Que tengamos en Cuba una amplísima red de museos, que llega a todos los municipios del país es ciertamente un privilegio, que no siempre aprovechamos del todo.
Cuando este redactor era niño, estudiante de primaria, una vez a la semana visitábamos el Museo Municipal, no solo para apreciar las colecciones, que ya conocíamos al dedillo, sino para interesarnos por varios temas de la historia local.
No era una actividad esporádica. Estaba programada semanalmente. Y se cumplía.
Algunos museos del país mantienen ese vínculo con las escuelas; pero otros parecen dormir el sueño de la apatía y el desinterés.
Y no hablamos precisamente de los museos de carácter nacional, que de alguna manera u otra tienen garantizada la afluencia permanente de público, que desarrollan habitualmente peñas, tertulias, conversatorios, presentaciones, jornadas científicas… Hablamos de los museos locales, los que están ubicados en pequeñas localidades.
Por supuesto, las colecciones allí suelen ser más pequeñas, lo que no significan que sean menos interesantes. Pero lo cierto es que los habitantes de esos lugares es probable que ya las tengan más que vistas.
Ahora bien, un museo es, tendría que ser mucho más que una vitrina de objetos. Tiene que ser un centro cultural de referencia para la comunidad.
De las autoridades de la cultura en cada municipio depende, en buena medida, que el museo cuente con una programación estable y atractiva, que salga incluso de las cuatro paredes de los locales y se extienda a los barrios y centros de trabajo.
Hay potencialidades en todos los lugares. Y hay un público. Y si no existe, se puede formar.
Por si fuera poco, los museos tienen una responsabilidad perfectamente definida: investigar, estudiar, promover la historia de las localidades. Y ese es un campo prácticamente inagotable.
La historia mayor, la de la nación, se nutre de esas historias pequeñas. De hecho, es imposible entender la lógica de muchos grandes acontecimientos sin buscar las raíces en el devenir de las comunidades.
Es un amplísimo campo de estudio. Y para eso están también los museos municipales. La labor de extensión cultural es indispensable, porque el museo no puede encerrarse en sí mismo. No basta con limpiar el polvo de cuando en cuando, hay que renovar y replantearse algunos esquemas.
La polémica, el debate, también son necesarios a la hora de narrar los acontecimientos más importantes de la nación.
No vamos a insistir en la necesidad imperiosa de conocer la historia, eso ya es casi lugar común… Pero hay que atender esa demanda con creatividad y espíritu crítico. La historia no puede ser letra muerta. Y los museos tienen mucho que hacer en ese sentido.