A lo largo de seis décadas se ha mantenido una política de hostilidad desde las distintas administraciones estadounidenses frente a la Revolución cubana, con algunos reajustes, modificaciones en cuanto a métodos y discurso, adecuación a los contextos, que han despertado algunas expectativas coyunturalmente acerca de posibles modificaciones de esencia. Mas, ¿estos ajustes han significado transformaciones de objetivos? ¿Cómo y cuándo se definió una política frente a la Revolución cubana desde los grupos dominantes en el país vecino? La respuesta a estas interrogantes puede ser importante para entender estas seis décadas transcurridas desde 1959.
En el momento del triunfo revolucionario en Cuba estaba en la presidencia norteña Dwight D. Eisenhower (1953-1961); por tanto, se trata de una Administración que coincidió con el período de lucha insurreccional en la Mayor de las Antillas y el inicio de la transformación revolucionaria. A este equipo, por tanto, correspondió definir la posición ante los cambios dentro de la isla vecina, en lo cual tenía una importancia cardinal la relación dependiente que se había estructurado desde fines del siglo XIX.
Para abordar la definición de posiciones y, por tanto, de objetivos, hay que recordar que, desde 1958, ya la Administración Eisenhower había definido su proceder: buscar alternativas a la crisis cubana que dejaran fuera al líder de las fuerzas revolucionarias que seguían con mayor atención: el Movimiento 26 de Julio. Independientemente de que no hubieran esclarecido con precisión la tendencia ideológica del joven líder, sí se había planteado en los círculos decisores que no lo querían en la dirección de Cuba. Lograr esto parecía posible desde la posición subordinada de Cuba, a quien se percibía como un estado clientelar.
En febrero de 1959 se produjo un cambio de embajador, cuando se sustituyó a Earl E. T. Smith por Philip W. Bonsal, quien tenía la certeza de que fortalecería el papel de la tendencia conservadora dentro del Gabinete inicial del poder revolucionario, y así lo consigna en el libro que publicó después, donde recogió sus experiencias en aquella misión –Cuba, Castro and the United States– publicado en 1972. Para Bonsal, el liderazgo de los Estados Unidos en Cuba era fundamental y, por tanto, estaba en condiciones de determinar el rumbo inmediato de los acontecimientos; pero pronto se percató de su error.
La radicalización de la Revolución, a través de medidas de beneficio popular y, ya con la Reforma Agraria, de cambio estructural, mostraron el rumbo independiente que seguía el liderazgo revolucionario. Esto llevó a definiciones de mayor alcance en la política hacia Cuba, lo que se fue delineando con claridad desde el segundo semestre de 1959. En tales definiciones participaron los diferentes grupos que tienen a su cargo la política norteña, pues no se trata solo del Presidente o del Departamento de Estado, sino también de otras instancias como la CIA o el Consejo de Seguridad Nacional y sus dependencias.
Un documento del Departamento de Estado de octubre de 1959 ya planteaba como objetivo inmediato que, a más tardar a fines de 1960, el Gobierno de Cuba, en sus políticas domésticas y externas, cumpliera, al menos mínimamente, los objetivos estadounidenses para América Latina, aunque debía evitarse que se viera a los Estados Unidos ejerciendo presión o intervención directa en este asunto, salvo cuando se tratara de afectaciones a intereses directos. Esto implicaba impedir la consolidación de lo que llamaban “régimen de Castro”, y unir a la oposición; pero había que avanzar más en esas definiciones de política ante el desarrollo de la Revolución.
El Programa de acción sobre Cuba, contenido en un Memorándum de Roy Rubottom, secretario asistente de Estado para Asuntos Interamericanos, del 28 de diciembre, ya establecía objetivos claros. Lo primero que llama la atención es el argumento de que no podía ser signo de debilidad la tolerancia con Cuba; es decir, que la Revolución cubana y su existencia se percibían como un síntoma de debilitamiento de la imagen de los Estados Unidos en el continente. A partir de las consideraciones generales acerca de la situación continental bajo la influencia del proceso cubano, y la necesidad de mostrar fortaleza, pues esto socavaba el prestigio de los Estados Unidos, se establecía el programa a desarrollar.
El plan elaborado comprendía acciones de presión diplomática, presión económica a partir de la cuota azucarera de Cuba en el mercado norteño, y acciones continentales fundamentalmente. Desde este momento se desataron los proyectos, como el Programa de acción encubierta contra el régimen de Castro, de 16 de marzo de 1960 elaborado por el Grupo 5412[1], que ya planteaba claramente el objetivo de sustituir el “régimen de Castro” por otro aceptable para los Estados Unidos, aunque evitando que se percibiera la intervención de ese país, por lo que se utilizarían grupos de cubanos. Este plan, aunque contemplaba acciones que ya se estaban desarrollando, puso en marcha de manera más coherente y sistemática las acciones contra la Revolución cubana.
