Estamos viviendo la extraña ocasión en que este primero de septiembre nadie ingresa por primera vez al sistema nacional de educación, ni tampoco los de cada nivel escolar pasan a uno superior, aunque todos estamos inesperadamente matriculados en un curso que debe darnos enseñanzas para toda la vida.
Se trata de que los docentes, los educandos, pero también quienes no asisten a las aulas tradicionales estamos todos en el histórico inicio de un proceso de aprender a aprender y enseñar en cualquier circunstancia por difícil, compleja y peligrosa que sea.
Quienes tuvieron oportunidad de visitar Vietnam en plena guerra o los que llegamos poco después, pudimos comprobar que no había retraso escolar, pues las clases no dejaron de impartirse ni cuando más bombardeaban los aviones B-52.
Cuentan que organizadamente los niños iban hacia los refugios, cada uno ocupaba su lugar sin pánico, pero sin incumplir ninguna de las muchas veces ensayadas buenas prácticas para evitar ser detectados ni alcanzados por las armas mortíferas que no respetaban a los niños ni a los civiles indefensos.
La actual no es esa guerra, pero no deja de parecer una contienda en la que un enemigo invisible, el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 espera el menor descuido para penetrar por los ojos, la nariz o la boca y causar la Covid-19.
Por una parte, los estudiantes deben recobrar la disciplina escolar después de varios meses en los cuales fueron llamados al confinamiento dentro de los hogares para resguardarse de un enemigo invisible, pero altamente contagioso y que provoca una enfermedad sin cura ni vacuna hasta el momento.
Esos alumnos, cualquiera que sea su edad, convivieron con sus familiares durante un tiempo nunca antes vivido, y para ello una cantidad superior a la de otros tiempos pudieron adentrarse en el mundo de las nuevas tecnologías con todas sus consecuencias, las buenas y las malas.
De la otra parte, mientras los niños y jóvenes deben aprender a aprender en tiempos de pandemia, los docentes también están obligados a adquirir conocimientos de cómo en pocas semanas poner al día a los estudiantes y llevarlos a un feliz fin de curso, sanos y salvos, todos.
No puede ocurrir que el pase de grados suceda con los saberes necesarios, pero a costa de enfermarse, ni que las clases estén limitadas a las tradicionales asignaturas sin impartir la de cómo prepararse para enfrentar, controlar y vencer la actual pandemia, así como próximas situaciones de desastres sanitarios o naturales.
Entre las calificaciones y notas también debe tenerse en cuenta que en este curso escolar es esencial incorporar a la vida el hábito de lavarse las manos, usar el nasobuco y mantener la distancia entre unos y otros.
Estamos en la inauguración de una nueva carrera o curso donde el éxito será que no haya que definir la experiencia como una implacable profesora que primero nos aplica el examen, nos desaprueba y después nos enseña con las consecuencias fatales.
Podremos estar matriculados o no en un centro docente, pero estos estudios se imparten en una enorme aula que es la sociedad entera. Hay que aprobar porque pasar de grado es continuar la vida.
Acerca del autor
Licenciado en Periodismo y licenciado en Ciencias Sociales, autor de El Foro en Cubahora, jubilado y reincorporado en la Redacción Digital de Trabajadores, donde escribe las secciones LA GUAGUA y EN 500 CARACTERES, fue corresponsal del periódico Vanguardia en tres de las seis regiones de Las Villas, Jefe de Redacción fundador del periódico Escambray, Corresponsal Jefe de la Agencia de Información Nacional (actual ACN) en Sancti Spiritus, colaborador de Radio Progreso, Prensa Latina y Radio Sancti Spíritus; así como Jefe de Información, Subdirector y Director del periódico Vanguardia, donde administró sus foros de discusión.
Muy atinada su reflexión. Debemos acabar de asumir la nueva realidad que se nos impone tomando precauciones pero sobre todo viviendo.