Muy a pesar del aparente entusiasmo de sus 29 Estados miembros, la celebración del septuagésimo aniversario del natalicio de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el 4 de abril de 1949, no fue un cumpleaños feliz. Vestigios de su crisis interna, incertidumbres sobre sus presupuestos financieros y divergencias con las críticas de Estados Unidos, ensombrecieron la festiva efeméride de la hasta ahora la alianza militar continental más poderosa del planeta.
Nacida en Washington en los años más candentes y oscuros de la Guerra Fría, la OTAN se gestó en sus inicios como un sistema de defensa colectiva para la contención de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), aunque devino después punta de lanza contra el Pacto de Varsovia, suscrito por Moscú en 1955 con los ejércitos de los países socialistas de Europa del Este.
Su razón de ser o Carta de Naturaleza fueron plasmados en el Artículo 5 de la Alianza, que establece que la OTAN constituye un sistema de defensa colectiva, en el cual los Estados acuerdan defender a cualquiera de sus miembros si son atacados por una potencia externa.
Tras la disolución de la URSS y el Pacto de Varsovia, a las que logró sobrevivir, la OTAN acumuló un nefasto y voluminoso expediente de agresiones e intervenciones militares en naciones fuera de sus propias fronteras, que han dejado un cruento saldo de cientos de miles de muertes, enorme devastación, desolación y miserias sin par.
Paradójicamente, con la desaparición de la Unión Soviética, sus filas se nutrieron con muchos de los países de Europa oriental que fueron en su época signantes del Tratado de Varsovia y otros nuevos miembros. Época en que la Alianza reformuló sus objetivos estratégicos hasta apropiarse de la seguridad de todo el hemisferio norte.
En este contexto, desarrolló la primera operación de ataque de su historia, la incursión en 1995 en la República de Bosnia y Herzegovina contra las fuerzas serbias en lo que se conoció como la Operación Fuerza Deliberada. En 1999 llevó a cabo la Operación Fuerza Aliada, el ataque aéreo contra la República Federal de Yugoslavia, pretextando poner fin a la limpieza étnica en Kosovo.
Los atentados al Centro Mundial de Comercio en Nueva York y contra el Pentágono en Washington, en septiembre del 2001, y la furibunda campaña contra el terrorismo internacional desatada por el entonces presidente George W. Bush introdujeron cambios en la estructura geopolítica de la OTAN, que pasó a convertirse en un potente brazo armado de Estados Unidos en sus operaciones militares en el exterior.
Afganistán, Iraq, y Libia fueron nuevos escenarios de guerra de las fuerzas de tarea de la Alianza Atlántica, en la nueva estrategia diseñada para esta por los halcones de la Casa Blanca. Dependencia que es considerada un tanto molesta por Gobiernos del Viejo Continente, como los de Francia, Alemania o la euroasiática Turquía, más proclives a desarrollar un mecanismo de defensa nacional más apropiado a sus intereses políticos, no siempre en consonancias con el mayor protagonismo y liderazgo norteamericano, en el seno de la OTAN.
Las acciones regresivas tomadas por el presidente Trump sobre los tratados nucleares establecidos mediante acuerdos anteriores a su mandato, han sido objeto de severas críticas y públicos desacuerdos por parte de sus aliados de la Unión Europea.
Es notorio también que en busca de otras zonas de influencia o fronteras, la Alianza Atlántica se extrapola hacia países de América Latina, que como Colombia y Argentina han mostrado un marcado interés en relacionarse con esta.
Si para la OTAN su aniversario fue motivo de jolgorio, para los pueblos devastados por sus criminales bombardeos la fecha fue una conmemoración luctuosa y de amargos recuerdos de la existencia de una Alianza mortífera que dura ya 70 años.