El año 1960 fue decisivo en cuanto a las definiciones de la Revolución Cubana, su rumbo y los desafíos que debía enfrentar. No se había declarado el proyecto socialista; pero ya se habían iniciado por parte de los Estados Unidos, en vínculo con grupos de la burguesía cubana, los planes para destruir la Revolución y desde Cuba se había respondido con la profundización de medidas como las nacionalizaciones de agosto y octubre. Por tanto, en ese año también los Estados Unidos definieron con claridad su política de hostilidad y, como parte de ello, estaba la Operación Pluto, que implicaba la preparación de una fuerza invasora que debía acompañarse con acciones de sabotajes, el fomento de grupos armados en zonas rurales de Cuba y, en fin, todo tipo de agresiones para desestabilizar al gobierno revolucionario, lo que crearía las condiciones para el triunfo de la fuerza invasora, según sus concepciones.
Dentro del contexto señalado, el 29 de noviembre, a las 11 de la mañana, tuvo lugar en la Casa Blanca una reunión presidida por Dwight Eisenhower, presidente de los Estados Unidos (1953-1961), donde se pasó balance a lo realizado y sus perspectivas. Estaban presentes los secretarios del Tesoro, Defensa, subsecretarios de Estado, el director de la CIA, el director de operaciones de la CIA, el jefe de Estado Mayor, asistentes del Presidente; es decir, que se trataba de un grupo del más alto nivel que debía analizar con el presidente de los Estados Unidos la situación de los planes que se estaban desarrollando contra la Revolución Cubana.
Resulta interesante que la reunión comenzó con la exposición de Eisenhower, acerca de una conversación con William D. Pawley, el ex embajador en Perú y Brasil, que había realizado en diciembre de 1958 una visita “no oficial” a Cuba para plantearle a Fulgencio Batista que dejara el gobierno en manos de una junta cuyos miembros también se incluían en la proposición. Es evidente que Eisenhower mantenía este vínculo para determinadas misiones. Después de elogiar el conocimiento que el visitante tenía del área, afirmó que en los muchos años desde que lo conocía, no había encontrado errores en sus predicciones e informes, por eso quería discutir en la reunión los cuatro puntos de las preocupaciones que Pawley le había planteado, todos referidos a Cuba.
La primera de las preocupaciones tenía que ver con la poca cantidad de hombres que se estaban entrenando en Guatemala y lo lento del entrenamiento, la segunda estaba referida a la composición del Frente Revolucionario Democrático (FRD) que se había creado en Nueva York con diferentes grupos “anticastristas”, la tercera correspondía a la idea de mover al grupo bajo entrenamiento de Guatemala a Okinawa y él, Eisenhower, estaba de acuerdo con que en este lugar no se podría guardar el secreto, y la cuarta era acerca del Comité especial sobre Cuba que tenía el Presidente, integrado por personas muy ocupadas, que no tenían el tiempo necesario para el problema cubano. Sobre esto último, Eisenhower planteó su sospecha de que Pawley deseaba la responsabilidad de ese Comité para él, pero lo más importante era saber si Pawley estaba en lo cierto de que algún individuo tuviera siempre esa situación en la punta de sus dedos y pudiera tener una parte activa en la comunicación con los miembros del FRD y quizás con otros gobiernos.[1]
La discusión en torno al asunto planteado por Eisenhower llevó a un intercambio en el cual, de hecho, se estaba haciendo un balance de los planes y acciones que desarrollaban los Estados Unidos contra la Revolución Cubana, lo que de alguna manera implicó una evaluación de las acciones en curso y lo que debía hacerse. En esto, el Presidente se mostró insatisfecho con la situación general, en lo que hizo consideraciones acerca del derechismo de Rómulo Betancourt, presidente de Venezuela, cuando él lo tenía por izquierdista, así como la influencia de “Castro” en la situación de El Salvador y se preguntaba si no parecía como si la situación estaba comenzando a salirse de las manos.
Eisenhower formuló dos preguntas para discutir: 1) si estaban siendo suficientemente imaginativos y audaces, y no dejar que sus manos aparecieran en esos asuntos, y 2) si estaban haciendo las cosas efectivamente, además advirtió sobre las responsabilidades del gobierno y que no podían desear verse en una posición de emergencia. Entonces, comenzaron las intervenciones que, de alguna manera, repasaban lo realizado y lo que se planeaba hacer.
