Pasé temprano en la mañana por el cajero automático cercano a mi trabajo para pagar el recibo de la luz. Antes debí asegurar mi bicicleta a la cerca del cajero. Parqueos para bici ya casi no hay en esta ciudad.
Y parece que no los habrá mientras sigamos apostando por el motor como único medio de transporte. En la maniobra de amarrarla a una cerca, sacando las llaves del bolsillo, sin darme cuenta cayó al piso la memoria flash que siempre llevo encima. Estuve todo el día pensando que quizás la había dejado en casa.
Pero en la tarde, conversando con mi novia sobre los avatares del día, un mensaje en el teléfono me avisaba que si quería recuperar una memoria flash perdida llamara a determinado número. Me quedé perplejo. Realmente no esperaba algo semejante. Una persona, completamente desconocida gasta de su saldo en el celular para comunicarme que se la había encontrado.
Llamé y en efecto la había hallado en el mismo lugar donde estacioné la bici. Conversamos y me dijo que pasara a la mañana siguiente por su trabajo a buscarla. Solo me expresó: pregunta por el iyabó, técnico de laboratorio en la Facultad de Comunicación. Me recibió un muchacho joven y sonriente con la flash en la mano.
Yo me preguntaba cómo agradecerle, sobre todo por la información existente en el dispositivo que ahora recuperaba gracias a su honestidad y buena fe. Solo atiné a decirle gracias, muchas gracias. Él no pidió nada a cambio y mantuvo su sonrisa todo el tiempo. Quizás sea más importante que abunden personas decentes que parqueos para bicicletas en esta ciudad.