La Habana no tiene ese perfil moderno que admiramos en otras ciudades del mundo, se nos ha quedado detenida en el tiempo y con ella sus maravillas arquitectónicas, sus trazados urbanos y la gente que la habita. Desde el mirador del Cristo, al otro lado de la bahía, luce apacible, tranquila, amable.
Para descubrirla hay que caminarla; una y otra vez, desandarla, porque en sus calles la vida bulle, en las esquinas, en los portales, en su inigualable malecón, testigo y cómplice de quienes llegan hasta él una y otra vez a soñar, a amar o simplemente ver pasar el tiempo y a los turistas…
La Habana que amamos, la que maravilla a los que la visitan, la que añoran los que en la distancia la sienten suya siempre. La Habana de los que la dignifican a diario con su trabajo. La Habana de todos, fue una villa nómada en sus origines, pero definitiva en las márgenes de la bahía de Carenas, hace ya 499 años.
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