Este viernes se cumplen seis meses del diagnóstico de los primeros casos de COVID-19 en Cuba, tiempo que estoy casi seguro de que a la gran mayoría de nuestra gente le parece ya toda una eternidad.
Disímiles experiencias hemos vivido durante este largo y difícil periodo, que lamentablemente, al parecer, estamos todavía lejos de rebasar.
La propia naturaleza del SARS-Cov-2 se nos ha revelado como un virus persistente y veleidoso, que no perdona el más mínimo descuido y aprovecha todas las oportunidades que nuestra impaciencia, dejadez o irresponsabilidad le prodiga para su expansión.
Es cierto también que muy probablemente pocas naciones en el mundo han tenido que afrontar la pandemia en condiciones económicas tan difíciles y de una agresión externa tan hostil, como las que sufre nuestro país como consecuencia del bloqueo del gobierno de los Estados Unidos.
A pesar de ello, también es extensa la lista de ventajas comparativas que han emergido como fortalezas de nuestro sistema social, en relación con lo que ocurre en otras latitudes, en medio de este tenaz enfrentamiento a la enfermedad altamente infecciosa.
Mucho hemos aprendido en estos 180 días, no solo sobre la COVID-19, sino, sobre nuestras propias capacidades para organizarnos institucional y civilmente, desplegar iniciativas solidarias, aprovechar el conocimiento y los frutos del trabajo científico, e incluso de administrar los poquísimos recursos que tenemos de la manera más racional y justa.
Cuando uno analiza las condiciones en que hemos laborado en este último semestre, sin turismo internacional la mayor parte del tiempo, con limitaciones para desarrollar muchas de las actividades económicas y en un entorno global de crisis, parecería un verdadero milagro la protección social que el Estado cubano ha conseguido sostener en tales agobiantes circunstancias.
Pero también la COVID-19 develó o hizo más visibles todavía, múltiples deficiencias en el trabajo de algunas entidades, así como las debilidades o brechas sociales existentes en territorios o sectores de nuestra población, que en este contexto han funcionado como grietas por donde se cuela el funesto SARS-Cov-2.
Por tal motivo, incluso cuando la superemos, la pandemia nos dejará señales de urgencias sociales, organizativas y económicas que todavía será necesario atender en un futuro inmediato, como parte de nuestras estrategias de desarrollo a más largo plazo.
Pero eso será después, ahora mismo estamos en medio de un rebrote de la enfermedad que, aunque afecta a menos provincias, viene siendo incluso más intenso que la primera curva de contagios.
Como sabemos, ya hay mejores prácticas y protocolos de actuación definidos para el control de focos y eventos de trasmisión, pero igualmente persisten altos riesgos provocados, sobre todo, por la prolongación de esta complicada situación.
Todo lo que podamos hacer, entonces, para contrarrestar ese lógico desgaste, y aumentar la efectividad de las medidas de prevención y control en términos de tiempo, podría facilitar que seamos capaces de asestar la estocada final a epidemia.
Aunque nos parezca difícil, y creamos que ya ha pasado toda una eternidad durante estos seis largos y duros meses, no hay imposibles para un pueblo que ya llegó hasta aquí, y no se detendrá.
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