Por: Frank Padrón
Temas y problemas relacionados (in)directamente con la procura del pan diario se encuentran nuevamente en la lucha por los corales del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano (FINCL), que el próximo jueves convertirá a la capital en un gran set fílmico. Aquí van algunas recomendaciones:
La camarista (en Cuba diríamos camarera) es una de las obras que compiten en el apartado de óperas primas, y fue realizada por la mexicana Lila Avilés; en esta sigue a Eve, del gremio de trabajadoras de limpieza en un hotel cinco estrellas de la capital mexicana.
Es la prudente empleada que deja la vida en cada habitación y complace hasta a los más exigentes y extravagantes huéspedes, pero también la madre soltera que debe criar sola a un hijo al que casi nunca ve por lo esclavo de su trabajo, que transcurre en esos hermosos cuartos ajenos, con impresionantes panorámicas de la ciudad, donde observa con curiosidad y privilegiado anonimato los vestigios más íntimos dejados por los diversos ocupantes del hotel. Lo único que rompe su rutina —donde parece que siempre se vive el mismo día— son sus deseos de superación personal e inclusive eróticos.
El filme se proyecta desde la subjetiva de la protagonista, y la narración se torna deliberadamente monótona al punto de que llega a ser cargante, aunque no cabe dudas de que fue la intención de la realizadora, de modo que aprehendamos hasta el detalle lo deshumanizante y terrible de estos empleos donde no hay verdadera consideración al trabajador y todo se vuelve una monstruosa rutina, donde impera la parcialidad y poco importa el esfuerzo, incluso suprahumano, de quienes dependen de él para vivir, ellos y sus familias.
En realidad La camarista es un filme sobre la invisibilidad; discursa sobre esos seres que no le importan a nadie, que solo funcionan mientras resuelven algo (hasta a nivel de compañeros de trabajo, como se ve en la relación de la protagonista con su simpática, pero pragmática colega gruesa), y a quienes la jerarquía ignora absolutamente como trabajadores y, lo peor, como seres humanos.
Avilés consigue un retrato certero y preciso, mediante los expresivos planos generales y medios asistimos a ese mundo aparentemente armónico que encierra la frialdad de una cárcel; hace evocar los Tiempos modernos del inolvidable Chaplin.
También un colectivo laboral adverso, en este caso de maquiladoras, es el contexto donde la veinteañera Ariel debe sufrir chismes y burlas, algo que sobre todo perjudica a Ana, joven lesbiana que se acerca a ella. Es esta más o menos la sinopsis de la coproducción venezolanocolombiana Yo, imposible, de Patricia Ortega, que compite en largos de ficción. La protagonista es un caso de intersexualidad a la que sustrajeron los genitales masculinos cuando niña, inconsultamente, y ahora sufre no solo dolores en el acto sexual, sino confusiones en su orientación sexual.