Los más activos en las intervenciones fueron Douglas Dillon, subsecretario de Estado para asuntos económicos, más Allen Dulles, el director de la CIA en primer lugar; también Thomas Gate, secretario de Defensa; Richard Bissell, director de operaciones de la CIA; Douglas de la secretaría de Defensa y el secretario del Tesoro, Anderson.
El primero en hablar fue Dulles, que comenzó expresando que no siempre estaba de acuerdo con Pawley y, al hablar de la línea de la CIA, según su información, había o había habido alrededor de 184 grupos y planteó que era imposible que actuaran todos juntos, por lo que Eisenhower dijo que no podían estar financiando a quienes no podían “poner los arreos” para trabajar, sobre lo que Dulles consideró que tenían que seguir financiando alguno, pero no se puede saber si mencionó a alguien en particular pues hay una línea no desclasificada. Sobre los que se entrenaban en Guatemala, aclaró que eran 500 y un grupo muy efectivo de fuerza aérea separado; en su criterio, se podía ampliar el grupo, hizo algunas consideraciones que comprendían mantener el entrenamiento en Guatemala, pero presionar al gobierno y sugirió algunos planes y enviar entrenadores militares. Planteó que el presidente Idígoras no deseaba que se fueran de allí, pero el Departamento de Estado tenía preocupaciones sobre la permanencia pues ya no era un secreto, por el contrario, como señaló Dillon, era conocido sobre todo en América Latina y se discutía en algunos círculos de la ONU. Para Eisenhower lo fundamental no era si se conocía, sino que no se mostrara la mano de los Estados Unidos en eso.
En el intercambio, Dillon acotó que el Departamento de Estado había comenzado a pensar igual que Pawley sobre la cantidad de hombres que se necesitaban, se habló de si era posible reconocer un gobierno en el exilio, lo que restaría gravedad al entrenamiento de hombres, de no entrenar en los Estados Unidos por cuestión de seguridad, los posibles planes de evacuación de Guatemala si fuera necesario, los contactos que se estaban haciendo para una acción de la OEA dentro del Tratado de Río, en lo que estaban tratando de fomentar una investigación sobre Cuba con un órgano de consulta, que hubiera un informe que mostrara como Cuba estaba exportando la revolución, negando las libertades, etc., y que se celebrara una reunión de cancilleres en marzo donde esperaban el acuerdo de la ruptura de relaciones diplomáticas y la salida de las embajadas cubanas, la ruptura de las relaciones comerciales que les permitiera invocar la ley de comercio con el enemigo, alguna acción militar que permitiera sellar a Cuba y la exportación de armas, el control de agentes comunistas, además de los de “Castro” y se evaluó las posiciones de los gobiernos latinoamericanos y las dificultades por la oposición o las dudas de algunos.
Estos planteamientos llevaron a valorar lo que debía hacerse para la aquiescencia de esos gobiernos, en lo que Dillon adujo que podía ayudar el programa económico recién adoptado, -lo que aludía seguramente al anunciado el 11 de julio de un empréstito para el desarrollo, con exclusión de Cuba, dentro del Plan Eisenhower– también se habló de los intercambios con el presidente electo, John F. Kennedy para informarle sobre estos planes, y de la bancarrota de Cuba que haría más fácil contar con el servicio de personas con el desembolso de dinero.
Aunque finalmente no se llegó a ningún acuerdo definitivo, solo se habló de continuar con estas labores, proponer alguna persona para coordinar, etc., es de destacar el contenido de este intercambio, en noviembre de 1960, cuando en el más alto nivel de los Estados Unidos se estaba determinando el futuro de Cuba desde las agresiones que se programaban y realizaban con el imperio como eje central, aunque Eisenhower insistiera en que no se viera su mano. Estados Unidos, en sus representantes más altos, se sentían con el derecho a determinar el futuro de Cuba.
[1] El documento de referencia fue consultado en Foreign Relations of the United States, 1958-1960 Cuba, Vol. VI, Government Printing Office, Washington, 1991, pp. 1127-1131. En el documento se consignan varios renglones no desclasificados en diferentes momentos.
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Profesora titular