Por muchas razones, la vida de Óscar Hernández Acosta está conectada al matancero hospital militar Dr. Mario Muñoz Monroy, la institución con la que mantiene una relación más allá de la cercanía geográfica que los convierte en vecinos.
El centro sanitario fue el primero en venir a su mente el día de la noticia del cierre de las operaciones turísticas en Cuba, y también del fin de su contrato con en hotel Palma Real, de Varadero.
Nada más bajó de la guagua que lo traía de regreso, pasó de largo por el frente de su casa, llegó al hospital y propuso: “Si me aceptan, puedo trabajar voluntariamente para ustedes”.
Dos meses lleva el chef internacional poniéndole su sabor a la comida de los pacientes y trabajadores del hospital encargado de la atención a sospechosos y enfermos de la COVID-19 en la occidental provincia de Matanzas. “Es mi manera de contribuir a salvar sus vidas y a cuidar de los médicos para que atiendan todo lo mejor que saben”.
Pocos lo conocen. Es la segunda vez de Óscar en esa cocina. Hace unos años, el intempestivo cierre del cabaret Tropicana Varadero lo dejó disponible. Pidió empleo en el Mario Muñoz y eso le marcó la existencia. Y gracias a ese momento, confiesa, guarda también uno de sus más bellos recuerdos.
“Tuve la posibilidad de cocinarle a una delegación de alto nivel. Quién me lo iba a decir. Raúl Castro estaba allí. Después de degustar mi menú, me dio un abrazo…”. De esta manera, cuenta feliz, volvía a participar en la preparación de un menú para uno de los grandes dirigentes del país.
Antes, narra emocionado,» integré el equipo que elaboró un bufet en la inauguración del hotel Paradiso, el 10 de mayo de 1990. Fidel probó lo que hicimos y pasó cerquita de mí. Yo solo tenía 17 años».
Tres décadas después, Hernández Acosta afirma lo que es fácil adivinar: “La cocina es mi vida. Estoy entregando al hospital todo lo que sé. No me guardo nada”, dice en alusión a las llamadas y mensajes de compañeros que lo tildaron de loco por “meterse” en la peligrosa zona roja en el combate contra el Sars Cov- 2.
“Cómo no venir aquí a luchar con ellos… Hace cuatro años perdí a mi madre en este mismo hospital. A ella nunca le faltó nada… Yo tenía que ser recíproco. Llegó mi hora y no podía desaprovecharla”.
De su calidad nadie allí tiene dudas y su gesto recibe reverencias de dentro y fuera de la institución médica.
El director del hospital, Juan Carlos Martín Tirado, da fe de su calidad. “Es admirable su entrega e iniciativas constantes. Hace poco nos sorprendió con una receta a base de berenjenas y con otro plato que era simplemente papa hervida con una salsa de un sabor especial. Él convierte en alta cocina cualquier cosa que toca. Eso habla del amor y la dedicación que le pone a todas sus elaboraciones”.
Se trata, alienta Oscar, de ponerle el corazón a todo lo que se haga. Ese es su ingrediente principal. Su arma secreta, dice y sonríe. “En mi caso, intento ajustar el menú a la situación que estamos padeciendo con el nuevo coronavirus. En la medida de lo posible, se debe comer sano. Siempre procuro incluir la opción del ají relleno o los vegetales salteados. Gustan mucho”, comenta, mientras remueve la sopa.
“Es muy estimulante sentir el móvil sonar y que cuando mires, sea un mensaje diciéndote: los que estamos en la zona roja te agradecemos por tan buen almuerzo. Eso es un regocijo para seguir haciendo cosas nuevas”.
Cuenta que ya es normal que “los trabajadores de servicio esperemos la salida de alta de los pacientes para aplaudirlos.Hace poco me asomé a mirar por la persiana y en eso una familia se dio cuenta de que yo era el cocinero y se detuvieron para comentar que le gustaba la comida y el niño dijo: y yo también, yo me la comía toda, y fue bonito porque sus padres aseguraron que el hijo era muy melindroso”.
Cuando se escriba la historia de la COVID-19 y el hospital militar de Matanzas, de seguro el nombre de Oscar aparecerá entre los que ayudaron a salvar al francés Jack Gaetan. “Varios días estuvo grave, y yo me interesaba por saber qué podía o quería comer”.
Para el teniente coronel Martín Tirado “el principal mérito de Oscar radica en ese altruismo de brindarse a venir aquí, a trabajar con nosotros sin que se le pagara nada. Él decidió que si no podía cumplir con su deber de atender turistas, entonces debía estar en la trinchera de la cocina. Por eso aquí se le respeta y quiere”.
Justo la dimensión dada allí al desempeño Óscar ha hecho que el chef internacional haya decidido permanecer en la institución médica por el tiempo que sea. “Aquí estaré hasta que haga falta”, afirma con determinación y su esposa Dayamí Gálvez Escobar, sicóloga en el propio hospital militar, le acompaña en la decisión con un guiño desde sus verdes ojos.
Una de las cosas que más reconforta a Oscar son las llamadas recibidas desde el complejo turístico Solymar-Arenas Blancas-Palmera Real. “Me piden que me cuide mucho”, una alerta también hecha por el presidente de la Federación de Asociaciones Culinarias de la República de Cuba, Ciro Eddy Fernández Monte, y por su homólogo en Varadero, Ramiro Macías González.
Oscar Hernández vislumbra buenas cosas para la reapertura de la industria de ocio en Cuba. “Lo sucedido con la pandemia, su impacto fundamentalmente en el turismo como economía y en los trabajadores, creo que nos hará mejores profesionales, querer más lo que hacemos, entregarnos mucho más… Todo ello será genial porque redundará en mayor calidad”.
Para el poseedor de la Medalla al Mérito Culinario y miembro de la Asociación Mundial de Chef, una de las mejores cosas que le han sucedido en este tiempo las asocia a un reciente mensaje.
A Óscar le pidieron averiguar si en el militar quedaba un huequito, para trabajar allí con él. “Era uno de los que me tildó de loco”. Orgulloso, asegura, “en eso se parecen la solidaridad y la COVID-19. Las dos contagian”.