Cada tarde después de asistir a la escuela, Zia, un niño paquistaní de 12 años, se detiene unos minutos en un pequeño cementerio donde están los restos de Sultán y Jamila, sus padres.
Sentado en el suelo, justo al lado de la tierra donde reposan sus seres queridos, Zia queda pensativo y su mente se pierde en esas imágenes de Balakot antes del 8 de octubre, cuando aún la desgracia no los había azotado.
Ahora Balakot es un mar de escombros y tumbas, y las escenas más tristes se encuentran en los rostros de esos niños que, como él, no sólo han perdido sus hogares, sino también familias enteras.
Cientos de infantes han quedado huérfanos; a merced del tiempo, como dijo en una ocasión una colaboradora cubana. En Balakot, perteneciente al distrito de Mansehra, la angustia es general, y pese a la ayuda internacional, muchos se preguntan si alguna vez volverá a alzarse aquí una ciudad similar a la anterior.
Hoy la respuesta no existe. En lo físico será muy difícil, mas no imposible, edificar una comunidad; pero de la psiquis de sus habitantes jamás se borrarán las escenas desgarradoras y sin consuelo de miles de personas bajo los escombros, muertas o mutiladas, y una localidad que, en apenas minutos, se transformó en polvo.
Alivio para el desconsuelo
Safeer Qadir se ha convertido en el líder de un campamento de refugiados en la de Narrah, en el propio Balakot.
Conmovido por la tragedia, dejó atrás su casa en Abbottabad (a dos horas y media de Islamabad) y junto a su esposa y tres hijos pequeños se ha radicado allí y encargado de proveer de techo, comida, atención médica y otros recursos a 103 familias asentadas en el lugar.
Cuando el hospital cubano de campaña de Balakot se ubicó en Narrah, Safeer buscó ayuda en esas personas que parecían tener buen corazón. Así ha nacido una fuerte amistad entre él y los cubanos.
Nuestros médicos consultaban en este asentamiento; luego este servicio fue completado con la llegada de los fisiatras.
Después de las dos de la tarde, cuando los pequeños de la comunidad y del campamento terminan en la escuela, también improvisada, muy cerca de donde Safeer ha levantado las casas de campaña para su familia; se realiza la terapia grupal.
Los niños se trasladan por un camino polvoriento, rodeado de ruinas, con alguna que otra casa levantada. Juan Borruel García y Yoanka Medina Carrillo, especialistas en rehabilitación, los están esperando. Se aproxima el momento para el esparcimiento, apenas queda tiempo para pensar en las tragedias.
Hay juegos de zancos, hacen ruedas, se canta y se habla en español. Las chicas se sienten realizadas, y Zia sonríe con desenfado. No ha olvidado su pesar, ha prescindido de él solo por unos instantes.
Luces en medio del desastre
Shaher, Qandeel y Asfand, los hijos de Safeer, corren al encuentro de los rehabilitadores cada mañana. Juan, del municipio de II Frente, en Santiago de Cuba, y Yoanka, de Pinar del Río, no esconden la alegría. Hay sinceridad en esos sentimientos que los unen.
El encuentro es sui géneris. No es común tal actitud en los niños paquistaníes, pero los hijos del líder, todavía pequeños, comprenden el afecto que sienten sus padres por los médicos cubanos y el agradecimiento por ayudar a esta población desvalida.
Ambos especialistas llegaron a Paquistán el pasado 4 de diciembre, y el 8 a Balakot. Unos días después se incorporaron con una pareja de médicos generales integrales, a una de las comunidades de Narrah, donde ahora son imprescindibles.
La labor rehabilitadora con los adultos ha sido valorada de muy bien pero, sin dudas, el impacto mayor es la terapia grupal con los niños.
“Siempre son más de 60 —aseguró Juan, a quien las montañas de Balakot le recuerdan su municipio—. Nunca pensé encontrar tanto desamparo, a pequeños sin familia. Tratamos de apoyarlos emocionalmente para que, al menos en ese tiempo, olviden sus pesares. Veo a mis hijos en cada uno de ellos.”
Licenciada en Cultura Física, trabajadora de la Sala de Rehabilitación Hermanos Cruz, en la más occidental de las provincias cubanas, Yoanka casi siempre dirige la terapia.
Organiza a los niños y con ellos realiza gimnasia y ejercicios. Hay desorden y risas, es inevitable. Las niñas están a sus anchas, por vez primera se sienten amadas y respetadas en público. Según las costumbres del país, ellas no cuentan.
“Aquí es muy importante la rehabilitación —aseguró Yoanka—. Tiene un gran componente social. Sabíamos que en Narrah nos quedaba cerca una escuela, y que había chicos con grandes afectaciones psicológicas. Entonces decidimos hacer terapia grupal, que sirviera para la distracción y relajación y estuviera dirigida también a vencer las desigualdades de género.
“Nunca imaginé que pudiera estar preparada para enfrentar tantas calamidades y sufrimientos, como el de Zia, por ejemplo. Una cosa es que te lo cuenten y otra que puedas apreciarlo con tus propios ojos. Safeer, el líder de la comunidad, ha ayudado mucho a los refugiados, pero también a los rehabilitadores y médicos cubanos.En cada uno de nosotros encuentra un posible alivio para tanta desgracia.”