Aquel guajirito flaco, quien empieza a erguirse entre cañaverales y tachos cercanos al batey del otrora central avileño Venezuela, alcanza para toda la vida el apelativo de el Bolo y atesora el privilegio de codearse desde temprana edad, en calidad de fundador de los seminarios nacionales de Estudios Martianos, con Carlos Rafael Rodríguez, Juan Marinello, Sarah Pascual, Gaspar Jorge García Galló, José Antonio Portuondo y otros eminentes intelectuales cubanos.
Rememora Martín que en uno de esos encuentros un supuesto error histórico suyo acaparó la atención: “Parecía un disparate que a un obrero se le ocurriera plantear que no eran 82, sino 83 los expedicionarios del Granma, pero si Fidel había dicho que Martí fue el autor intelectual del asalto al cuartel Moncada, pues necesariamente y por continuidad histórica, la luz de proa del yate venía iluminada por el pensamiento del Apóstol; entonces, los presentes aceptaron mi idea”.
Así el joven puntista en la fábrica de azúcar se abría paso por los senderos de la historiografía. Mientras cumplía sus faenas al pie de los tachos, realizaba apuntes sobre los acontecimientos emblemáticos y cotidianos, hasta convertirse en el presidente de la comisión de historia del entonces complejo agroindustrial.
En calidad de creador de la obra científica del sureño municipio de Venezuela, perteneciente a la provincia de Ciego de Ávila, comienza a alcanzar renombre José Martín Suárez Álvarez.
El autor y coautor de varios libros comenta que su primer texto, titulado Con el halcón a cuestas, refleja crónicas de las épocas colonial y republicana. Considera su mayor tesoro impreso El Che y los que abrieron la senda, acerca del inicio de la mecanización cañera en tierras avileñas, publicación ganadora de premios nacionales otorgados por el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, en el año 2007; y las ediciones Riso, del Instituto Cubano del Libro, en el 2019.
“Ahora está en fase de edición, con el propósito de presentarlo en la Feria del Libro 2020, una obra que llevará por título Fidel en el sur avileño”, afirma el investigador que acaba de presentarse en el evento provincial de patrimonio histórico azucarero con el tema de: “Lo que debían conocer los creadores y promotores de la Ley Helms-Burton; es decir, las consecuencias que provocó la aplicación en nuestra región en 1923 de la Ley Tarafa, la cual produjo hambre, miseria y la paralización de centrales azucareros…”.
Permanente también soldado de la noticia conduce hace casi tres décadas la sección Chispazos de la memoria, de la emisora provincial Radio Surco; colabora los domingos con Radio Reloj, mediante Apuntes de un historiador; escribe para la revista cultural Videncia, y tiene su cuenta en Facebook denominada En la memoria avileña.
Considera que esos espacios son de singular importancia porque él recrea los acontecimientos históricos culturales regionales y los acaecidos en su pueblo natal sobre las luchas obreras, la cultura azucarera y las visitas a su inolvidable central, por parte de Lázaro Peña, Jesús Menéndez, Blas Roca y otros líderes.
Hoy se alista para un nuevo acontecimiento: “Realizaremos uno de los homenajes más lucidos con motivo del 1.º de Julio, Día del Historiador, cuyo acto central del país tendrá lugar el próximo sábado en el Conjunto Escultórico, monumento nacional, en la comunidad Lázaro López, donde fue constituido el Ejército Invasor el 30 de noviembre de 1895 y allí el Generalísimo Máximo Gómez dijo a las tropas que ‘el día que no haya combate, será un día perdido o mal empleado’, idea inmortal”.
Y confiesa finalmente: “No solo vivo profundamente enamorado de Ángela de la Fuente Reina, mi compañera hace medio siglo; sino también de la historia de mi patria que no es ficción, es la realidad de todo un pueblo invencible”.
