Con Filo: El pie izquierdo ¿y ajeno? (+ Audio)

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Aunque nace de un estereotipo que con razón podríamos considerar discriminatorio hacia las personas zurdas, está bastante extendida esa frase popular de que, cuando sufrimos muchos percances en un día, es que amanecimos con el pie izquierdo.

Pero achacar al azar cualquier mala racha de contratiempos cotidianos no deja de ser a la larga, además, una fórmula cómoda para camuflar las responsabilidades propias o ajenas, lo cual no debería servirnos nunca de justificación.

La llegada tarde al centro laboral, el trámite que no fructificó como esperábamos, la mala nota en un examen porque salió la única pregunta que no hubo tiempo de estudiar, el altercado inesperado con alguien en cualquier circunstancia, todo o casi todo puede parecer con frecuencia una simple cadena de nefastas coincidencias.

Sin embargo, ese pie izquierdo de la contrariedad tiene la mayoría de las veces nombre y apellidos, pues depende fundamentalmente de que alguien no hizo lo que debía, o cómo debía hacerlo.

Muchas pueden ser las causas de que debamos enfrentar obstáculos que no teníamos previstos al iniciar una jornada cualquiera de estudio o de trabajo, e incluso en las labores hogareñas. Lo más fácil es culpar al pobre pie izquierdo, que seguramente es tan inocente como el derecho.

Ante una sucesión de descalabros o hechos fortuitos negativos, lo mejor siempre será repasar si tales acontecimientos no pudieron ser previstos, o analizar críticamente cómo planificamos nuestras actividades —si es que lo hicimos—, de modo que no tuvimos en cuenta la posibilidad del desliz o el fracaso.

Por supuesto, hay percances que escapan al control de cada individuo, y ante esa realidad solo tenemos dos caminos: la exigencia y el control para quien incumple, y el reclamo de una oportuna rectificación.

No conformarnos con lo que nos salió mal por error nuestro, ni quedarnos impasibles frente al daño involuntario o intencional que las acciones ajenas nos infligieron, seguramente reportará mayores dividendos que quejarnos de la mala suerte.

Es cierto que no siempre tenemos el mismo estado de ánimo ni todas las personas contamos con los suficientes recursos emocionales para responder ante una sucesión de infortunios o contradicciones que parecen sobrepasarnos. Pero es en esas circunstancias cuando hay que hacer gala de mayor sangre fría.

Y eso incluye el análisis lo más objetivo posible del escenario que debemos enfrentar, así como las posibles soluciones que tenemos a la mano, lo cual incluye —por cierto— hasta posponer la reacción para otro momento en que nos sintamos en mejores condiciones de allanar el camino.

Lo que sí resulta muy evidente es que poco o nada vamos a resolver si nos conformamos con la idea de achacarle todas las culpas, las nuestras y las ajenas, al inocente pie izquierdo.

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