A partir de la política que se delineó entre 1959 y 1960, bajo la Administración Eisenhower, se puede observar que los objetivos estaban bien definidos: sustituir el “régimen de Castro” por uno más proclive a los intereses de los Estados Unidos y eliminar la influencia de la Revolución cubana en el hemisferio. El criterio de que esa presencia debilitaba la hegemonía estadounidense a nivel continental estaba presente en las definiciones que se hacían, por lo que había que eliminar ese “mal ejemplo”.
Por tanto, el “cambio de régimen” fue un objetivo temprano que se ha mantenido a través de los años. Este objetivo, acompañado del propósito de impedir que surgiera “una segunda Cuba” en el continente, ha presidido el diseño de política hacia Cuba –y por extensión hacia “nuestra América”– durante seis décadas. Cambian procedimientos, discursos, modos de actuar en ajustes temporales y coyunturales, pero el objetivo estratégico es el mismo: destruir la Revolución cubana.
[1] El Grupo 5412 era un Grupo Especial del Consejo de Seguridad Nacional con funcionarios de los Departamentos de Estado y Defensa para revisar propuestas de acciones encubiertas.
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Profesora titular
El barquito salvador de Otaola y Luis Almagro en tiempos de covid.
Resulta ser que ahora la Gran Idea de penetrar en Cuba es aprovecharse de la covid-19 y las afectaciones económicas que ha dejado para penetrar en el país. Que falta de respeto, no se podía esperar otra cosa de esos dos hijos de maldad como Otaola, seguramente agente de la CIA y Luis Almagro, Secretario General de la OEA o el Jefe del Ministerio de Colonias Yanqui quienes se reunieron hace unos días para planear esas escaramuzas. Son maquiavélicas ideas, que no son nuevas, ya las usaron cuando las tropas gringas desembarcaron en Cuba con el pretexto de la voladura del buque Maine cuando los mambises tenían ganada la guerra de independencia contra España. También lo mismo fue con las rastras con supuesta “ayuda humanitaria” que querían introducir en Venezuela a través de la frontera con Colombia donde estuvieron presentes los presidentes Duque de Colombia y Piñera de Chile, vean que personajes en apoyo a Juan Guaidó, el autoproclamado Pdte. vendido al imperialismo. Recuerden el contenido de las rastras detenidas en la frontera con Colombia, llevaban la ayuda para continuar las guarimbas en ese país. Por otra parte la OEA también se introdujo en Bolivia cuando las elecciones para declarar perdedor al legitimo presidente Evo Morales y el MAS y poner un Gobierno de facto presidido por otra autoproclamada como la Sra. Jeanine Añez que responde al Imperialismo norteamericano.
La batalla contra la covid-19 la ha ganado el Gobierno, nuestro Sistema de Salud con todo su personal y el Pueblo Cubano, que aplaude cada noche a todos los que participan directamente en la lucha contra la pandemia. Ya solo falta la estocada final a esa enfermedad así que no vengan con cuentecitos ahora de un “barquito” con detergente, jabón, papel sanitario y mascarillas para pretender arrebatarnos el triunfo contra la pandemia con su propaganda dirigida y mantenida desde arriba por el Gobierno de Trump. El pueblo de Cuba no necesita esa ayuda sucia y manipulada por la política. Han pretendido manipular a los cubanos radicados en Miami para que participen en esa campana y a los cubanos de dentro de Cuba para que reciban al “barquito salvador”.
Basta ya de manipular y de creer que el pueblo cubano de un lado y otro es ingenuo, la lucha por su independencia ha sido muy larga y nos ha enseñado mucho de política para no saber lo que se pretende con esta novísima gran idea. Solo pretenden de nuevo anexar Cuba a los Estados Unidos, convertirnos en colonia como a Puerto Rico y eso no lo van a conseguir nunca. La idea real, la que ayudaría siempre debe ser una gran campana y marchas de los cubanos dentro de Estado Unidos para que el Gobierno de Trump o el que este de turno elimine el bloqueo contra Cuba que ha arreciado todas sus medidas con la aprobación del Título 3 de la Ley Helms Burton, eso lo sabe todo el mundo, el bloqueo es real y todo el mundo sabe cómo persiguen todas las transacciones financieras, económicas y contratos con Cuba hasta de compra de equipos médicos y medicamentos y las millonarias multas a bancos, empresas navieras que traen el petróleo y las entidades de todo tipo que comercien con Cuba. Esto si seria de ayuda al pueblo cubano, la cuestión no es enfrentarnos y crear lucha, odio y derramamiento de sangre entre cubanos. Lo que hay que desarrollar dentro de Estados Unidos es una lucha consecuente y pacífica contra el bloqueo.