Solo, de pie frente aquel campo plagado de marabú, Rody Carmenaty Castañeda sintió que el mundo se le venía encima.
Con 33 años giró el timón de su vida y fue, de un cómodo puesto en la dirección municipal de Servicios Comunales en San Luis, a la tierra estatal ociosa que le habían otorgado en usufructo; 7.28 hectáreas de maleza que le metían miedo al más valiente de los labriegos.
Machete en mano, con el apoyo de amigos y familiares, y un crédito bancario de 14 mil pesos Rody le puso manos a la obra. A un año de beneficiarse con el decreto Ley 300 ya ve germinar yuca, berenjena, quimbombó, pepino, fruta bomba, habichuela, maíz, calabaza, plátano…
Él, como el resto de los 32 usufructuarios y 168 trabajadores del polo productivo El Alambre, en el santiaguero municipio de San Luis, no desmayan en el interés de diversificar producciones aunque para ello tengan que batirse contra limitaciones materiales y un clima complicado que parece haber roto relaciones con la lluvia.
Pero Rody ahí, “comiéndose” El Alambre a pecho descubierto al punto de tener casi lista una casa, sencilla pero cómoda, en pleno campo, a donde piensa mudarse junto a su esposa y dos hijas para estar más cerca de lo que siente como suyo por derecho de conquista.
Al final de cuentas el saldo de tanto Sol y sudor sobre el surco parece darle la cuenta.
“Ahora mismo el precio del maíz ha subido, el que sustituye importaciones se paga a 400 pesos el quintal, este que es para semilla a 725, así que la ganancia debe ser buena porque mire usted cómo está subiendo de lindo.
“Es una variedad experimental que parece tendrá buen rendimiento, eso junto al resto de las cosechas deben dar un doble beneficio: alimentos para el pueblo e ingresos para mi bolsillo”.
De la TV y el periódico a la mesa
El Alambre, en San Luis, con sus 462 hectáreas es, junto a Los Reynaldo (Songo-La Maya) y Laguna Blanca (Contramaestre) pilar de la sostenibilidad alimentaria, en materia de viandas y vegetales, de la ciudad santiaguera, además de tributar al autoabastecimiento municipal.
En las dos unidades básicas de producción cooperativa que conforman el polo sanluisero (Alberto Marrero y El Alambre) se diversifican producciones con el interés de “poner lo suyo” en los mercados, hoy signados por el vacío y las expectativas de un pueblo que espera ver, lo más rápido posible, el paso de los surtidos del televisor y los periódicos a la mesa.
En ese empeño andan los agropecuarios, tal y como comenta a Trabajadores Juan Manuel Socarrás Torres director de la empresa agroforestal de San Luis, entidad que además de los cultivos varios aporta en el orden pecuario y cafetalero.
Las prioridades definen la cotidianidad de sus trabajadores que saben qué hacer: diversificar las producciones con destino a la comercialización, consolidar el programa de desarrollo cafetalero hasta 2030, tributar a la sustitución de importaciones con cultivos como el maíz, el frijol, la soya y el sorgo, e incrementar los rubros exportables.
“El café entre ellos, precisa el ingeniero Socarrás Torres, pero además el carbón de marabú, un renglón que se fomenta”.
Del mismo modo se amplía el potencial avícola sanluisero, que hoy tiene en la obtención de huevos su mayor fortaleza, pero que aspira también al incremento de la carne de ave con la ceba de pollos, para lo cual se acondiciona con celeridad la granja Avelino Vallina.
La siembra de cultivos de ciclo corto es “furia desatada” desde que la Covid-19 y sus impactos dentro y fuera de Cuba dejó en claro que la producción de alimentos desde “dentro” es camino obligado ese que Rody desanda desde aquel día en que desafiando al marabú decidió poner manos a la obra y “comerse” El Alambre.
Acerca del autor
Periodista cubana. Máster en Ciencias de la Comunicación. Profesora Auxiliar de la Universidad de Oriente. Guionista de radio y televisión.