Alguna vez lo escribimos en este periódico: Alicia Alonso es su propio monumento. Era la certeza de que con ella se eternizaba una obra inmensa. El vacío que deja la gran bailarina cubana es realmente inescrutable: fue una de las cumbres del arte cubano.
Afortunadamente no aró en el mar: Gracias en buena medida a ella y a los demás fundadores hay escuela y compañías de ballet en Cuba. Fue hacedora, guía e inspiración de ese sistema. Algunos creen que fue su aporte mayor.
Pero no se podrá ignorar el ejemplo de su propio ejercicio creativo: apreciar una de las filmaciones históricas es una lección de buen arte. Arte que no ha envejecido y no envejecerá, por más que la técnica del ballet haya evolucionado en los últimos 50 años.
Una clave: Alicia Alonso nunca se guio por modas pasajeras, aunque resultaran particularmente vistosas. Siempre aspiró a la esencialidad.
Cuando cumplió 90 años, en el 2010, le concedió una entrevista a este periódico. No quiso hablar de ella. “Creo que podemos hacer algo más útil: hablar del ballet. Me preocupa mucho la formación de los nuevos bailarines. Ojalá pudiera hablar con ellos todas las mañanas, antes de que comenzaran la clase del día. A ellos quiero dedicarles esta entrevista”.
Dicho y hecho. Las ideas de aquella conversación pudieran resultar guía inspiradora para los que ahora se inician en el ballet. He aquí algunos pasajes.
Sobre el ballet, los bailarines, el arte…
“El ballet es el dominio de todo el cuerpo, de todos los músculos. Completo y total. Y demanda movimientos tan fuertes, tan técnicos, que te obligan a trabajar muy duro. Ahora, uno lo logra, porque trabajando se logra. Y uno dice: ¡Vencí! Pero en realidad el trabajo no termina nunca, y ahí está el reto del ser humano, seguir luchando siempre por alcanzar un objetivo. Claro, hay quien cree que llegó, hay quien cree que porque logre hacer esto o aquello ya es bailarín. Y el espectador que no sepa mucho de ballet lo ve y dice: ah, mira, qué bien. Pero cuando ese mismo espectador ve a alguien que baila de verdad, entonces comprende —aun sin saber de técnica— que hay algo más.
“El ballet no es solo sentir y salir a bailar. Subir a un escenario y sentir el movimiento. Hay que pensarlo. Es un arte muy rico, formal y temáticamente, como para permitirse la superficialidad. No es moverse por moverse. A veces usted ve estudiantes de ballet que mueven muy bien los pies, van con la música, el ritmo… Pero les falta algo: bailar con los brazos y con los pies, integralmente; eso hay que pensarlo. Y tampoco se trata solo de hacerlo con determinada corrección técnica, es necesario otorgarle un sentido a ese movimiento, proyectarlo. Y para eso no basta el ritmo, hay que seguir la melodía. Significa que hay que interiorizar el ejercicio, porque se puede hacer quizás el mismo movimiento, seguir los mismos pasos técnicos, pero el ejercicio puede estar vacío, o puede estar lleno de sentido…
“Cuando yo enseño un clásico a las bailarinas, les doy opciones, les digo: dentro de este clásico ustedes pueden mover las manos así, así, o de esta otra manera; más rápido o más demorado; o combinando tal y tal movimiento… A veces les sugiero: esta forma te viene mejor. O les pregunto: ¿con cuál te sientes más cómoda? Pero la bailarina escoge. Y en el momento mismo en que se le da la libertad para escoger, la bailarina está desarrollando su propia personalidad artística. Pero sin desconocer qué es lo que se puede o no se puede hacer en determinado ballet, en determinado estilo. Porque no se les puede dejar ‘por la libre’, que sigan un impulso, que lo hagan de la forma en que mejor lo sientan o en que mejor les salga, sin pensar en nada más.
“El desarrollo de la técnica influye en los estilos. Pero los estilos no se pierden. La técnica ofrece más posibilidades. También demanda más. Pero el estilo se mantiene, se lleva en los brazos, en las posiciones de la cabeza, la postura del cuerpo… Son aspectos que están muy bien marcados, porque tienen un sentido. La técnica se pone en función de eso. La exacerbación de la técnica y la anulación de los estilos pueden hacer mucho daño al ballet. Si usted anula esas características distintivas, todos los ballets serían iguales, no pudiera hablarse de desarrollo, de evolución. Les quita la esencia. Es como el perfume: sin esencia es solo alcohol”.