Por: Cira Romero
Las trampas de la vida suelen ser imprevistas. Un proceso de usurpación parece dominar por estos días, donde se cortan o se prolongan esperanzas, se solventa la inercia, mientras que el germen inocuo de la poesía lanza su requisitoria queriendo encontrar respuestas cuando el mundo parece estar en decadencia, balbuceando la evidencia del rigor mortis como si fuera la escalada definitiva.
Jesús Lara Sotelo a quien he llamado en otro lugar «el artista de las posibilidades», ha secuestrado las palabras y ahora, en la Antología cuasi profética (2020) reúne parte de su ya extensa obra poética, y nos las devuelve desde el asomo de su fuerza, como si estuviera poniendo en juego (y asistiendo) a nuevos nacimientos en medio de rozamientos, desencuentros y reproches mudos.
Hombre de la existencia plena, parece que desde hace ya mucho tomó una decisión que no terminará nunca, porque jamás renunciará a ella: ser un salvador de sí mismo mediante la palabra y entregárnosla para que hagamos de ella y con ella un juego espiritual de conveniencias y asomos, de temores y barruntos de lo que es y no es.
Pruebo ahora con una palabra que no me gusta porque me sabe a experimento, a intento no consumado: proceso. ¿Acaso su obra transcurre, se sucede, acontece? Sí, pero con un cuidadoso desarrollo pleno de implicaciones y circunstancias alongadas que nos muestran la necesidad de entender y entendernos, mal acaso inevitable cuando no deseamos acceder al todo íntimo.
Como desde un solitario espejo mira y nos mira, queriendo atravesar con sus versos las máscaras de rostros ajenos y el propio, aspirando a tener en su mano cierta lorquiana «paloma de melancolía» y con ella atravesar las mejores y peores partes del ser humano.
Lara se desprende y nos desprende del alto precio de las búsquedas de respuestas, y siente y lo comparte porque están ahí, a la vuelta de la esquina, queriendo levantarse, con ventaja, de la esperanza. Su etiqueta poética, de matriz a veces nihilista, se enhebra con verdades abrumadora de intenciones voluntariosas donde tienen espacio los antagonismos, las discrepancias. El yo y el tú que avanzan desde la palabra que es, siempre, concepción de la vida.
Si a veces el poeta se nos presenta al descubierto, otras cierto artificio lo invade, pero siempre constreñido a la razón de vida, que para él puede ser una especie de polvillo fabuloso desprendido de la nada. Poesía de vericuetos y de llanuras, oxímoron ideal para el caso, la suya nos conduce por lo onírico, lo pesadillesco, lo simbólico y lo extrañamente misterioso, presuntamente heredera de aquella frase, ya emblemática, del filósofo español José Ortega y Gasset: «Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo», aparecida en sus Meditaciones del Quijote. Sus sueños, sus inquietudes, sus perversidades, su personalidad, sus misterios, sus ceremonias y ceremoniales, para decirlo con el título de un libro de César López, no poseen la inanidad de lo común, sino la plenitud del misterio, la taumaturgia de lo bello como aliciente.
En esta poesía no hay camino para lo algodonoso, lo simplista, lo fabricado previamente, sino que la nutre una gama de ímpetus avasalladores que, sin confraternizar unos con otros, convertidos a veces en dioses justicieros, se posesionan de verdades en medio de una comunión sagrada con lo solemne, que se desvirtúa al paso de la no banalidad.
Antología cuasi profética no es invención, es conciencia de examen, reclamo de lo contrastado, es obra religada a lo sustantivo sin posiciones asépticas. Tampoco es un torpe sueño literario, sino expresión de las necesidades del ser humano, que no sabe ya si dormir, despertar o entregarse a un éxtasis continuo.
Ni excéntrico ni imperioso, abriendo y cerrando puertas en busca de lo que le pertenece, Jesús Lara Sotelo es un hiato en la cultura cubana. Sus entregas, sea en la literatura o en las artes visuales, es compensación duradera para los que creemos en la maestría de la creación, modo posible de iluminar lo que se espera.