Dr. Yoel Cordoví Núñez, Instituto de Historia de Cuba
El 10 de diciembre de 1898 quedó firmado el tratado de paz acordado en París entre España y Estados Unidos. Al igual que lo sucedido en el protocolo de paz suscrito en Washington al concluir las hostilidades, no se mencionaba la independencia de Cuba. La crítica situación suscitó que el general Máximo Gómez, hasta ese momento atento al desenlace de los acontecimientos, rompiera el silencio y, en una carta enviada a Edmond S. Meamy desde Yaguajay, manifestara sus criterios sobre la conducta “dudosa” de “los hombres del Norte”:
“Primero, contemplando indiferente por largo tiempo el asesinato de todo un pueblo, y segundo, y a la postre cuando se determinaron a intervenir en la cuestión y suprimir el verdugo, ya exánime el Pueblo, se le cobra el tardío favor con la humillante ocupación militar de la tierra sin un motivo racionalmente justificado”. ¹
A partir del 1.º de enero de 1899 dejaba de existir oficialmente la soberanía española, a la vez que se hacía cargo de Cuba el Gobierno de Ocupación Militar. La fórmula empleada en las nuevas circunstancias, según Máximo Gómez, no podía estar sustentada en la violencia. En misiva cursada al general José María Rodríguez develaba los planes hegemónicos de Estados Unidos. Las autoridades interventoras buscaban propiciar un clima de inestabilidad interna: “…para que nuestra actitud le sirva de pretexto para apoderarse de una vez de Cuba”.² En tal sentido, aconsejaba al pueblo cubano la necesidad de tener, “cuidado, tacto exquisito y mucha previsión en esos momentos históricos”. ³
El accionar del general Gómez se define en el período de ocupación (1899-1902) a través de la concepción de una estrategia política, dirigida a establecer en un plazo breve la República de Cuba. La idea respondía a las disposiciones de las autoridades estadounidenses, que condicionaban su retirada al establecimiento de un gobierno propio con capacidad de regir su destino. En tal sentido, materializar el ideal republicano del viejo guerrero era una forma de poner coto a la presencia indefinida de Estados Unidos en el país.
Para que la república que se estableciera funcionara de acuerdo con los preceptos de Gómez debía, desde sus raíces, buscar la unidad de todos los elementos dispuestos a mantener la vigencia del legado independentista, a su juicio, único modo de “salvar a este País lo más pronto, de la tutela que se nos ha impuesto”4 La unidad y la concordia, que durante la guerra pregonara el estratega como el medio rápido y eficaz de poner fin a las hostilidades y establecer la república cordial a la que aspiraba José Martí, mantuvo en lo esencial el mismo significado al firmarse la paz, solo que las adaptó a las exigencias del nuevo contexto histórico.
Esa política unificadora no constituía un elemento abstracto dentro de la estrategia de Gómez. Su concepción respondía a la realidad donde se encontraba inmerso. La multiplicidad de clubes, partidos y otras organizaciones que surgían no era más que una de las manifestaciones en que se expresaba el fraccionado independentismo.
El acercamiento de Máximo Gómez a la jefatura del ejército interventor, parte de su estrategia, abarcó un conjunto de problemas sensibles dentro de la sociedad cubana, no solo de índole política, sino también económica, administrativa y militar, entre otras. Su objetivo era gestionar la mayor cantidad de prerrogativas posibles que viabilizaran sus ideales republicanos, al mismo tiempo que enfrentaba, con mucho tacto, las medidas y procedimientos que podían significar la prolongación indefinida del estatus de ocupación.
En primer lugar, Máximo Gómez procedió a activar sus gestiones con el primer Gobernador Militar John Brooke, dirigidas a reorganizar la administración de acuerdo con sus intereses. El primer paso consistió en sustituir a los empleados contrarios a la independencia por aquellos “que a sus aptitudes para la comisión de estos cargos, sumen mayores méritos contraídos durante la guerra por la liberación e independencia de la Patria y ejerzan por lo tanto, más eficaz influencia sobre los gobernados”.5
Las alcaldías fueron un centro clave en sus labores. Para esta labor se apoyó también en hombres de su entera confianza como el general Bernabé Boza, alcalde municipal de Santa María del Rosario y Fernando Figueredo, subsecretario de Estado y Gobernación durante el gobierno de Brooke. En una de sus misivas a este último, fechada el 26 de septiembre de 1901, le solicitaba un puesto para Francisco Arredondo Miranda, y advertía: “… de esos hombres así es que se debe formar la base de la República”. La respuesta de Figueredo no se hizo esperar, y en la misma misiva anotaba: “Esta es una orden, por mi parte será cumplida”.6
Entre los problemas comprendidos en lo que él denominó “política salvadora de los intereses nacionales cubanos”, aparecen sus gestiones por el establecimiento de las Milicias Cubanas. De acuerdo con sus ideas, esta institución consistiría en un cuerpo armado compuesto, aproximadamente, por 15 mil hombres que, según sus palabras, harían “innecesaria la intervención de las tropas americanas y de la misma Guardia Rural”.7
Las Milicias Cubanas, desde ese punto de vista, estaban destinadas a desempeñar tres funciones esenciales. En primer lugar, ofrecerían empleo a buena parte de los miembros del Ejército Libertador, carentes de recursos para mantener las familias. Segundo, garantizarían el orden público y colaborarían en la reconstrucción del país. Por último, constituirían un cuerpo militar representante de los intereses de la nación en contraposición a los actos del ejército de ocupación.
