Por: Arnold August
Muchos entre los autoproclamados periodistas progresistas y analistas en el mundo hacen hincapié en la riqueza de los candidatos, en los millones de dólares necesarios para ser elegidos, en los ingresos adicionales del candidato y congresista elegido provenientes de los grupos de presión (“lobbies”), en la corrupción y en la feroz rivalidad bipartidista. Sin embargo, casi todo el mundo lo sabe, incluso en Estados Unidos. En este último caso, por ejemplo, durante las elecciones presidenciales, la concurrencia de los electores habilitados apenas alcanzó entre el 50 % y el 52 %. Aun teniendo en cuenta el número récord de votantes durante las elecciones de mitad de mandato de 2018, la abstención es aproximadamente del 50 % de los votantes habilitados para hacerlo. ¿Por qué sería perjudicial fomentar la noción de que los candidatos estén nadando en millones de dólares, envueltos en corrupción y en el descrédito de las disputas intestinas del partido, para la gente que se preocupa por ello?
Haciendo énfasis en estos aspectos, las principales características del sistema político estadounidense (tan importantes que constituyen una parte fundamental de su cultura política) están encubiertas. Por cultura política me refiero al pensamiento, la perspectiva y las actividades, en este caso, del sistema político, tal como es aplicado y propagado por las élites gobernantes.
¿Cuáles características de la cultura política estadounidense deberían conocerse?
1. En cuanto al dinero, mientras más sutil es la publicidad a través de los medios de comunicación, esta es mucho más importante. Por ejemplo, la reciente campaña electoral de mitad de mandato y los resultados son presentados por la élite de los medios en el Norte, y en muchos casos son reproducidos en el Sur, como una batalla del bien contra el mal, representado por Trump. Sin embargo, ¿cómo surge el “trumpismo”? Hasta marzo de 2016, los medios de comunicación corporativos (especialmente la CNN en inglés), bajo el pretexto de realizar reportajes, entrevistas y paneles interminables donde se presentan panelistas pro-Trump, ya había ofrecido al “ilustre viejo partido republicano” (GOP) de Trump, una venta estratégica de 2 000 millones de dólares en medios gratuitos. Esto significaba más “anuncios” gratuitos que todos los demás candidatos del Partido Demócrata y del GOP combinados. Al final de la campaña para las elecciones generales presidenciales de 2016, los medios corporativos habían proporcionado un total de 5 000 millones de dólares en visibilidad gratuita a Trump. En ese momento era imposible mirar CNN en inglés sin escuchar el nombre de “Trump”. Por tanto, este medio elitista creó a Trump, y en ese proceso aumentó el número de anuncios empresariales destinados a CNN en inglés, así como las tarifas de dichos anuncios.
2. El sistema bipartidista y el “menor de dos males” están arraigados en la conciencia de muchos estadounidenses y de muchos en Occidente y en el Sur, como, por ejemplo, en América Latina, inundada con esta característica de la cultura política estadounidense. Todos los medios corporativos estadounidenses están unidos en la actual cacofonía diaria para presentar un ala del sistema bipartidista como la “izquierda” (el Partido Demócrata) y la otra como la “derecha” (el Partido Republicano). No son pocos los periodistas y analistas que sucumben ante esto.
3. El fetichismo electoral es un distintivo de la cultura política estadounidense oficial. Estamos abrumados por una “campaña electoral permanente”, impuesta por medios virtuales internacionales. Tan solo para dar el ejemplo más reciente de las elecciones de mitad de mandato, es de dominio público que la campaña política de verano y de otoño de 2018, y las campañas de la televisión durante la noche y los días siguientes a los resultados —todo ello combinado y acumulado—, son consideradas tan solo como un ejercicio de precalentamiento y como un primer paso hacia las elecciones presidenciales de 2020. El principal efecto secundario de esto no significa tan solo estar abrumados y aburridos. El resultado de este fetiche es que las acciones cotidianas progresistas anti statu quo (no el auto-proclamado “progresismo” democrático) impulsadas por la gente en las calles, lugares de trabajo e instituciones educativas, son sustancialmente debilitadas o virtualmente asfixiadas. Si no es así, los medios corporativos cooptan muy hábilmente muchas de estas actividades populares en forma de propaganda electoral. Esto es facilitado en algunos casos cuando estas acciones —consciente o inconscientemente— están diseñadas para el consumo electoral.
4. Como resultado directo de tal situación, se desprende la cuarta característica de la cultura política estadounidense: la cooptación. El poderoso papel de los medios de comunicación, cultivar la ingenuidad y a la vez lucrar con ella, es un veneno que nunca debe subestimarse. Hay muchos ejemplos de cómo los movimientos revolucionarios o progresistas en Estados Unidos son cooptados en el callejón sin salida del sistema bipartidista. Sin embargo, tomemos uno de los casos más recientes. Tras la masacre en la escuela secundaria de Marjory Stoneman Douglas, en Parkland, Florida, los estudiantes inspiraron heroicamente a la mayoría de los estadounidenses, muchos de los cuales se unieron masivamente en las calles, y en manifestaciones y en huelgas en las escuelas, para exigir acciones en materia del “control de armas”. Sin embargo, aun cuando era real en la base, el movimiento estudiantil multifacético fue cooptado simultáneamente desde la acción de masas hacia la política electoral por el Partido Demócrata, en las elecciones de mitad de mandato.
