Holguín.— Mario Kindelán recorre el pasillo de la Eide Pedro Díaz Coello, y el reloj del tiempo se detiene. Una sensación de melancolía y gratitud cautiva a la memoria, retornándonos a la edad cuando su boxeo fue puro arte, inigualable orfebrería.
Mientras camina hacia nuestro encuentro pensamos que su obra se ha escrito a sí misma, vigente, imperfecta, ¡humana! ¿Qué mejores ingredientes para seducir al más exigente paladar? Al estrechar su mano se despeja la burbuja de la nostalgia. En su mirada no ancla la duda. Brilla el espíritu del guerrero. Intenso, libre. ¡Buena noticia en el horizonte!
Toma asiento y su verbo, similar a los afilados golpes que lo ayudaron a coronarse rey por siempre, comienza a taladrar la anatomía de proezas, incomprensiones, ¿cicatrices? Algunos escriben sobre sentimientos y vivencias, ¡nosotros los tocaremos!
“Comencé practicando voleibol, pero el profesor José Cárdenas veía la facilidad con la que liquidaba a los compañeros tras ponerme los guantes. Un día me llevó al entrenador Juan Domínguez y le dijo, ¡aquí tienes un peleador, si sigue allí acaba con los jugadores! Así a los 15 años inicié mi camino. No transité por las categorías inferiores. A los cuatro meses de boxear en serio fui campeón nacional. Desconozco la razón. Creo que lo traía en la sangre”, sonríe al degustar una fibra íntima de sus recuerdos.
“La ruta hacia la selección nacional fue rápida. Alcides Sagarra afirmó que era un caso especial. Gozaba de ciertas habilidades. Otros especialistas apoyaron su criterio”, asevera como si leyera un párrafo de las páginas de su vida.
Varias victorias se abonan tras auténticos ejercicios de supervivencia. Hay rivales que a pesar de ser domados convierten cada combate en episodios inolvidables.
“Mi gran contrincante fue Lorenzo Aragón. Su estilo no gustaba a algunos, aun así, les ganaba a todos. Conmigo lo hizo en cuatro ocasiones, aunque también le vencí. Su manera era única. Golpeaba en el lugar exacto. Doblegó a púgiles de la calidad de Julio González y Arnaldo Mesa. Somos grandes amigos.
“Para lograr títulos olímpicos y mundiales entrené salvajemente. Puedes tener talento, pero si no te preparas es imposible. En la finca del Wajay, en La Habana, existía un artefacto de hierro, un simulador de combate. La mayoría apenas lo utilizaba. Varias veces acabé con la boca rota. Al final logré una maestría tremenda”.
Envuelto en un peculiar gesto reflexivo revela el orgullo de ser pupilo de figuras de la estatura profesional de Alcides, Raúl Fernández, Julio Mena y Julián González Cedeño. Ese último vital en su carrera.
El combate, perdón, el diálogo, aumenta su ritmo, el mito no rehúye el intercambio. Lanza palabras sin tregua.
“Tuve pocas derrotas. La de la Copa del Mundo por equipos en el 2002, en Kazajistán, dolió. Problemas personales influyeron. El colectivo técnico decidió enviar a Rudinelson Hardy. De repente se echaron para atrás. Aclaré que no estaba en condiciones. La respuesta de Sarbelio Fuentes fue: ‘¿Qué se le dirá al pueblo sobre tu ausencia?’ Al final asistí y perdí ante Ruslan Musinov. Se acabó una cadena de cuatro años invicto. Cuando llegamos a Cuba, a las tres de la mañana, imaginé que nadie nos esperaría en el aeropuerto. Estaba el Comandante en Jefe. Con tremenda vergüenza le dije que no tenía justificación. Mi compromiso fue no perder más. Su respuesta no la olvido. ‘¡Levanta la cabeza, tú y yo somos de la misma estirpe!’ Eso me impulsó… ¡y de qué manera!”.
Animados, decidimos hurgar en tiempos especialmente exigentes. Así se disfrutan ciertas conquistas.
“El oro en los Juegos Olímpicos de Sídney 2000 es mi mayor tesoro. Fidel influyó mucho. La idea de los preparadores fue bajarme a 57 kilogramos. Era imposible, estaba débil. Lo comuniqué y no entendieron. Contacté con el Comité Central del Partido y el Comandante me atendió. Realizó una llamada y volví a los 60 kilos. Peleé como un león. Al bajar del avión la medalla fue a su cuello”.
El boxeo comprende un amplio rango de destrezas. Hay quien atesora un punto más de talento y somete al rival mayúsculo.
“El británico Amir Khan tenía nivel. Antes de los Juegos Olímpicos del 2004 no asustaba. De hecho, la primera vez lo superé fácil. En Atenas resultó otro. Me impresionó, barrió a la mayoría. La final fue tremenda. Perdí el primer asalto. Después recuperé el ritmo y gané el título. Aclaro que él pasó un mes con nosotros en una base de entrenamiento en Turquía, y aunque no hizo sparring conmigo, sí los realizó con otros compañeros de la selección.
