Naciones Unidas marcó el 2021 como el Año Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil. En la mira colocó impulsar, de manera definitiva, los esfuerzos de los Estados para alcanzar una de las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible: Promover el crecimiento económico inclusivo y sostenible, el empleo y el trabajo decente para todos. Con esto se proponía además que, a más tardar en el 2025, los niños solo tuvieran que emplearse en conseguir sus sueños.
La utopía es hermosa, y como dice el poeta, nos hace andar, pero si en el mundo prepandemia tales ilusiones eran difíciles de conquistar, ahora parecen imposibles.
La COVID-19 ha colocado al universo en una crisis sin precedentes, la peor según el Fondo Monetario Internacional y otras instituciones financieras. En ese contexto los niños corren el riesgo de estar entre sus mayores víctimas, pues los impactos tendrán en ellos consecuencias duraderas.
Según informes de Unicef, antes del desate del SARS-CoV-2, cada cinco segundos fallecía un menor de 15 años; de cada cinco niños, uno estaba desnutrido con retraso en el crecimiento; más de la mitad (53 %) de los que tenían 10 años en los países de ingresos medios no podían leer ni comprender historias sencillas; y uno de cada cuatro menores de 5 años no constaba en ningún registro oficial.
No es un dislate presumir que tales estadísticas quedarán agravadas con el paso de la COVID-19 y que cuanto más larga sea la crisis, más dramáticos serán los impactos en todas las edades y en todas las naciones.
Ya se sabe que, como el virus mismo, los efectos nocivos no se esparcen por igual. Los más perjudicados son quienes viven en los países más pobres, en los barrios más desfavorecidos y en situaciones vulnerables. Para ellos las medidas de mitigación son una quimera al tener que decidir entre comprar un gel desinfectante de manos o la única comida del día.
En ese grupo se encuentran los niños en situación de trabajo infantil, las víctimas del trabajo forzoso y de la trata de personas, en particular las mujeres y las niñas, sin acceso a sistemas de protección social, incluidos el seguro médico, ni prestaciones de desempleo. La cuarentena no es en sus casos una medida de protección, es la imposibilidad de acceder a los magros ingresos con que contaban.
Esa realidad conducirá a que entre 42 y 66 millones de niños caigan en la extrema pobreza post-COVID-19, sumándose a los 386 millones de niños que engrosaban tal estadística en el 2019.
Como parte de las estrategias de respuesta 188 países han cerrado sus escuelas, afectando a más de mil 500 millones de niños y jóvenes. Las pérdidas acumulativas en el aprendizaje y el desarrollo de su capital humano serán difíciles de calcular y comprender.
Más de dos tercios de los países han incorporado plataformas de aprendizaje a distancia lo que visibiliza las asimetrías existentes en la sociedad, colocando en situación de desventaja académica a los de menos recursos. Vale aclarar que entre países de bajos ingresos la participación en esta forma de enseñanza es solo del 30 % y que antes de la crisis casi un tercio de los jóvenes figuraba en listas de “excluidos digitales”, cifra que ahora se multiplica debido a las dificultades económicas experimentadas por las familias como resultado de la recesión económica mundial.
Esta solución emergente en la educación también ha aumentado el riesgo de exposición a contenidos inapropiados y depredadores en línea, según han denunciado expertos en delitos contra la infancia; y han previsto un aumento de la desnutrición en al menos 368,5 millones de niños de 143 países que dependían de las comidas escolares como única fuente de alimento sano y nutritivo al día.
Unicef también alerta acerca de los riesgos para la salud mental infantil y el bienestar de los menores refugiados, desplazados internos, víctimas de conflictos armados o de violencia doméstica, quienes quedan condenados a permanecer en condiciones riesgosas, insalubres y de hacinamiento.
Frente a este triste escenario mundial el presidente de Brasil Jair Bolsonaro se atrevió a defender el trabajo infantil: “Eran buenos tiempos cuando los menores podían trabajar. Hoy pueden hacer de todo menos trabajar”, comentó. Al parecer desconoce que en su nación hay más de 14 millones de personas en situación de pobreza, y que casi 2 millones de ellas son menores de edad cuya única alternativa es laborar para sobrevivir.