Por Carmen R. Alfonso
Desde pequeña me impresionó que cultivara rosas para el enemigo que pretendiera arrancarle su corazón. Luego supe que, para él, ser bueno era el único modo de ser dichoso, y que entre el abismo y la cumbre, no amaba al abismo que sepulta, sino la cumbre que lo acercaba al sol.
Aprendí con los años que José Julián Martí Pérez era nuestro Héroe Nacional, un apasionado poeta, un orador que hacía vibrar multitudes y un escritor de artículos, novelas, obras de teatro, cuentos…
Pero más que eso, fue un niño espantado ante un esclavo sufriendo, un joven rebelde detenido y volcado a trabajos forzados, un hijo soportando la lejanía de sus padres, un amigo sincero y leal, un enamorado ardiente, un patriota capaz de emigrar de su tierra natal para unir fuerzas y regresar a liberarla.
Martí era para los cubanos el eterno paradigma, y se consagró desde el asalto al Moncada como el protagonista inspirador de sueños y utopías. La foto del joven Fidel preso con la mirada del Maestro tras de sí, desde la pared cercana, está grabada en la mente de todos los que nos conmovimos ante los sucesos de julio de 1953.
Y durante aquellos cinco años, cinco meses y cinco días que separaron esa épica hazaña de la gloriosa culminación victoriosa del Primero de Enero, la prédica martiana se abrió paso, poco a poco, en la conciencia de las masas.
Hay una frase, publicada en Patria el primero de abril de 1893, que nos retrata de cuerpo entero: “El cubano, indómito a veces por lujo de rebeldía, es tan áspero al despotismo como cortés con la razón. El cubano es independiente, moderado y altivo. Es su dueño y no quiere dueños. Quien pretenda ensillarlo, será sacudido.”
Porque, tal como escribiera una vez nuestro Apóstol vindicando a Cuba, sufrimos impacientes bajo la tiranía, y se pelea como hombres, y algunas veces como gigantes, para ser libres. Y aunque ningún mártir muere en vano, siempre reconoció que la muerte da jefes, lecciones y ejemplos, y nos lleva el dedo por sobre el libro de la vida. Subrayó que ¡así, de esos enlaces continuos invisibles, se va tejiendo el alma de la patria!
Y llegó al fin el triunfo popular en 1959. Martí lo previó al decir que las luchas cansan menos cuando las corona la victoria.
La revolución triunfante hizo realidad el sueño martiano. Porque fue una radiante verdad que la justicia, la igualdad del mérito, el trato respetuoso del hombre, la igualdad plena del derecho: eso es la revolución.
Cuando Fidel nos enseñaba a través de sus discursos, cotidianos y didácticos, hacía valedero el pensamiento de nuestro Héroe Nacional de que “Las ideas, aunque sean buenas, no se imponen ni por la fuerza de las armas, ni por la fuerza del genio. Hay que esperar que hayan penetrado en las muchedumbres”
Martí ha estado en cada meta, en cada sueño, durante estos 60 años de quehacer revolucionario. Él nos alerta que la vida es lucha, y no hay que rehuírla, pues sólo los que se saben sacrificar llegan a la vejez con salud y hermosura.
Ante las conquistas sanitarias, recordemos que “…la única salud verdadera, es la que viene a un cuerpo bien administrado del orden de la mente y la serenidad del corazón”. Y ante el empuje de la educación y la cultura en las masas, no olvidar que ser cultos es el único modo de ser libres.
Ha sido importante la formación de valores en la niñez y la juventud cubana durante estas seis décadas, pues el Maestro alertó que cuando no se ha cuidado del corazón y la mente en los años jóvenes, bien se puede temer que la ancianidad sea desolada y triste.
Hoy las metas que se abren ante todos los cubanos son grandiosas y necesarias. Volvamos de nuevo el oído al Maestro, que acaba de cumplir 166 años de estar con nosotros, y digamos con él que no hay gusto mayor, no hay delicia más grande, que la vida de aquellos que cumplen con su deber.