Jorge Luis Coll Untoria, estudiante de Periodismo
Desde que se empezó a jugar béisbol en nuestro país nació un sentimiento de apego que hoy muchos ponen en duda. El incremento de la práctica y el gusto por otros deportes como el fútbol, el sóftbol y el baloncesto hace que algunos se replanteen si todavía hoy la pelota es la reina del entretenimiento en Cuba.
Lamentablemente no hay manera de contabilizar la cantidad de personas que practican una determinada disciplina. El béisbol debe estar en el top 3, por más conservador que fuéramos.
Aún existen muchos lugares en los que se puede observar a niños y adolescentes jugando “a la mano” —lo más parecido al béisbol Five— o al taco; y si se asiste a la Ciudad Deportiva capitalina en los tiempos de competencias de las categorías inferiores se aprecia un gran número de pequeños jugadores uniformados y un ambiente beisbolero que se extraña en la Serie Nacional.
En La Habana es notable el auge del movimiento futbolístico, pero esta es una tendencia marcada a nivel mundial. En el interior del país la pelota ha perdido menos terreno y sigue siendo la preferida por muchos, tanto para verla como para jugarla.
Es real también que el deporte de las bolas y los strikes es más difícil de practicar que otras disciplinas, pues se necesita conseguir guantes, pelotas, cascos y bates, además de que se debe disponer de un espacio amplio para efectuar el partido.
Por otra parte está el hecho de que el pasatiempo nacional no vive su mejor momento: faltan ídolos, espectáculo y una competitividad marcada por la calidad del juego y de las instalaciones en que este se celebra.
Dicha situación, unida a los perfomances de los mejores equipos europeos en la Liga de Campeones, los donqueos de Lebron James o los triples de Stephen Curry, influyen en las decisiones que la mayor parte del público toma a la hora de jugar o elegir que verá en la televisión.
El béisbol sigue entre las preferencias, no obstante, ha perdido espacio. Tiene las bases llenas de otros deportes, aunque todavía puede aspirar a un doble play salvador que lo ubique en el lugar que, por historia y tradición, le ha correspondido siempre.