Los años de dictadura encabezada por Fulgencio Batista tuvieron, entre sus características más destacadas, la lucha revolucionaria por derrocarla y por un cambio real de la sociedad cubana, por una parte; por otra, la represión combinada con la articulación de una política económica que pudiera enfrentar la crisis estructural cubana para sostener el sistema, mientras desde el gran poder imperial externo se daban muestras claras de apoyo al gobierno batistiano. Sin embargo, en 1958 la situación revolucionaria llegaría a un punto climático, lo que impuso la búsqueda de soluciones desde el poder externo, en lo cual se inserta un hecho relevante: el 17 de diciembre el embajador norteño Earl. E. T. Smith, a su pesar, comunicó a Batista la retirada del apoyo de su gobierno. ¿Por qué se produjo esa decisión?
El rechazo al régimen de Batista se había extendido a la sociedad cubana en general, y el año 1958 fue escenario de batallas decisivas dentro de la guerra que libraba el Ejército Rebelde, lo que se hizo más patente en los meses finales. Si el gobierno estadounidense había tratado de mejorar su imagen en este conflicto, con la suspensión oficial de la entrega de armas a Batista en marzo de 1958, sus vínculos continuaban estrechos y eso era bien conocido, pero la situación obligaba a actuar. Desde la instancia del propio presidente Dwight Eisenhower se habían manejado opciones, como la búsqueda de una tercera fuerza para potenciar en una posible maniobra; pero el tiempo apremiaba, la situación se escapaba rápidamente de control. La ofensiva rebelde se perfilaba triunfante en breve plazo.
Entre las soluciones que se proponían con urgencia, tomó cuerpo la de conformar una junta cívico militar que asumiera el poder de manera provisional, con lo que se podría ganar tiempo desde la óptica norteña. Ya en marzo de ese año se había propuesto esa posibilidad ante el Departamento de Estado por un representante de figuras del autenticismo, sin que se articulara una respuesta; pero a fines de año el asunto cobró fuerza ante la inminencia de la caída de Batista. Entre otros factores, el fracaso absoluto de las elecciones celebradas en noviembre y la fuerza de las operaciones rebeldes no daban margen a dilaciones. Era muy claro que la situación no permitía esperar la llegada del cambio de presidencia en febrero de 1959.
Un primer paso para la decisión final fue el envío a La Habana de William Douglas Pawley para entrevistarse con Batista. Los documentos de política exterior estadounidenses (Foreign Relations of the United States 1958-1960) no ofrecen detalles de esta misión, solo aparece una nota editorial donde se dice que no se ha encontrado el memorándum y se cita un fragmento del libro que posteriormente escribió el embajador Smith acerca de su conversación del 10 de diciembre en el Departamento de Estado, cuando se le informó que se había enviado un contacto no oficial a conversar con Batista. El propio Smith había sido llamado a consultas a Washington sin información previa del envío programado, para que en su ausencia se produjera ese encuentro. Es evidente que la “misión Pawley” tuvo un carácter secreto.
Testimonios de Pawley, sin embargo, han permitido reconstruir aquel encargo.[1] El emisario era un hombre con antiguos vínculos con Cuba en la esfera de los negocios, como las aviación y los ómnibus, que había desempeñado cargos diplomáticos en países de América Latina y hablaba bien el español, además de sus relaciones cercanas con Eisenhower. La misión, encargada desde el más alto nivel, consistía en convencer a Batista de renunciar y marchar con su familia a su casa en Daytona Beach, dejando el poder en manos de una junta, con garantías de que no habría represalias para sus colaboradores. Esa junta convocaría a elecciones en un plazo de 18 meses. Según el testimonio de Pawley, Eisenhower lo había autorizado para hablar en su nombre, pero el secretario asistente de Estado para asuntos Inter americanos, Roy Rubottom, le indicó que no podía hacerlo, debía hablar a título personal.
Smith partió para Washington el día 4 de diciembre y el 7 llegó Pawley con su esposa. Batista lo recibió el día 9, a pesar de haber rehusado en un primer momento tal encuentro. Era evidente que el enviado no actuaba por sí mismo, sino que traía un encargo oficial, aunque no lo presentara así. En la conversación, el emisario indicó la composición que debía tener la junta: el coronel Ramón Barquín, quien se encontraba preso en Isla de Pinos; el mayor Enrique Borbonet en igual condición; el general Martín Díaz Tamayo, quien era un hombre del 10 de marzo, pero había pasado a retiro “por enfermedad” tras conocerse su vinculación conspirativa; y el empresario de la Bacardí, José “Pepín” Bosch, además de otro nombre que, según el testimoniante, no recordaba. Batista se negó a aceptar este plan, y afirmó que podía controlar la situación.
La negativa d Batista a proceder de acuerdo con lo planteado trajo repercusiones inmediatas. Smith regresó y tuvo que actuar, a pesar de su sentimiento personal de apoyo a Batista. La reunión del Embajador con el dictador en declive fue el 17 de diciembre. A esas alturas, en lo cúpula del poder estadounidense se había llegado a un consenso: Batista debía salir de manera urgente, por lo que Smith debió informar que su gobierno le retiraba el respaldo de manera oficial, al tiempo que le indicaba que debía dar paso a la organización de un gobierno integrado por anticastristas. Ante una pregunta de Batista, se le respondió que ya no podía ir a Daytona Beach y se le recomendó España como destino. Smith relató esta conversación con pesar, pero tuvo la obligación de actuar así.
A lo largo del año 1958 se hizo evidente el rechazo de los Estados Unidos a la posibilidad de la toma del poder por las fuerzas bajo el liderazgo de Fidel Castro, a pesar de no haber definido su proyección ideológica; pero no era aceptable para el gran poder. Ante la inminencia de un triunfo rebelde, por tanto, se actuó para imponer una salida que impidiera la solución revolucionaria. El 17 de diciembre se dio un paso definitivo. Al día siguiente, ante el Consejo de Seguridad Nacional, el director de la CIA fue bien claro al señalar que Batista era incapaz de salvarse y Castro emergería victorioso, pues se decía que el 95% del pueblo apoyaba a Castro, pero eso sería desastroso.[2] Por tanto, Estados Unidos actuó para impedir el triunfo revolucionario.
[1] Tomas G. Paterson consultó el libro de memorias inédito William D. Pawley´s Book y revisó los documentos del Senado, Communist Threat: Testimony of William D. Pawley, de septiembre de 1960, entre otras fuentes. Ver de este autor: Contesting Castro. The United States and the Triumph of the Cuban Revolution. Oxford University Press, New York, 1994, pp. 207-209
[2] Foreign relations of the United States 1958-1960, Vol. IV, Cuba, United States, Government Printing Office, Washington, 19878, p. 295.
Acerca del autor
Profesora titular
Las lacras nunca tendrán otro chance en un país como cuba,urge desmontar las trabas que aún persisten y dinamizar todas las estructuras y mecanismos con que contamos.aprender del pueblo que al final es quien decide, hacer un socialismo sostenible, próspero y sustentable como se divulga no deberá limitarse solo a las portadas de los periódicos sino con hechos concretos y tomar de cada sistema político lo mejor,eso es estar por delante en nuestro tiempo, mostrar competitividad en todas las esferas, además de las palabras bien sincronizadas necesitamos hechos concretos, saludos