Una de las cualidades que deberíamos cultivar los seres humanos y de la cual tal vez no hablamos tanto, o lo hacemos con menos frecuencia que con otros valores más fáciles de identificar o de definir, es la de ser consecuentes.
Podría parecer una condición algo etérea o vaga, pero encierra una trascendencia ética tremenda, más en tiempos de transformaciones, de contratiempos y hasta de paradojas o realidades contradictorias.
Las personas consecuentes con sus pensamientos y sus actos son imprescindibles para la buena salud democrática de una sociedad. Ser capaz de sostener los criterios, fundamentarlos y defenderlos, aun cuando no sean coincidentes con el de quienes nos rodean, en cualquier espacio o nivel donde nos desempeñemos, nos hace crecer como ciudadanos.
Y mostrar una actitud consecuente no quiere decir obstinación, ni empecinamiento, ni dejar de escuchar y atender los criterios contrarios al nuestro. Tampoco implica que tengamos posturas inmutables que no puedan evolucionar y modificarse con el transcurso del tiempo y el aprendizaje que nos ofrece el estudio y la experiencia.
Pero tiene que existir cierta continuidad, una expresión auténtica de lo que sentimos y hacemos, para poder alcanzar esa posición de principios que hace distinguir a hombres y mujeres que saben ser consecuentes.
No puede ser que hoy aboguemos por algo, y mañana por otra cosa completamente distinta. Ni que en un espacio nos manifestemos de una manera, y en otro nos comportemos u opinemos diametralmente diferente, solo por quedar bien o por acomodarnos a una situación particular.
Si criticamos algo, no deberíamos acto seguido convertirnos luego en sus defensores; si actuamos de un modo en el trabajo, no podemos ser otra gente en el barrio o en la casa, o viceversa. Lamentablemente, entre nosotros casi cualquiera podría citar un caso conocido de inconsecuencia en alguno de nuestros contextos cotidianos, incluyéndonos a nosotros mismos si somos suficientemente autocríticos, pues a veces es más fácil ver la paja en el ojo ajeno, que no la viga en el propio.
Por supuesto que ser consecuente tiene también su precio. Las personas así deben estar dispuestas a buscarse problemas. Pero no es malo buscarse problemas en una sociedad como la nuestra donde tenemos tantas cosas que mejorar y perfeccionar.
Porque si actuamos de verdad en consecuencia, no admitiremos nunca convertirnos en parte del problema que pretendemos resolver, y tenemos que ser capaz de argumentar nuestra posición, con valentía y claridad, y saber admitir también cuándo nos equivocamos, si se nos demuestra el error que podamos haber cometido, sin imposiciones arbitrarias ni silencios intencionados, y como resultado de la discusión participativa y la inteligencia colectiva puesta en acción.
A primera vista, esa verticalidad en la conducta y en las ideas podría parecer difícil, sobre todo teniendo en cuenta la diversidad de situaciones que la vida nos pone a diario y en las cuales tenemos que tomar decisiones complejas, pero a la larga, no debemos tener dudas, de que lo más sensato, útil y satisfactorio para los demás y para uno mismo, es —sobre todas las cosas— ser consecuentes.
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De acuerdo, pero en 100 y 51, Marianao hay una cubana que vende 1 tubo de pasta dental en 6 cuc, 150 pesos, que hacemos con esa gente?