Una de las características que nos distingue a los seres humanos, como especie inteligente, es la capacidad de crear, de inventar, de innovar. Es cierto que esto es posible hacerlo con buenas y, desgraciadamente, también con malas intenciones, pero en esta ocasión no hablaremos de quienes aspiran a vivir del invento, sino de la importancia de la inventiva puesta en función de objetivos altruistas y metas colectivas.
En particular en Cuba esta habilidad innovadora ha sido esencial para nuestra supervivencia y desarrollo económico, en función de intentar construirnos una sociedad más justa, a pesar de tener fuerzas muy poderosas en contra, como prueban las nauseabundas persecuciones de la actual Administración de Donald Trump.
En un contexto de dificultades y escaseces, el aporte organizado de los trabajadores del país ha sido fundamental durante décadas para el mantenimiento de las industrias y servicios en marcha, no obstante las severas restricciones que nos impone ese bloqueo del Gobierno de los Estados Unidos desde hace medio siglo.
La Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizadores (Anir) ha desempeñado un papel crucial en ese propósito de encauzar la creatividad y la inventiva de los trabajadores, como parte de la labor que realiza el movimiento sindical cubano.
No siempre, sin embargo, los miembros de la Anir, que en la actualidad son más de 200 mil en el país, han encontrado en todos los colectivos el mismo apoyo y comprensión para llevar adelante su trabajo. No hacerlo, además, viola la legislación vigente, porque por fortuna, existe incluso la Ley 38, de fecha tan lejana ya como 1982, que protege las innovaciones y racionalizaciones, y estimula su realización mediante la creación de fondos en las empresas y organismos, como justa retribución a este aporte de soluciones.
Uno de los planteamientos más frecuentes en las reuniones de base es precisamente la actualización de esa norma jurídica, aunque en la práctica el reclamo transita por la necesidad de modificar su reglamento, en relación con el ya muy antiguo límite de 5 mil pesos como máximo que puede recibir por su inventiva un innovador o racionalizador, incluso si su aporte ahorra millones. Sobre ese aspecto ya existen propuestas concretas desde la CTC y la propia Anir, que urge destrabar en las actuales circunstancias.
Pero más allá de este asunto, no menor, también es cierto que no todas las administraciones han sido suficientemente sensibles y hábiles para entender, favorecer y aprovechar ese gran talento de nuestros aniristas. El ejercicio de la potestad que otorga la referida ley para inspeccionar el cumplimiento de ese aspecto en los centros de trabajo permitió que desde la primera Conferencia nacional de la organización en el año 2014, hasta la fecha, la cifra de entidades con actividad innovadora que no cumplen con esa legislación descendiera de 504 a solo cuatro, según un informe de la Anir. Pero esto no debería ocurrir en ninguna, y tampoco todas las que aplican la norma, siempre lo hacen bien, como sucede con el problema de no descentralizar los fondos para el impulso de esa labor hasta el nivel de unidad empresarial de base.
Porque está muy claro que con la actualización del modelo económico, incluso aunque logremos una mejor organización y estructura productiva y de servicios que nos permita mayores índices de eficiencia y eficacia, no debemos soslayar ni echar a un lado la contribución que puede hacer la Anir al desarrollo del país.
Los recursos, en nuestras particulares condiciones económicas, nunca son ni serán suficientes, y su administración, ahorro, conservación y crecimiento requieren del compromiso y participación efectiva de los trabajadores, quienes de este modo se realizan como legítimos dueños de la riqueza social.
Son muchas las industrias y los servicios que se han sostenido, se sostienen, y lo tendrán que seguir haciendo, gracias a la inventiva de nuestros innovadores y racionalizadores, una fuerza cada vez más capacitada a la cual nunca renuciaremos, pues nos enseña la saludable máxima de vivir con el invento.
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No cabe duda que la capacidad de crear, de inventar, de innovar. sera insustituible para la economía en cualquier sociedad,mas en la nuestra que se diferencia por el interés social ,donde el hombre es su célula fundamental.por tanto no debe pasarse por alto cualquier solución por pequeña que sea,ahorra recursos y aumenta la productividad.pero mas que eso el empeño de resaltar la labor del hombre en la estimulación moral y material.no hay nada que desestimule más que después de un gran evento con resultados positivos. que se deje a un lado el pago del efecto económico.o el reconocimiento social.