Joven y pepillísima es Lurdiannys Merencio Matos. En consonancia con su generación tiene tajuajes y usa ropa a la moda. Pero más que atributos externos, la distinguen unos deseos inmensos por enseñar.
Desde hace cinco años, se dirige cada mañana a la escuela primaria Federico Engels de la ciudad de Sancti Spírirtus. Más que una rutina, así construye su futuro y a la vez forja el de cientos de niños.
“El ejemplo y el cariño constituyen los mejores métodos de enseñanza. Son tan importantes para el maestro como la tiza y la pizarra”, alecciona la educadora que pasa la prueba de fuego de esa profesión, por primera vez imparte el primer grado.
“Prefiero trabajar con niños más grandes, pero el maestro se forma verdaderamente cuando enseña a leer y a escribir. Este grado es definitorio, deja una huella en muchos alumnos. A la par que se definen los rasgos de las letras y los trazos de los números, se moldean hábitos, valores y modales que acompañan a la persona en su desarrollo social”.
“Me motiva como los niños manifiestan interés por aprender algo nuevo. Gratifica ver como todos comenzaron en septiembre temerosos y hoy saben leer y escribir. Me gustaría que estos niños recuerden a su maestra de primer grado, como yo o a la mía”.
Continuar forjando a las nuevas generaciones e inculcarle a alguno de sus alumnos el amor por la profesión, es una anhelo que mueve cada paso de esa espirituana a sus 24 años. Pero reconoce que en la Cuba actual despertar el interés por el magisterio y ejercerlo a gusto es un reto.
“Hoy por hoy ser maestro no es una tarea fácil, bajo salario, visitas constantes. Es agotador, nos cansamos. El trabajo es intenso. No concluye a las 4.20 de la tarde. Posterior a esa hora debes revisar libretas, planificar clases y el tiempo establecido para al autopreparación es limitado. Se trabaja con programas viejos y la estimulación moral también es poca”.
“El reconocimiento social se ha perdido. El magisterio está subvalorado con respecto a otras profesiones, ¿pero quién forma la raíz de esos obreros, campesinos, profesionales?”, razona Lurdiannys.
“Muchos están decepcionados, buscan nuevos horizontes porque no existe motivación. Surgen iniciativas para incentivar a los educadores pero son muy efímeras. Un simple uniforme, sería un elemento distintivo para que te identifiquen en la calle como profesor o profesora. Solo nos reconocen aquellos a quienes le impartimos o clases.”
“La familia es otra preocupación, apoya poco y exige mucho. Todo se le deja al educador. En muchos casos son las familias quienes desvían el ineterés del adolescente por la profesión. Queremos que nuestros hijos tengan buenos maestros, pero no queremos que sean uno ellos”.
“Los maestros cubanos inculcamos, sobre todo, los valores de nuestra sociedad socialista y preparamos a las nuevas generaciones para defender la obra de la Revolución. Además de oraciones y cálculos matemáticos mostramos de dónde venimos, quiénes somos y hacia dónde vamos”.