras de programas de éxito, de las transformaciones ocurridas en el medio a partir de la victoria popular de 1959, de los dramatizados, del cine en televisión, de los controles remotos…
Se comentan, asimismo, programas emblemáticos –como Cocina al minuto, San Nicolás del Peladero, Aventuras, Palmas y cañas, Escriba y lea, Andar La Habana…– y se presentan rostros inolvidables –entre ellos Consuelito Vidal, José Antonio Cepero Brito, Marta del Río, Enrique Almirante…
Anexos de gran valor documental –varios surveys realizados en los años 50, los 30 primeros programas de televisión en 1967 y el uso de la televisión en Cuba entre los años 1977 y 1987– se incluyen en este volumen, materiales que complementan y enriquecen la entrega.
Historiadora de la radio y la televisión en la isla, Josefa Bracero Torres (Camagüey, 1942) es autora de una amplia bibliografía en que aparecen, entre otros títulos, Rostros que se escuchan, Otros rostros que se escuchan, Estos rostros que se escuchan, Silencio… se habla y Mujeres locutoras en Cuba.
Periodista, investigadora, locutora, realizadora de programas radiales, galardonada entre otros reconocimientos con el Premio Nacional de Radio por la obra de la vida, Bracero Torres ocupó por varias décadas altas responsabilidades en la radiodifusión cubana.
En el prólogo a La televisión: ¿ángel o demonio?, Mirta Muñiz Egea, fundadora de la televisión en Cuba, agradece a la autora por esta investigación, «una más en el camino que lleva andando para rescatar pasajes de la memoria histórica de la radio y la televisión, así como de sus protagonistas».
Contar la génesis, desarrollo y esplendor de la televisión en la mayor de Las Antillas –la tercera, por cierto, surgida en el continente americano y la sexta en el mundo–, aun es un tema pendiente para quienes se dedican a investigar el fascinante universo audiovisual.
La lectura de La televisión: ¿ángel o demonio? confirma, como resulta fácil imaginar, que Josefa Bracero Torres contribuye a ese necesario y noble empeño de contar la historia –a veces azarosa, siempre luminosa– que celosamente atesora la Televisión Cubana.
La televisión cubana se supera cada día osea casi todos los canales se superan , casi todos menos telerebelde donde impera la mediocridad y el poco profesionalismo , en ese canal se refuerzan cada días para ser más mediocres y pensar menos como país y por fomentar en Cuba la división