“En el 2005, ocho meses después de mi retiro, llegó la noticia de que se había accedido a un combate de exhibición en Inglaterra, pues Amir pasaría al profesionalismo. No lo deseaba. Por ética no mencionaré los detalles expuestos. Acepté, y luego de prepararme una semana asumí el reto. Triunfó cerradamente. Siendo titular del orbe a ese nivel vino a Cuba y compartimos. Noté su respeto”.
Nuestro protagonista hace una pausa. Se frota las manos y su voz algo abatida descorre la cortina de otras emociones. “Ganar en la cita olímpica de Grecia la Copa Val Baker al mejor púgil fue algo único. Cuando la recibí, rendí homenaje a Roberto Balado, gran boxeador y ser humano.
“No conservo mis medallas. Decidí donarlas a museos, hoteles y otras instalaciones. De esa forma las personas las disfrutan más”.
Comenta que su apetito de gloria le obligó a nunca desfallecer.
“Al conquistar el primer oro mundial decidí trabajar más fuerte. Así logré tres coronas. Lo gané todo. Actualmente algunos triunfan una vez, y luego pierden frente a desconocidos. La derrota existe, aunque hay aspectos que los grandes no pueden permitirse”.
Timbra su móvil y se excusa. Atiende la llamada, y tras colgar vuelve a percutir con la pólvora de su franqueza.
“La escuela cubana ya no es la misma. Uno puede tener sus ideas, pero hay fundamentos históricos que no conviene olvidar. Hoy tenemos entrenadores muy capaces metodológicamente, pero han echado a un lado varias enseñanzas de Alcides. Respeto sus opiniones. Lo que nos dio resultado ayer deberíamos mantenerlo”.
La “disputa” avanza. Continuamos desempolvando vivencias.
“No gané muchos Torneos Nacionales Playa Girón. En mi tiempo había tremenda calidad. Peleé ante rivales excepcionales. Diosvelis Hurtado, Julio González e Idel Torriente fueron algunos de ellos”.
Cuando conversa trata a las palabras sin adornos.
“Soy jefe de cátedra del Boxeo en la Eide, tengo buenos alumnos. Impresiona Eliecer Osorio, un talento de 14 años que se bate con los juveniles. Si mantiene la disciplina podrá ser campeón olímpico”.
Lealtad y compromiso son excelente ecuación para caminar con éxito por la vida; sin embargo, el látigo de la incomprensión deja profundas huellas sobre la piel del ánimo.
“Aquí un director provincial me tildó de atleta desfasado, y me negó artículos para el adiestramiento”, precisa, antes de abrir la caja de los truenos. “Le respondí al estar entre los 10 mejores del país. Laborando en Ecuador un jefe de misión divulgó que yo era un posible desertor. Mi fuerte respuesta se asumió como una falta de respeto a un funcionario. Me suspendieron. Jamás he sido un traidor. Tal vez por eso no recibo la mejor atención.
“En la Eide sí noto respaldo. Sin duda, lo valoro”. Su mirada ahora descansa sobre una madre que lleva a su hijo de la mano, entonces confiesa íntimos recuerdos, “mi mamá no quiso que fuera boxeador. No veía mis peleas. Recibí su apoyo en los estudios. Eso me sirve en la responsabilidad que tengo, la cual asumo con seriedad”.
De repente un fuego que arde en su memoria se aviva. “No pude asistir a la última gala del boxeo cubano. Dijeron que no había hospedaje. Jamás lo entenderé. Por estar presente hubiera dormido hasta en el ferrocarril para comprar un pasaje. No obstante, el pueblo aplaude y reconoce mi trayectoria. Eso no tiene precio”.
El móvil vuelve a sonar. Mario Kindelán pide disculpas. Cuelga y prolonga. “Soy revolucionario. Amo a mi país. Mi lema lo llevo grabado en un pulóver y lo digo donde quiera. ¡Creo en Fidel como otros creen en Cristo!”, legitima cual rezo de agradecimiento. Y abanderado de optimismo acelera el paso para retar a otro día en el combate de la vida.
Felicidades a Kindelán de los grandes del boxeo
Kindelán, Campeón, no exageres. Soy cristiana, pienso que de las mejores cosas que le han sucedido al pueblo de Cuba es que nos tocara el invicto Cmdte. en Jefe, que nunca tuvo miedo, que no traicionó sus ideas y que cumplió sus sueños para el pueblo y los disfrutó, gracias a Dios, pero no hay comparación, Cristo es Dios hecho hombre y Fidel un mortal con virtudes y defectos. Si no quieren no lo publiquen.
Muy lindo trabajo de nuestro colega, a un !tremendo boxeador y persona!…Nuestro respeto y admiración al querido coterráneo Mario Kindelán.
A ti nunca se te subio la fama, seguiste siendo el mismo de siempre, inclusive cuando estuviste de entrenador en China, fuistes el mismo alla y con los de aquí, eso les molesto a muchos, pero los buenos son buenos hasta en los tiempos del coronavirus, te Felicito y considero que si alguíen tiene que estar en la Finca como entrenador es Kindelán.
Felicidades Campeón las figuras como tu siempre estaran en el corazon de los cubanos fuiste de un estilo unico y respetuoso nunca se te vio abusar de ningun rival y eso se llama respeto
FELICIDADES CAMPEON