La cultura es un concepto tan amplio que a veces corremos el riesgo de no saber reconocerla. Tiene que ver mucho con la identidad de cada persona y de cada pueblo. También con el intelecto, las tradiciones, los conocimientos y la experiencia.
Nadie dudaría sobre la existencia de una cultura cubana, porque es el resultado del devenir de una nación. Sin embargo, el asunto comienza a complicarse cuando empezamos a pensar en el atributo o la cualidad de lo culto, de ser una persona culta o no serlo, de ser una sociedad culta o no serlo.
Parece ya estar bastante claro para una gran mayoría que la instrucción no necesariamente significa buena educación. Pero la relación entre saber y cultura todavía a veces se nos presenta como demasiado directamente proporcional.
Entonces viene el cuestionamiento a la calidad de los saberes, de los aprendizajes, de los conocimientos. ¿Ser personas cultas es saber de todo, es ser especialista en algo, es dominar la historia y los antecedentes de cualquier asunto o es estar al tanto de lo último que sucede en los diferentes campos de la ciencia?
Tal vez poseer una cultura pueda ser eso, pero posiblemente también mucho más. Porque la cultura tampoco es una concepción estable, permanente, inamovible en el tiempo. Es como una selección de selecciones de experiencias humanas, las más enriquecedoras, las más espiritualmente constructivas, y también las más útiles para el bienestar individual y colectivo.
Por eso resulta loable aspirar a ser mujeres y hombres con una elevada cultura, y a mantener comportamientos congruentes con esa síntesis de lo mejor del pasado y el presente.
Las épocas de las mentes enciclopédicas parecen ser cada vez más una vieja quimera, una rara y antigua virtud imposible en la actualidad, ante la avalancha de saberes de todo tipo.
Ser una persona o una sociedad culta podría significar entonces algo distinto en cada momento. Esa cualidad que hace mucho tiempo pasaba, por ejemplo, por conocer el latín; tal vez muy pronto la represente la interacción amigable y provechosa con las nuevas formas de comunicación y los soportes tecnológicos que las sustentan, de una manera creadora, sana y responsable.
No obstante, podrían quizás existir claves más generales para definir qué es poseer o no cultura. Cada quien podría aventurar su visión, en dependencia de sensibilidades e intereses, pero si aspiramos como seres humanos a ser mejores personas, probablemente la cultura tendríamos que empezar a definirla, intentarla o construirla, sobre la base de la capacidad de conseguir el bienestar, la felicidad, la realización individual y colectiva, sin depredar, sin explotar, sin cometer injusticias o agresiones contra la naturaleza y contra la propia vida humana.
Porque, en definitiva, harán falta vastos conocimientos, enorme sedimentación de valores, valentía y emprendimientos en extremo revolucionarios, para conseguir la sobrevivencia de la especie, la concreción y salvaguarda de la cultura, de toda la cultura, de lo mejor de la cultura, mediante el compromiso permanente de la humanidad toda.
Y en nuestra porción de tierra, de esta patria que alcanza más allá incluso de sus límites geográficos, ser una persona culta significa también ser progresista, mantener un compromiso con las mejores causas y conocer la raíz que nos hizo llegar a ser lo que somos, para su defensa presente y futura.