Durante la presentación de varios títulos del dramaturgo y escritor Eugenio Hernández Espinosa, director de la compañía Teatro Caribeño de Cuba (Premio Nacional de Teatro 2005) en la Feria Internacional del Libro 2020, en la Fortaleza de San Pedro de la Cabaña, el asimismo destacado dramaturgo, investigador y director teatral, Gerardo Fulleda León (Santiago de Cuba, 1942), también Premio Nacional de Teatro 2014, pronunció un interesante y documentado discurso en torno a la vida y obra del autor de María Antonia, Calixta Comité y Mi socio Manolo, entre otras obras a través de las cuales se respira ese interés por recrear la idiosincrasia insular y los valores más trascendentales de nuestra cultura, cuyas raíces están ancladas en el legado de los negros traídos aquí como esclavos desde el África, que vinieron a fundirse con la herencia del blanco español para finalmente conformar sólidas cimientes de cubanía.
Por su interés, reproducimos ese texto del maestro Fulleda:
La saga de un poeta dramático
Hay intelectuales que escriben teatro y consiguen buenas obras; hay dramaturgos que escriben y alcanzan excelentes dramas y hay poetas dramáticos que logran piezas señeras. Los primeros intentan copiar algunos tintes de la realidad, los segundos pueden reflejar los condicionamientos de su época con profundidad; y los últimos asumen al teatro como un espacio imaginario para la interpretación reflexiva y lúdicra de lo sensible de la realidad.
Eugenio Hernández Espinosa es uno de esos tres o cuatros creadores vivos de mi generación, con los que puede complacerse la dramaturgia cubana contemporánea, con su obra. Poeta dramático por excelencia que ha sabido recoger el habla y la cultura popular y con su ingenio y talento, convertirlo en un arma para desentrañar la sensibilidad y las motivaciones de la existencia de grandes sectores de nuestra población, quienes han padecido históricamente, del menosprecio y la discriminación por las elites culturales.
Ya desde el mitico Seminario de Dramaturgia del CNC (1961-1964), sus textos denotaban una capacidad para dejarnos percibir en ellos, como podía construir dramas de una intensidad poco común; en donde caracterizaba a sus personajes de raigambre popular y a los conflictos que estos enfrentaban, con un halito que trascendían la mera reproducción de las circunstancias; para develarnos en sus caracterizaciones, expresiones y actuar: peculiaridades, síntomas y concepciones que abarcaban a la condición humana, de grandes parcelas de nuestra población.
Sus personajes una vez descubiertos en la lectura o en la representación van a acompañarnos siempre, por la capacidad que muestran de oponerse a lo que intente reprimirles o circunscribirlos a la derrota de su propósitos; estos se resisten a ser perdedores, a permanecer en los márgenes, pese a que su actuar, en algunas ocasiones puede llevarlos a su destrucción física. Es este espíritu indomable y transgresor, muy humano, el que logra conmovernos en Maria Antonia, Mi socio Manolo y Calixta Comité, tres de las más grandes tragedias del teatro cubano de todos los tiempos.
Pero su escena no se reduce a estos hitos: la mordacidad, el humor y la ironía latentes también en toda su obra se señorean en: Lagarto pisa bonito, Emelina Cundiamor, Chita no come maní, entre otras farsas dramáticas breves, para sin ceder en sus postulados, al hacernos reconocer con regocijo los cimientos y meandros de nuestra cultura popular tradicional, que le nutren. Las cuales nos regocijan y alertan con su carga desacralizadora. A la par que unos breves pasos, más recientes, que con su carga desacralizadora y plenas de múltiples resonancias de nuestra cotidianidad subyacente; transgresoras al máximo sobre lo que es o puede ser también posible en nuestra cotidianeidad.
También hay otra vertiente de su quehacer que asume a la mitología que sustentaba el imaginario de los esclavos africanos y de su repercusión en la religiosidad de variadas capas de nuestros contemporáneos. En manifestaciones en la que la magia y la poesía de sus patakines se transpiran plenas de conceptualidad e inmanencia, en títulos como Oyá Ayawá, Oba y Shangó y la tragicomedia de altos quilates, en esa joya que es Odebí el cazador.
Por todo ello, la obra dramatúrgica de Eugenio Hernández Espinosa es de una singularidad excepcional en nuestro quehacer teatral y literario. Con estructuras novedosas, ha sabido reelaborar las fuentes populares de nuestra identidad con percepción profunda y critica, sin dejarse seducir por el folklorismo o las meras denuncias de las crónicas de ocasión. Lo que le ha permitido irradiar los conflictos en que se entrampan sus personajes con riqueza y complejidad encomiables.
Eugenio posee un lenguaje que acrecienta la proyección de los caracteres y, por ende, de los conflictos; en los cuales él reelabora literariamente el habla común con recursos de buenas ley: parodias, trabalenguas o frases hechas, trasmutado todo ello gracias a su capacidad y pasión para recepcionar el decir popular y crear de ella nuevas resonancias y alcances conceptuales, sin calcos o mera reproducción mimética; pues es también a su vez depositario de una tradición de lecturas que abarcan diversas fuentes literarias y filosóficas.
Sus personajes expresan así no solo lo que quieren, sino como sienten, piensan y sueñan, al otorgárselas una expresividad que en su accionar, es poética. De ahí la síntesis expresiva de su quehacer y una peculiaridad de su teatro, que siendo eminentemente teatral es también alta literatura.
El dramaturgo vivo de obra más extensa- y más llevada al cine-: Maria Antonia, Patakin y Mi socio Manolo– guionista también de otros filmes, como Roble de olor y El mayor, del malogrado cineasta Rigoberto López, donde logra calar en el imaginario de nuestros contemporáneos quienes abarrotan sus espectáculos y acuden a sus libros con apremio, para reencontrase con lo que nos es propio, pero en una dimensión de una obra artística. Pues la imago que en ellas nos entrega este autor es siempre reveladora y trascendente.
La saga literaria de Hernández Espinosa nos aporta lucidez y resonancias para comprender mejor el pasado, calibrar el presente y ayudarnos a avizorar y conformar el futuro. Ese en el que, en el mañana, se podrá tener un referente de altura en su producción creativa al valorar, gracias a ella: lo que hemos sido y somos; con emoción y deslumbre ante una función teatral o al leer una obra de este maestro de la escena, poeta dramático cubano y universal.
Gerardo Fulleda León
La Habana, febrero del 2020