Los que creen que los niños no entienden, que a los niños hay que dorarles la píldora, los que piensan que las obras para niños deben carecer de conflictos, olvidan que la infancia es una etapa de búsquedas, de exploración, de conformación y consolidación de valores.
Los niños no viven dentro de una burbuja, en un cuento de princesas y ositos felices. No significa que se menosprecien los cuentos de princesas y animalitos; pero el arte, el teatro, además de entretener, además de estimular la imaginación y la fantasía, podría contribuir a que los niños comprendieran mejor el mundo.
Y hacerlo desde la belleza, que no es un concepto estrecho: hay belleza en todas partes, y esa es una capacidad del arte: alumbrar esa belleza.
Hay muchos grupos de teatro para niños en Cuba, pero buena parte de ellos parecen atrapados en fórmulas hace tiempo superadas. Sin adornarlo: hay grupos que se regodean en la tontería. La tontería como aspiración estética. Las propuestas de otros carecen de buen gusto, y eso es algo que no debería permitirse una propuesta escénica.
Y lo que es más preocupante: hay grupos que duermen apaciblemente el sueño de la inactividad. ¿Cómo pueden pasar uno, dos, tres años sin que haya un estreno? ¿Alguien cree que se puede vivir de las glorias pasadas? En el caso de que hubiera glorias.
La realidad es cambiante. Las necesidades de los niños también. Hay temas atemporales, de permanente vigencia. Pero cada época, cada lugar, tienen desafíos propios. Los artistas del teatro deben ir con los tiempos.
Hay una vanguardia del teatro para niños en Cuba que puede ser referencia, hay una tradición riquísima, hay un espectro temático que ameritaría nuevos abordajes. Falta trabajo e investigación, falta rigor en no pocas agrupaciones y en las instancias que deberían evaluarlas.
Ojalá que todos los niños de Cuba tuvieran a su alcance propuestas teatrales contundentes. La buena noticia es que hay potencial. Pero no parece que estemos todavía a la altura del gran reto.