Para el especialista de primer grado en Anestesiología y Reanimación de la Isla de la Juventud, doctor Yoydel Santines Acuña, integrar la brigada número 20 del contingente Henry Reeve, que combatió desde el mes de abril la pandemia de coronavirus en Turín durante tres meses, resultó un sueño cumplido.
“Desde que Fidel en el 2005 fundó ese grupo de avanzada para situaciones de desastres y graves epidemias añoraba la posibilidad de ser parte; no fue hasta hace tres meses, cuando nos necesitaron para enfrentar la COVID-19 en Italia —epicentro global de la enfermedad entonces—”, afirma el galeno de 39 años de edad, el único pinero miembro de esa tropa sanitaria.
Para los 38 integrantes de la brigada ir a la capital de la región italiana de Piamonte constituyó una gran experiencia, donde sortearon varios obstáculos como la incredulidad de algunos profesionales de ese país ante la sapiencia y experticia de nuestros colaboradores.
“Llevamos la medicina cubana al corazón de Europa, pero no fuimos a imponernos. Con el grupo había grandes expectativas y cumplimos con creces. Al principio no nos querían; sin embargo, les demostramos el valor de lo que hacemos acá”, explica el doctor Santines Acuña.
Una nave de la fábrica italiana de autos de Turín (FIAT) se convirtió en el hospital de campaña donde los especialistas les salvaron la vida a 176 pacientes contagiados con el SARS-COV2. Ese centro con 88 camas disponibles fue instalado por la fuerza aérea de la nación europea y los profesionales cubanos ayudaron en el montaje de los equipos. El primer caso llegó el 19 de abril.
“Fueron jornadas inolvidables, a pesar de que vivimos momentos complejos junto a los médicos y enfermeros italianos. Nos enfrentamos a nuevas tecnologías y aprendimos sobre la atención al paciente desde otros puntos de vista. El idioma fue difícil, pero la medicina y el amor es un lenguaje universal”, asegura.
“El hospital estaba dividido en tres zonas: roja, amarilla y verde. La primera donde estaban los enfermos, distribuidos en medicina interna, terapia intermedia e intensiva —que nunca llegó a ocuparse—. En la segunda se ubicaron a los recuperados y la tercera se destinó para el trabajo de mesa, además, de llamar a los familiares de los pacientes”, dijo.
Los cubanos entraban a la zona roja durante cuatro horas. Ese era el protocolo establecido. Un grupo compuesto por tres especialistas permanecía en el centro asistencial hasta finalizar la jornada y tres equipos integrados por ocho médicos y enfermeros rotaban en diferentes momentos del día.
“Estuve al frente de uno de esos equipos. Allí más que un anestesiólogo era intensivista. En muchos casos tuvimos que ventilar o intubar a los enfermos, además de revisar los dispositivos. Nosotros manteníamos los tratamientos, atendíamos las complicaciones y luego entregábamos cada paciente a los especialistas fijos en la zona roja”, comenta Yoydel.
Durante su estancia en Turín, el internacionalista pinero recordó más de una vez su preparación durante los 12 primeros días de abril en la Unidad Central de Colaboración Médica. Allí conoció de los protocolos establecidos por la Organización Mundial de la Salud y de lo poco que los expertos del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí sabían del nuevo coronavirus.
“Algunos pensarán que el momento más difícil es cuando estamos adentro de la zona roja; sin embargo, lo duro es al salir, porque el equipo de protección personal ya está infestado. Es necesario mucha tranquilidad para quitarse la ropa, aun cuando se traban los zippers y nadie puede ayudar para no violar las normas”, expuso.
En las situaciones más tensas, el doctor Yoydel pensaba en sus familiares, especialmente en su hija de dos años, pero también en sus colegas del Hospital General Docente Héroes del Baire de Nueva Gerona. Reflexionaba que, si en una nación desarrollada existía escasez de algunos recursos sanitarios, ¿cómo estarían enfrentando la epidemia sus compañeros en un país bloqueado?
“Mi mayor preocupación era no infestarme porque entonces sería una carga para mi brigada. Nos reuníamos a diario y siempre decíamos que nadie podía contagiarse, ni esconder síntomas. Esa era también la preocupación de la dirección del país y de nuestros territorios, con quienes nos comunicábamos con frecuencia”, relata.
Los galenos de la Henry Reeve en Turín debían concluir la misión el 10 de julio, pero no lo hicieron, esperaron a recuperar completamente el último enfermo seis días después.
El trabajo de los especialistas fue reconocido por las autoridades de la región y los propios pacientes, con quienes se encontraron tras su rehabilitación en el parque Dora, donde por primera vez luego de la pandemia se reunieron 400 personas, en esta ocasión para agasajar a los cubanos.
“Recibimos el sello a la Honoreficiencia, que por vez primera la ciudad de Turín lo entrega a extranjeros. Desde ahora se otorgará a quienes enfrentan la COVID-19”, dijo.
“Otra de las despedidas fue casi al salir para la cuarentena —narra con lágrimas en los ojos. Convocaron a una reunión. Los directivos se reían; comentaron que habían gestionado unas camisetas con los gerentes del club de fútbol Juventus, pero estos se negaron porque eran muchas las peticiones en toda Italia. Sin embargo, Cristiano Ronaldo dijo: «para los médicos cubanos sí». Muchos lloramos, casi ni lo creíamos al ver su firma”.
De vuelta a la patria, las cámaras de la televisión mostraron a Yoydel emocionado en el recibimiento en el aeropuerto José Martí. Él y sus compañeros le devolvieron la vida a una ciudad que encontraron envuelta en la tristeza y la desolación.
“Ahora mi principal misión está en Cuba, debo mantener los resultados. Si logré aportar un granito de arena en otro continente, en este momento voy a hacerlo por mi tierra”, concluye.