La noción de qué es lo normal o no en el comportamiento de los seres humanos es una de las más complicadas, hasta el punto de que a veces resulta fuente de injusticias notorias, por la relatividad que en sí misma contiene su interpretación.
No obstante, en este más de mes y medio que dura la excepcional situación del enfrentamiento a la COVID-19 en nuestro país, es frecuente escuchar a las personas hablar sobre sus añoranzas y expectativas por la vuelta a la normalidad.
Sin duda, las condiciones de distanciamiento físico que requiere el control y prevención del nuevo coronavirus distan mucho de ser lo normal para la mayoría de nuestra gente.
Sin embargo, también este tiempo nos dejará lecciones importantes y, definitivamente, aprendizajes que quizás pasen entonces a ser una nueva dimensión de nuestra normalidad.
Nadie renunciaría, por supuesto, al cariño y la expresión de afectos que requieren —más aún en Cuba— una proximidad ahora imposible y que casi unánimemente todos ansiamos rescatar lo más pronto que se pudiera.
Pero ciertos hábitos de autocuidado, higiene individual, protección ante síntomas gripales y otras acciones a las cuales hoy nos obliga el SARS-CoV-2, valdrían la pena que pasaran a ser parte de nuestras futuras rutinas.
Lo normal a largo plazo no podrán ser, seguramente, las estrictas e imprescindibles restricciones a las cuales debemos someter hoy nuestros movimientos, pero sí la racionalidad en el uso de la transportación pública o las experiencias que nos deja el actual impulso a prácticas como el teletrabajo y el trabajo a distancia.
Quizás en lo adelante podremos aspirar hasta a un mejor aprovechamiento del tiempo, con la supresión de reuniones innecesarias o que son posibles de sustituir por intercambios mucho más operativos, las cuales hasta antes de la COVID-19 eran nuestra, no pocas veces ilógica, normalidad.
Tendrían que ser normales siempre, por supuesto, otros valores ya presentes en nuestra sociedad, pero cuya acentuación recabamos en las actuales circunstancias, como la solidaridad y la entrega para ayudar a los grupos humanos más vulnerables, con la debida concreción en políticas y formas de hacer que ahora reforzamos, y también redescubrimos o innovamos en determinados casos.
Mucho habrá que mejorar también para alcanzar esos nuevos estándares de normalidad. Pongamos el ejemplo de la renovación que de manera un tanto abrupta y no exenta de percances, es cierto, sufren ahora mismo determinadas prácticas en nuestros establecimientos comerciales, al tratar de garantizar la venta de productos y servicios por vías diferentes, ya sea mediante las tiendas virtuales o por mecanismos de distribución más descentralizados.
También debería ser normal en lo adelante la prioridad que ahora la urgencia imprime a la producción de alimentos, o el hecho cierto de que en muchos lugares las placitas y agromercados están mejor surtidos en estos momentos de lo que nunca antes lo estuvieron, en esa época tan reciente que considerábamos tan normal, previa a la COVID-19.
Por el contrario, nunca más podrán ser algo normal las actuaciones deshonestas, la podredumbre de quien lucra con la necesidad ajena, la irresponsabilidad o dejadez ante el cuidado del bienestar colectivo, problemas que tanto hieren, hoy más que nunca, nuestra sensibilidad.
También el respaldo a las fuertes medidas que ahora se toman para enfrentar el acaparamiento, la reventa de productos, el trapicheo con las mercancías de primera necesidad, tendría que seguir siendo, luego que venzamos esta epidemia, lo normal.
Y así, son muchas las vivencias y formas de hacer que, queramos o no, en medio de esta batalla contra el nuevo coronavirus, van camino a conformar hacia el futuro una nueva, y ojalá que más justa y eficaz, manera de entender e interpretar esa noción tan complicada y relativa de lo que para cada quien es, simplemente, lo normal.