Adicionalmente, la cuestión de las masacres es mucho más profunda que el “sentido común de las leyes que regulan las armas de fuego”. La masacre de Thousand Oaks, California, el 8 de noviembre de 2018, no es la primera ejecutada por un exmiembro de las fuerzas armadas. Esto indica una vez más que, desde la Segunda Guerra Mundial, las masacres domésticas están vinculadas a la agresión estadounidense y a las masacres en todo el mundo. Los tiradores masivos de EE.UU. son desproporcionadamente veteranos de la guerra: 35%. Estados Unidos es, de lejos, la sociedad más violenta del mundo, en la que esta cultura de la violencia doméstica e internacional influye y contribuye a la cultura política general. De esta manera, el movimiento por el “control de armas”, como cualquier otra actividad legítima de masas, no puede atarse al fetichismo electoral y menos aún a uno de los dos partidos dominantes. Sin embargo, mientras escribo estas líneas, los estudiantes de Parkdale se están organizando para ejecutar acciones de masa tras el tiroteo en Thousand Oaks, California. No obstante, ¿serán estas valientes y persistentes acciones populares capaces de impedir ser devoradas por el vórtice de las elecciones presidenciales de 2020? ¿Será este creciente movimiento capaz de resistir a las ilusiones de la Cámara de Representantes en el Congreso controlado ahora por los Demócratas, y evitar ser contagiado por la gloria política, la carrera y la popularidad personal de cada miembro del Congreso con miras al 2020, lo que constituye siempre su principal interés? ¿Llevará esto a que la iniciativa del movimiento sea cooptada por el fetichismo electoral?
5. Este problema de la cooptación, presentado en el ejemplo del movimiento contra la violencia armada, también nos lleva a la cuestión fundamental de la violencia racista en contra de indígenas y afroestadounidenses. Esta característica de la cultura política reaccionaria se remonta a la fundación de las Trece Colonias, en los siglos XVII y XVIII. De hecho, la historia y los acontecimientos actuales indican que en Estados Unidos, el Estado constituye un vestigio de la esclavitud y el genocidio contra los indígenas estadounidenses. Esta apreciación realista del Estado debe —o debería— permear la evaluación de la cultura política impuesta por las élites estadounidenses. Esto es mucho más complejo que el tratamiento superficial dado por los medios corporativos y algunos medios progresistas a temas como la financiación, la corrupción y la guerra salvaje interpartidista del sistema electoral, lo que resulta muy evidente en la medida en que esta se normaliza: casi todo se puede escribir o decir para ocultar que en Estados Unidos el Estado constituye un vestigio de la esclavitud y el genocidio.
6. Los afroestadounidenses han sido siempre —y lo siguen siendo actualmente— la vanguardia de la oposición revolucionaria frente al statu quo de la cultura política, como el necesario e inevitable resultado de su condición histórica, impregnada de ideologías marxistas y otras revolucionarias. Examinar el proceso electoral estadounidense, como el de mitad de mandato, sin ocuparse de esta contradicción histórica como piedra angular de la cultura política dominante —y donde cualquier ciclo electoral posiciona a indígenas y afroestadounidenses—, equivale a analizar un proceso político como, por ejemplo, en América Latina, negándose a tomar en cuenta los efectos del colonialismo europeo y del imperialismo estadounidense, sus aliados occidentales y sus serviles oligarquías locales de la región.
7. ¿Cuál es entonces la situación actual de los indígenas y afroestadounidenses en cuanto a su vocación histórica, que aún está por realizarse? Los afroestadounidenses son la vanguardia de la oposición a la cultura política dominante. Sin embargo, esto nunca se sabe cuando se lee y se escucha la mayor parte de la élite periodística y a los analistas, incluso aquellos que se proclaman “progresistas”.
No obstante, la realidad reconocida por la misma contraofensiva negra de los periodistas y activistas, su propio movimiento, es debilitado y limitado por la capacidad del Partido Demócrata de cooptar a una pequeña fracción de afroestadounidenses en sus filas, como lo hace con otros movimientos de masa progresistas. De este modo, parte esencial de la cultura política de los círculos dominantes es que el Partido Demócrata, lejos de estar inclinado a la izquierda o al menos ser más progresista que el Partido Republicano moderno, como lo ha pretendido, es en realidad el cementerio del avance de una verdadera izquierda alternativa. ¿Están algunos lectores confundidos? No es sorprendente.
Por una parte, las fuerzas revolucionarias de izquierda en Estados Unidos están muy familiarizadas con este fenómeno: ellas padecen enormemente y de forma trágica el rol de excavadoras de la tumba del Partido Demócrata, especialmente desde la Segunda Guerra Mundial. Por otra parte, en otros lugares como en Europa, América Latina y el Caribe, gran parte de la prensa, incluyendo algunos medios de la izquierda progresista, dan una imagen opuesta del Partido Demócrata: un vehículo de cambio, de progreso y un caldo de cultivo para una “alternativa de izquierdas”. No obstante, esta óptica provoca burlas por parte de la izquierda revolucionaria estadounidense. Este es uno de los dilemas que este artículo se esfuerza por afrontar como un primer paso.
No valorar este hecho —ya sea por limitación intencional o ingenua— significa encubrir un aspecto esencial de la cultura política.
En conclusión, basta con afirmar por el momento que los escritores afroestadounidenses y no afroestadounidenses, y los activistas, forman parte de esta lucha, de este movimiento de oposición amplio y creciente frente a la cultura política del statu quo. Compuesto por decenas de miles de periodistas, escritores, analistas, activistas sociales, políticos, y los medios sociales, esta formidable cultura política de izquierda −e incluso revolucionaria– merece ser conocida por analistas y periodistas fuera de Estados Unidos, y así en América Latina y el Caribe, a través de sus escritos, sus audiencias y el público en general. (Tomado de la Jiribilla)