Por: Roly Ávalos Díaz
La belleza tiene nombre
de mujer. La humanidad
quedaría a la mitad
si dependiera del hombre.
Para que el mundo se asombre
junto con sus sociedades,
continentes y ciudades
existen a todas horas
por mujeres hacedoras
de sueños y realidades.
Nace una mujer y luego
nace otra y se multiplica.
Así la vida se explica
la sensualidad del fuego.
Por eso el amor es ciego,
porque se incendia de ver
el brillo de un solo ser,
pues, más allá del renombre,
ante o al lado de un hombre
siempre hay una gran mujer.
Enfermeras, profesoras,
milicianas, deportistas,
científicas, periodistas,
tabacaleras, doctoras,
estudiantes, correctoras,
largo etcétera no escrito,
diosas, pero más que un mito,
una intensa realidad
expandida en la igualdad
de género al infinito.
Guardias, circenses, modelos,
amas de casa felices,
meteorólogas, actrices…
innumerables desvelos
tejen, construyen anhelos
que se convierten en flores
y ningunean temores
de prejuicios ancestrales
múltiples profesionales
en disímiles sectores.
Soñadoras, idealistas,
trigueñas o afrocubanas,
Yumisisleydis, Marianas,
potenciales feministas,
excelsas protagonistas
o musas de mil poemas,
circulares teoremas,
lágrimas tan sonrientes,
sexto sentido, videntes
sin etiquetas ni esquemas.
La mujer ama un oficio:
renacer todos los días,
vientre de amor y agonías,
de ternura y sacrificio.
Su vida es el ejercicio
pleno de la creación,
y las féminas que con
lágrimas echan de menos
no lactan desde sus senos,
lactan con el corazón.
Ella, arrullo y nacimiento.
Ella, fuerza universal.
Ella, principio y final.
Ella, pecho y sentimiento.
Ella, seguro alimento
cuando padre y madre es.
Ella, pañal y niñez.
Ella, cuidado y conjuro.
Ella, abuela en el futuro.
Ella, comienzo otra vez.
Ojalá llegase un día
(en los que ya nadie cree)
donde el alma piropee
latidos de cortesía.
Y ojalá fuese la hombría
el sinónimo de arder
por dentro y reconocer
con ternura que has debido
ya decirle en el oído:
“Felicidades, mujer”.
7 de marzo de 2019