Acerca del autor
Licenciado en Comunicación Social. Economista y periodista. Escribe sobre asuntos económicos, agropecuarios, de la construcción y la cultura. Multipremiado en concursos de periodismo, festivales de la radio y otros eventos. Atesora las distinciones Félix Elmuza y Raúl Gomez García, los sellos Laureado y 50 aniversario del periódico Trabajadores, y la Moneda Conmemorativa 60 aniversario de la UPEC.
En el Día del Historiador cubano: Clío
El asesinato político de su tío, en Halicarnaso, lo convirtió en un infatigable viajero: primero, para preservar su vida, y después, para saciar su apetito de aventuras y conocimientos.
Así las cosas, su periplo mediterráneo cubrió desde el Asia Menor hasta Egipto, casi toda la península helénica, la Magna Grecia en el sur de Italia, Arabia y Babilonia.
Singular interés despertó en sus estudios las guerras libradas entre las coaliciones griegas y los invasores persas.
¡Cuánto orgullo si hubiese sido uno de los trescientos valientes cerrando el paso a los medos en el estrecho de Las Termópilas!
En sus muchos andares, una noche, mientras dormía, soñó que nueve ninfas le ofrecían sus gracias: la primera, le obsequiaba un estilo y una tableta, para que diera rienda suelta a sus dotes de narrador: quedó mudo; la segunda, le cedía variados instrumentos musicales, todos ellos rechazados gentilmente, alegando ser un inepto para su ejecución; la tercera, le obsequiaba una diminuta lira, pero, por igual razón, la rehusó; la cuarta, le entregaba una máscara dramática y una espada, se hubiera decidido por la metálica arma pero también las rechazó; la quinta, solo le concedía una actitud contemplativa para con la vida pero, él, hombre de acción, renunció a tal virtud; la sexta, otra vez, le ofrecía un instrumento musical, la cítara o la lira, pero de igual manera, por las razones ya conocidas, no aceptó el regalo; la séptima, le otorgaba un cayado de pastor, quizá muy útil para subir cuestas en su largo peregrinar, pero no aceptó, todavía era joven, lleno de fuerzas; la octava, con clara intuición de su sempiterno marchar por tierras ignotas, le cedía un globo del universo, y tentado estuvo de estrecharlo entre sus manos, pero, finalmente, se abstuvo de hacerlo; y la novena, estirando sus pálidos brazos, le acercaba un manuscrito y una corona de laureles, no lo pensó mucho, su suerte estaba echada: su sino sería recoger para la posteridad los acontecimientos que a su derredor itinerante, sucedieran o hubiesen acaecido, como cronista de su tiempo, y la corona de laurel, el simbólico galardón de su tesón.
Sobresaltado, un relámpago blanquecino acompañado de un formidable trueno, le despertaron: en la claridad de la madrugada creyó ver, recortadas sobre el horizonte, nueve gráciles figuras femeninas que se alejaban; examinó con detenimiento su entorno inmediato y, asombrado, detuvo su mirada en una pequeña corona de laurel y a su lado, un palimpsesto con un papiro en su interior.
Años después, en Atenas, en su provecta edad, narraba a un círculo de escogidas amistades su vivencia (lo integraban Pericles, su concubina Aspasia, Fidias, Sócrates, Anaxágoras, Sófocles, Eurípides y Tucídides, ¡la flor y nata de la aristocracia de entonces!): ninguno le creyó, salvo Aspasia, gracias a su fina intuición femenina.
Lo cierto es que su colosal obra, bautizada con el nombre de Historia (en dialecto greco-jónico significa inteligencia,ingenio), tiene nueve libros dedicados por su autor a sendas ninfas, las capitaneadas por Apolo, el dios del sol.
Siglos más tarde, Marco Tulio Cicerón, admirador de sus libros, le endilgó el sobrenombre de Padre de la Historia.
Nadie se ha atrevido desde entonces a arrebatarle ese bien merecido título a Heródoto.
De la estirpe de Heródoto lo fue el historiador cubano Emilio Roig de Leuchsenring.
Arturo Manuel Arias Sánchez