En casi medio siglo de ejercicio docente, María Luisa Mena González solo pudo estar un mes oficialmente desvinculada del sector educativo. Sucedió a finales del curso 2013-2014, un día de julio, una vez entró a su casa, se arrellanó en el balance y se dijo: “Estoy jubilada”.
No recuerda bien en qué momento la alegría y la inconformidad se confabularon, lo que sí sabe es que terminó preguntándose cómo había podido romper con un amor tan grande.
Mientras un sentimiento así la abrumaba, en no pocos hogares, padres e hijos lamentaban haber “perdido” a la maestra nacida y criada en Pueblo Nuevo, el mismo reparto de la ciudad de Matanzas donde por décadas ejerciera en la escuela Antonio Luis Moreno.
Aquel agosto, cuando abrió la puerta y vio a los estudiantes, enseguida supo de qué se trataba. En su mente ya tenía la respuesta, pero los dejó hablar: “Su plaza sigue vacante, no ha llegado el relevo, queremos que vuelva…”.
Y María Luisa, aún enamorada, aún en plenitud de forma, regresó. “Mis alumnos no se iban a quedar sin maestra. Eso no podía permitirlo”, dice la mujer fogueada en Minas de Frío, Topes de Collantes, Tarará y en la pinareña Sierra de los Órganos, antesala de su graduación en 1971.
“Desde entonces han pasado 48 años y no he dejado de dar clases. Sacando bien la cuenta, si me retiré en julio y recomencé en agosto, fue como estar de vacaciones”, sonríe. “Volver a las aulas, disfrutar de las emociones que con cada curso escolar regala septiembre, tiene mucho que ver con mi orgullo infinito por ser educadora”.
Ella lo supo de niña. Adivinó su talento y lo defendió en cada juego. “La ‘maesta’ soy yo”, reclamaba cuando todavía ni siquiera podía pronunciar bien la palabra que le ha granjeado prestigio. “Y me hice maestra, que es hacerme creadora, al decir de Martí”.
Oírle recordar la sentencia resulta muy coherente con el concepto manejado por algunos de sus colegas. María Luisa ha convertido el magisterio en un estilo de vida. Quizás eso la llevó a negarse a comprar en aquella bodega.
“A la pregunta de qué va a llevar, respondí nada. Yo no compro donde venden faltas ortográficas. Busqué un papel, borré la pizarra, corregí el error y les comenté que escribir incorrectamente restaba prestigio a cualquier establecimiento o institución”.
Se trata, argumenta, de no perder la perspectiva, de ser ejemplo hasta en la cola del pan o en la forma de vestirse, de manifestarse, porque “un maestro siempre es un maestro”, definición muy relacionada, estima, con el respeto hacia una y la profesión.
“Por ahí comienza todo. Quien se respete no da malas clases. Se autoprepara, haya o no haya visita. Y eso debiera importar y bastante a quienes como yo trabajamos en la enseñanza primaria, etapa decisiva en la vida de niños y niñas. Hay que basar las clases, las tareas, en objetivos que formen, que enseñen, que fomenten un pensamiento creador, de investigación, de ideas propias.
“A nuestro claustro nos place el hecho de que en la secundaria se sepa distinguir a los estudiantes egresados de la Antonio Luis Moreno, un claro reconocimiento a la calidad del proceso docente-educativo, perfectible, pero con logros”.
Ello explica por qué “me gusta ir a la secundaria a comprobar cómo les va a mis exestudiantes, a enterarme si los preparé bien en Matemáticas, un recurso que también ayuda a perfeccionar la labor”.
Cierto, muy cierto, maestro que se respete no da malas clases, todo no es dinero, aunque es indispensable para vivir, pero cada vez que veo, oigo a alguien que trabaja mal porque no le satisface el salario, me digo, es la persona que no se da su valor o no es buen profesional, me gustó este trabajo