Los episodios que en el presente vive el pueblo venezolano expresan la confirmación de que la guerra desatada por el poder hegemónico a escala planetaria es esencialmente cultural.
Para arremeter contra un proceso emancipador cualquier pretexto sirve. Solo hay que hacerlo creíble en un ámbito notable de la vida cotidiana. Tal es la filosofía de los gestores de las guerras, quienes para echar a andar sus fechorías cuentan en primer lugar con el monopolio de los medios de comunicación.
Quizás el subterfugio más empleado sea la llamada ayuda humanitaria, ese disfraz con el que en las próximas horas se pretende violar la frontera de Venezuela y con ello la soberanía de esa nación bolivariana.
Al indecente convite en el pobre poblado colombiano limítrofe de Cúcuta se incluyen en evidente injerencia políticos (se notifican hasta presidentes de naciones latinoamericanas), empresarios y artistas con indiscutibles liderazgo mediático pero reprochable sentido de la justicia, el derecho, la ética.
La una y mil veces denunciada guerra mediática tiene el componente psicológico de hacer ver que la causa enarbolada por el imperio y las oligarquías acompañantes avanza, mientras de manera irremediable el presidente Nicolás Maduro está en cuenta regresiva.
Las matrices de opinión, difundidas por los poderosos medios de prensa, refleja mentiras a granel que llegan a ser creídas por un número no despreciable de personas. En esta ocasión la fábula fabricada enuncia que Maduro, presidente constitucional con la aprobación en las urnas de más de 6 millones de electores, es un usurpador del poder, al tiempo que el diputado de la Asamblea Nacional, Juan Guidó, autoproclamado ante unos pocos miles de seguidores en una plaza pública, es el presidente legítimo de Venezuela. El cuento al revés.
Para agravar la trama actual en la nación sudamericana los manipuladores de la realidad presentan a Nicolás Maduro como un gobernante despiadado si no acepta la “ayuda humanitaria”, diseñada y concebida por la administración de Donald Trump en su afán de derrocar al gobierno bolivariano y chavista.
Se trata de forzar la realidad, porque la Organización de las Naciones Unidas establece que las ayudas humanitarias se organicen con el consentimiento de los gobiernos y el correspondiente visado de entrada a un país. Además, las autoridades venezolanas han recibido por estos días verdaderas contribuciones para aliviar su situación económica por parte de Rusia, China, Cuba, la propia ONU y la Oficina Panamericana de la Salud.
Sobre la muy promocionada “ayuda humanitaria”, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador ha dicho oportunamente que cualquier iniciativa de ese tipo es positiva, siempre y cuando no se acompañe de fines políticos.
Viniendo de Estados Unidos, con congresistas de vasto aval guerrerista y espíritu antilatinoamericano, tienen toda la razón los patriotas venezolanos para desconfiar. La vida enseña que esas “ayudas” son simples cubiertas para concretar intervenciones militares.
La tergiversación es clara. Y en ella los medios de comunicación que amparan la agresión imperial tienen mucha responsabilidad. Al mostrarse antiéticos asumen una postura que la historia y los pueblos juzgarán. La guerra mediática es la más sucia de las conflagraciones, porque ella se basa en la desinformación y la mentira.
Frente al concierto en Cúcuta financiado por multimillonarios empresarios encabezados por el británico Richard Branson, se ha levantado dignamente en el territorio venezolano la tarima de la paz en la que se entonaran canciones en favor de la independencia y soberanía de la nación bolivariana.
No es una exageración cuando se afirma que en Venezuela hoy se decide la paz y otros valores de la región. Está en juego la autodeterminación de nuestros pueblos. El caballo de Troya que pérfidamente se dirige contra la patria de El Libertador, puede mañana galopar hacia otra de nuestras tierras de América.
Estaremos atentos a los acontecimientos de las próximas horas, con el compromiso de informar a los internautas y de defender en todo momento el derecho a la paz y la vida.
Toda la prensa en las tribus vasallas y satélites de Gringolandia y la Desunión Europea, que a su vez han perdido su soberanía, están financiadas por la banca mafiosa capitalista. Éso lo explica todo.