Entre la espada y la caleta

Entre la espada y la caleta

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La hoja… aborda aspectos muy sensibles como el desamparo familiar, la educación de los hijos, las desgarraduras del exilio y sus huellas en la familia. En el fotograma, Carlos Denis, en el papel del pequeño Bertico. Foto: Icaic

Frank Padrón

La experimentada creadora televisual Mirta González Perera (Cuando el agua regresa a la tierra, Salir de noche…), y su joven colega Jorge Campanería (de Camagüey) unieron sus esfuerzos para dar a luz un nuevo filme cubano: La hoja de la caleta, apoyados en el guion del también agramontino Pavel Alejandro Barrios, quien a su vez partió de su cuento Yo no tengo miedo, basado en una historia real, que antes de viajar a la pantalla devino piezas de radio y televisión.

Con el sello de la Casa Productora de Películas y Telenovelas de La Habana, la obra se ubica en un pueblecito pesquero de Santa Cruz del Sur, y narra las vivencias de un adolescente escindido entre el afecto de los progenitores: tras el abandono de la madre, quien marcha a Estados Unidos y regresa un día a llevarlo consigo, Bertico quedó bajo la protección del padre, hombre tosco y bruto, pero amoroso.

Como puede inferirse, La hoja… aborda aspectos muy sensibles y siempre importantes, como el desamparo familiar, la educación de los hijos, las desgarraduras del exilio y sus huellas en la familia, las distancias no solo físicas y otros tantos asuntos relacionados, que en el poblado donde ocurren los hechos, según testimonio de uno de los realizadores, resulta algo muy común.

Sin embargo, el filme presenta errores que comienzan desde la escritura, uno de cuyos primeros fallos estriba en el propio diseño de personajes, tendientes al maniqueísmo y al insuficiente desarrollo: Berto, ese padre duro por fuera-blando por dentro, alcohólico para más señas, cambia de manera radical tras unas cuantas palabras de la madre.

Otros personajes secundarios (la vecina chismosa y entrometida, pero amable con el niño o el padre de la maestra) no pasan de meras apoyaturas sin verdadero peso dramático.

Por otra parte, más de un diálogo se siente efectista o sensiblero, sin olvidar ciertos pasajes de un ingenuo empaque romántico (el advenimiento de la tormenta que anuncia la que ocurrirá mediante el enfrentamiento de los padres).

Pero lo más grave quizá radique dentro de la puesta, en la distribución que los realizadores han hecho de la música, tanto de la incidental como de la expresamente compuesta por Kelvis Ochoa; sobre esta última, hermosa y expresiva en sí misma, se abusa hasta lo impensable al punto de que casi tras cada plano se escucha un fragmento de las canciones; la otra es redundante, subrayando de manera innecesaria las situaciones y colmándolas de un dramatismo excesivo.

Entre los méritos de La hoja… figura su acertada visualidad; Campanería logra planos hermosos que captan la belleza rústica pero indudable del pueblecito, donde se aprecia sobre todo un notable trabajo de iluminación (más de un momento se piensa en verdaderas marinas) lo cual redunda no solo en la conseguida ambientación, sino en la eficacia del propio discurso.

También las actuaciones sobresalen: Yohandry Aballe, que encarna al padre; Carlos Denis, en el pequeño Bertico; y Yoandra Suárez dando vida a la madre, logran sortear las falencias del subsistema de personajes con fuerza y convicción en sus desempeños, como asimismo lo consiguen los veteranos Manuel Porto e Irela Bravo, pese a las episódicas y no muy afortunadas apariciones de sus roles.

La hoja de la caleta debe tal vez considerarse un boceto, el borrador de la obra mucho más redonda y acabada que un buen día nos entregará un equipo de realización donde, sin lugar a dudas, no escasea el talento.

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