Madre de guerreros, guerrera ella misma porque hizo a sus hijos jurar de rodillas que lucharían por una Cuba libre, esta humilde santiaguera nacida en Santiago de Cuba el 12 de julio de 1815 quedó inscrita en nuestra historia como Madre de la Patria.
Y pudiera nombrársele también como madre infinita porque inspiradas en su ejemplo muchas otras cubanas, en el transcurso de la lucha, educaron a sus hijos, como expresa el Himno Nacional, que vivir en cadenas es vivir en afrenta y oprobio sumidos, y lanzados al combate se convirtieron en héroes y mártires de esta tierra.
Catorce hijos engendró Mariana, la mayoría de los cuales tanto de su primer matrimonio con Fructuoso Reguiferos como los concebidos con Marcos Maceo, cayeron en la pelea por la independencia ostentando por su decisión y bravura grados militares. En la guerra perdió también al padre de los Maceo, Marcos, que antes de morir exclamó ¡He cumplido con Mariana!
Desterró las lágrimas por el dolor de las sucesivas pérdidas de sus seres más queridos, y las soportó en silencio, con el orgullo de saber que cada uno de sus caídos era una ofrenda al altar de la patria y al más pequeño que aún no se había incorporado a la guerra lo conminó a empinarse porque ya le había llegado el momento. En plena manigua soportó hambre, frío, los rigores de la vida a la intemperie, el riesgo de contraer enfermedades y hasta de caer prisionera o morir por las balas enemigas sin que nada la desalentara, por el contrario desbordaba energía ayudando en cuanto fuera necesario a la tropa libertadora y les trasmitía a todos su inconmovible patriotismo.
De ella, escribió José Martí: “¿Su marido cuando caía por el honor de Cuba no la tuvo al lado? ¿No estuvo ella de pie, en la guerra entera, rodeada de sus hijos? ¿No animaba a sus compatriotas a pelear, y luego, cubanos o españoles, curaba a los heridos? ¿No fue, sangrándole los pies por aquellas veredas, detrás de la camilla de su hijo moribundo, hecha de ramas de árbol? ¡Y si alguno temblaba, cuando iba a venirle al frente el enemigo de su país, veía a la madre de los Maceo con su pañuelo a la cabeza, y se le acababa el temblor!” Cada cubano puede sentirse reflejado en el sentimiento del Apóstol cuando conoció personalmente a la madre de los Maceo: “No hay corazón de Cuba que deje de sentir todo lo que debe a esa viejita querida, a esa viejita que le acariciaba a usted las manos con tanta ternura”.
Acerca del autor
Graduada de Periodismo. Subdirector Editorial del Periódico Trabajadores desde el …