El reto mayor de los trabajadores de la cultura es consolidar un entramado diverso e integrador, que esté a la altura de la gran tradición artística y literaria de la nación, y que ofrezca cuerpo y sostén a nuestro proyecto de sociedad
Pudiera parecer una frase hecha, un lugar común, pero es en realidad el basamento de la política cultural de la Revolución: cultura para todos, el acceso pleno a las expresiones culturales (que van mucho más allá del arte y la literatura) como derecho inalienable de la ciudadanía. Se ha dicho muchas veces, aunque no siempre es comprendido cabalmente: la cultura es uno de los principales sostenes de la nación y su proyecto de desarrollo.
La consolidación de un entramado diverso e integrador, que garantice el goce y el ejercicio de ese derecho, es el principal reto de los trabajadores de la cultura.
No es una tarea menor. No puede ser asumida solo por los artistas y escritores (que sin duda tienen un rol decisivo), sino por todas las personas e instituciones que inciden en los procesos creativos y en las estrategias de soporte y socialización de la actividad cultural.
El Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Cultura es uno de los pilares de ese sistema. Está fuera de discusión su necesidad e importancia, pero no todos las valoran en su justa dimensión. El sindicato no es el simple “organizador” de actividades recreativas. Es mucho más que la cuota sindical de cada mes y las distinciones puntuales a sus afiliados más destacados. El sindicato es (tiene que ser) la voz y el brazo de los trabajadores. Y en ese sentido, su misión no es regodearse solo en las actividades internas (propias de cada organización), sino proyectarse hacia la aplicación efectiva de la política cultural.
Las discusiones de las asambleas en todas las instancias deberían ir más allá de localismos y conflictos circunstanciales (no significa que no sean espacios para analizar el más amplio espectro de las problemáticas de los trabajadores, por supuesto) para abordar también los grandes desafíos de la cultura, desde la perspectiva del movimiento sindical.
¿Qué rol debe tener el sindicato en las relaciones del trabajador de la cultura con su entorno laboral (que suele ser entorno creativo), con sus administraciones, con el sistema institucional? ¿Cómo puede influir la organización en el movimiento de los artistas aficionados, que tuvo años de esplendor en el ámbito de los trabajadores? ¿Por qué es importante la plena afiliación de los artistas? ¿Cómo pueden contribuir los trabajadores de la cultura al proceso de actualización que asume la sociedad cubana? Son solo algunas preguntas, pero podrían animar un intenso y provechoso debate.
La labor sindical de grandes figuras de la cultura cubana tiene que ser referencia en estos tiempos. Los históricos vínculos del movimiento sindical con la vanguardia artística y literaria del país no pueden sufrir menoscabo.
Cultura de calidad para todos los trabajadores y para todo el pueblo: ese es el desafío permanente. Sin “elitismos” absurdos o concesiones “mercantilistas”: ¿por qué hacer distinciones artificiales entre “alta cultura” y “cultura popular”? Trabajemos por satisfacer las demandas del pueblo (la natural necesidad del arte) a partir de jerarquías y valores, sin menospreciar las aristas meramente lúdicas y sin renunciar a una vocación ética y estética.
Muy a la ligera se suele decir aquello de que este es el pueblo más culto: persisten (incluso, crecientes) lagunas de incultura e incivilidad; ignorarlas no significa que no existan, que no incidan en la pérdida de valores esenciales.
De lo que sí podemos estar orgullosos es de la gran tradición, de la fuerza y la singularidad de nuestra cultura, y del inmenso potencial de nuestro pueblo. Preservemos ese legado y engrandezcámoslo (que es la mejor manera de preservarlo). Como se ve, hay mucho camino por recorrer todavía.