Confieso que antes de escribir estas líneas conocía poco de su obra, solo por referencias artísticas y algunas composiciones suyas que escuché por radio. Pero la fuerza de su nombre me hizo leerme su historia de principio a fin, al conocer la noticia de su deceso. Héctor Angulo dejó un inmenso legado que perdurará mientras prevalezca la buena música cubana.
Este maestro de maestros nació en Santa Clara el 3 de septiembre de 1932, e inició estudios musicales en su ciudad natal, los cuales siguió en el Conservatorio Municipal de Música de La Habana, y por último en el Manhattan School of Music de Nueva York. Años después aprendió armonía con Leo Brouwer. Pero uno de los imprescindibles del patrimonio sonoro cubano, el prestigioso compositor Alejandro García Caturla, influyó notablemente en Héctor Angulo, quien se definió como “continuador de la estética de García Caturla”.
Asimismo los músicos Amadeo Roldán, Heitor Villa-Lobos y Béla Bártok resultaron determinantes en su formación profesional, llegando a convertirse en un indispensable del repertorio vocal en Cuba. Sus aportes a este campo de saberes significaron solo una parte de su amplio quehacer al realizar piezas para piano, guitarra, orquesta de cámara y obras para teatro.
En 1969, y producto de trascribir 250 melodías del folclorista, etnólogo e investigador Rogelio Martínez Furé, Premio Nacional de Literatura, nació en 1969 sus Cantos afrocubanos para voz media y piano, una hermosa pieza marcada por un loable sentimiento de identidad.
Casi dos décadas después escribió 22 pregones para el animado Papobo, filmado en los estudios cinematográficos de la Televisión Cubana, en el que reflejó el estilo de los vendedores del siglo XVIII.
Su impronta como asesor musical del Teatro Guiñol de La Habana — donde permaneció por varios años— resultó una piedra angular en su relevante carrera artística, al crear para pequeños la puesta en escena Las Máscaras, la soga en el cuello, el sótano, y Pedro y el lobo, así como Tres canciones sin texto, Canciones infantiles, Un son para niños antillanos, entre otros temas.
La poesía nunca fue para él un universo lejano, más bien constituyó una fuente de inspiración constante, pues muchas de sus obras fueron conformadas a partir de textos de Federico García Lorca, José Martí, José Jacinto Milanés, Nicolás Guillén, Mirta Aguirre, Miguel Barnet y Pablo Armando Fernández.
Para los musicólogos, promotores culturales y periodistas se avecina un nuevo desafío: transmitir la notable labor del maestro a las nuevas generaciones, un bien necesario en estos tiempos donde impera tanta superficialidad musical.