El 3 de octubre celebramos el Día de la Odontología Latinoamericana, para rendir el homenaje que debemos a esos profesionales que, junto a todos los trabajadores de la Salud, nos cuidan la vida cada día, en especial ahora, por la situación actual de la pandemia COVID-19.
Hay algunos de estos especialistas, por cierto, que nos cuidan dos veces la sonrisa: en la boca y en el alma. Hablo de esos odontólogos —o como solemos decir en Cuba: estomatólogos, dentistas— que son además artistas o escritores, y a los cuidados que nos dispensan al aparato bucal añaden los móviles que brindan a nuestro espíritu para el placer.
Conozco, por ejemplo, a varios que son poetas. Pero se me antoja muy representativo el caso de la doctora en Estomatología Elizabeth Lores Torrell, porque ella escribe sus versos casi siempre en décimas, nuestra estrofa nacional, y lo hace preferentemente para niños. A ellos dedicó su primer libro, Don Cepillo canta (2003), y también su poemario Niña de agua (Editorial Extramuros, 2008), al cual pertenecen los siguientes versos del poema Azul con luna:
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Luna, luna cascabel
de tus noches, mi pequeña,
el día es una cigüeña
con el azul por clavel.
Soy la casa de papel
donde se estrenan tus alas
y en cada batir exhalas
las primaveras que engendro.
Duendes de azahar y de almendro
en tu risa me regalas.
Paloma silvestre, brío
que se funde al horizonte,
azul con luna, azul monte,
gotita tierna del río,
el espejo del rocío
donde tu cabello es grana,
ilumina la ventana,
raíz de mi cuerpo adentro
y tu sonrisa es el centro
que respira la mañana.
Elizabeth Lores Torrell (La Habana, 1970) cuenta, como escritora, con varios reconocimientos en certámenes y encuentros de talleres literarios, y es colaboradora del Grupo Ala Décima en el municipio capitalino del Cotorro. Es graduada de la primera promoción del Curso-taller Historia y práctica de la creación poética y aparece en su antología Bienaventurado el árbol que camina. Uno de los profesores de ese curso, el poeta Roberto Manzano, ha escrito acerca de su obra:
“Aquí están estos versos suyos, henchidos de verdad amorosa, de total capacidad de entrega, para que el lector —que no es nunca ese enemigo que se imaginaba Baudelaire— disfrute la espontaneidad recóndita de la verdadera poesía, que es como un vino alucinante que sube efervescente de la sangre, atraviesa resonando los ojos del espíritu, entra en caracolas invisibles, y sin necesitar que haya libros o convocatorias para premios, ondula en el viento de la palabra como si alguien nos estuviese mirando directamente a los pechos y escribiera con dedo de vidrio la letra púrpura del corazón”.
Felicidades por tan noble corazón.También me gusta escribir para los niños y soy profesora.