El hecho de que el Generalísimo aspirara a que la república fuera independiente y soberana, explica su desacuerdo con las bases en que esta emergió. Desde el mes de febrero de 1901, condenaba, en carta a la poetisa puertorriqueña Lola Rodríguez de Tió, la orden militar que disponía la elección de los delegados a la Convención Constituyente, encargados de redactar la Constitución, y como parte de esta acordar las relaciones que habrían de existir con Estados Unidos. Según Gómez: “Eso de ‘ordeno’ y eso que la convención deje como Principio Constitucional (eterno) la base de las relaciones políticas entre Cuba y los EE. UU., me parecen un par de esposas”. 8
De ahí el fundamento de sus confesiones al puertorriqueño Sotero Figueroa sobre la necesidad de salvar lo mucho que quedaba de la revolución redentora: “su Historia y su Bandera”. De no ser así, advertía:
“(…) llegará un día en que perdido hasta el idioma, nuestros hijos, sin que se les pueda culpar, apenas leerán algún viejo pergamino que les caiga a la mano, en el que se relaten las proezas de las pasadas generaciones, y esas, de seguro les han de inspirar poco interés, sugestionados como han de sentirse por el espíritu yankee”.9
Indudablemente, Máximo Gómez, sin llegar a ser un teórico del fenómeno imperialista, puesto que ni su formación ni época se lo permitían, presentó una concepción bastante nítida sobre los problemas que se precipitaban en el entorno cubano. No en vano aducía, como preocupante fundamental en aquellas circunstancias, el hecho de no encontrar “en el seno de nuestra República de mañana otras fuerzas que oponer a las fuerzas avasalladoras que como ley fatal han de ejercer los americanos en América”.10
De nada valdría buscar un pronunciamiento público que incitara a la lucha contra una situación que siempre consideró injustificada, más bien alertó a través de sus proclamas al pueblo cubano y orientó en cartas a hombres de su entera confianza los procedimientos a seguir en busca de la unidad posible que evitara la prolongación de la ocupación extranjera. La propuesta y defensa de la candidatura de Tomás Estrada Palma como presidente y Bartolomé Masó para vicepresidente de la república, formó parte también de su estrategia política.
En rigor, el general Máximo Gómez actuaba en circunstancias extremadamente complejas en las cuales, ante las posibles variantes de solución a la situación existente, asumió aquella que creyó más conveniente para el establecimiento y conservación de una república independiente y soberana, y en consonancia se proyectó.
1Máximo Gómez: “Carta a Edmon S. Meamy”, Yaguajay, 20 de diciembre de 1898, en Gonzalo de Quesada y Miranda: Archivo de Gonzalo de Quesada. Documentos históricos, Editorial de la Universidad de La Habana, 1965, pp. 496-497.
2Máximo Gómez: “Carta a José María Rodríguez”, Jinaguayabo, 14 de enero de 1899, en ANC: Fondo Máximo Gómez, legajo 22, No. 3011.
3Máximo Gómez: Dos palabras de consejos a mis amigos cubanos, Calabazar, 20 de agosto de 1900, en Bernabé Boza: Ob. cit., p. 310.
4Máximo Gómez: Diario de Campaña, 8 de enero de 1899, p. 423.
5Máximo Gómez: “Carta a John Brooke”, 7 de mayo de 1899, en ANC: Fondo Máximo Gómez, legajo 21, No. 2904.
6Máximo Gómez: “Carta a Fernando Figueredo”, 26 de febrero de 1901, en ANC: Fondo Máximo Gómez, legajo 29, No. 3772.
7Máximo Gómez: “Carta a John Brooke”, 7 de mayo de 1899, en ANC: Fondo Máximo Gómez, legajo 21, No. 2904.
8Máximo Gómez: “Carta a Lola R. de Tió”, 12 de febrero de 1901, en ANC: Fondo Máximo Gómez, legajo 2, No. 2927.
9Máximo Gómez: “Carta a Sotero Figueroa”, 8 de mayo de 1901, en Emilio Rodríguez Demorizi: Papeles dominicanos de Máximo Gómez, Editora Montalvo, República Dominicana, 1954, p. 396.
10Ídem.
Interesante el trabajo,pues esboza una faceta poco conocida de Máximo Gómez, el Máximo Gómez político.