Casi nadie ya recuerda la persona que fue, aunque ha permanecido en el mismo barrio por más de 40 años. A los ojos de los otros, él siempre ha sido ese hombre de manos temblorosas, cuerpo maltrecho y rostro de anciano. Juan, el borracho, así lo conocen todos.
El alcohol destruyó —lentamente— sus posibilidades de lograr una vida, si no mejor, al menos diferente. Le robó una historia de la cual enorgullecerse y le arrebató la posibilidad de mirar a su niño con la certeza de que hizo por él, todo lo que pudo.
Ya la gente lo olvidó, pero Juan no siempre fue así. Sin embargo, lo que comenzó como algo “normal”, una “práctica de ocasión”, un “medio para compartir” se convirtió en un modo de esclavitud; porque ya le resulta imposible permanecer un día sin probar el alcohol.
No es cosa de juego
El consumo de alcohol es uno de los problemas de salud que enfrentan muchos países. Para América Latina y el Caribe la situación es, quizás, más preocupante, pues de acuerdo con informes arrojados por las organizaciones Panamericana y Mundial de la Salud, en esta región se bebe, como promedio, más que en el resto del mundo.
Para Cuba el escenario también es complejo. Las estadísticas han demostrado que alrededor del 45 % de las personas mayores de 15 años son consumidoras de bebidas alcohólicas. Además, otro aspecto prende las alarmas. Basta transitar por las calles, visitar los bares y centros nocturnos o participar en fiestas y reuniones de jóvenes para percibir que en este grupo existe una tendencia —creciente— a consumir líquidos que contienen alcohol.
Del mismo modo, es fácil notar que cada vez es más temprano el debut en estas prácticas. Evidentemente, que una persona ingiera bebidas alcohólicas no la convierte en adicta; aunque para el país esto representa un problema de salud, que debe ser —y es— atendido con toda la rigurosidad que demanda.
Apuntando hacia los porqués
La ingestión de este tipo de productos es multifactorial. La nación posee una importante tradición en la producción de rones y otras bebidas, y ello ha favorecido la aceptación del hábito. Además, las falsas creencias y los estereotipos en relación con el alcohol han promovido prácticas nocivas que se transmiten de una generación a otra.
En ocasiones el machismo ha llevado a muchos padres a “enseñar a tomar a sus hijos”. En algunas familias se fijan los 15 años como la edad en que los progenitores dan permiso para tomar y, ya son habituales las afirmaciones de que “una fiesta sin alcohol no es una fiesta”.
Es indudable que el papel de la familia es fundamental para evitar que se propaguen patrones que pudieran derivar en futuras adicciones. No obstante, la sociedad y las instituciones también desempeñan un rol decisivo. Aunque está prohibida la comercialización de bebidas alcohólicas a menores de 18 años, esta ley es violada con bastante frecuencia, pues los mecanismos para hacerla cumplir no siempre funcionan.
Del mismo modo, son reiterados los momentos en los cuales se hace más sencillo encontrar en los establecimientos estatales ron o cerveza (solo por citar dos casos), mientras que sucede lo contrario con los jugos, refrescos o algún otro producto que no contenga alcohol. A todos estos escenarios se suma el cambiante contexto nacional.
El incremento de los contactos con culturas foráneas y la evolución socioeconómica del archipiélago ha propiciado un cambio en el estilo de vida de los cubanos, sobre todo de las nuevas generaciones, que en muchos casos convierten los líquidos en protagonistas de su tiempo de ocio e intercambio.
Igualmente para los adolescentes y jóvenes adquiere una especial relevancia el hecho de ser o no aceptado por determinados grupos o personas, y a veces acuden al consumo como un mecanismo para evitar el rechazo o la exclusión. Por otra parte, la enfermedad ha adquirido un nuevo matiz: el de género.
Las cifras evidencian que la adicción a esta droga no solo la enfrentan los hombres, y que las mujeres cada vez consumen más; pese a que a ellas les cuesta más trabajo reconocerse como dependientes y por ende, iniciar un posible tratamiento. Paralelamente a cada uno de estos escenarios, existe una postura social de gran impacto en este sentido, y que al parecer, se mantiene con el paso del tiempo. Mientras que el consumo de drogas como la marihuana es ampliamente rechazado y reconocido como un problema de salud, no ocurre lo mismo con el alcoholismo.
Los centros de salud, los especialistas y todas las instituciones relacionadas con el tema lo señalan como una enfermedad; sin embargo, la mayoría de la gente se empeña en no identificarlo como tal y llegan a subvalorar este padecimiento. De hecho, son pocos quienes dicen: te estás convirtiendo en un alcohólico. Usualmente el camino hacia la enfermedad pasa inadvertido, hasta que un día comienza la marginación y el cuestionamiento. Incluso, hay quienes han transcurrido toda su vida sin tratarse, por miedo al rechazo y al estigma.
Más allá de lo físico
¿Es posible medir en toda su dimensión las consecuencias de la adicción al alcohol? ¿Si es así, qué tendría mayor peso para el enfermo, los más de 150 padecimientos que el consumo contribuye a desarrollar o la vergüenza que le provocó a su hijo cuando, ebrio, lo recogió en la escuela?
No hay medición posible. Se trata de consecuencias físicas y psicosociales, no solo para quien sufre la adicción, sino también para sus familiares y amigos. Múltiples son los momentos en los cuales un individuo, bajo los efectos de sustancias etílicas, se comporta ofensivo, irrespetuoso y agresivo; son esos instantes en que dijo e hizo aquellas cosas de las que, sobrio, tal vez, no hay un segundo en que no se arrepienta. Las características del Sistema Nacional de Salud propician el acceso masivo a las diferentes formas de tratamiento, por lo cual la persona puede acudir al médico de familia para que este lo encamine. Todo ello significa que las oportunidades para la recuperación están al alcance de una decisión.
El niño de Juan está aprendiendo a leer, a escribir, a pensar, a reconocer una mentira y a rechazar el alcohol —¿Papá, qué es eso?—, le preguntó una vez señalando un vaso plástico que este tenía en la mano. –Es agua, nene—; le respondió ingenuo. –No me digas más mentiras, y no tomes más— fue la respuesta que recibió.
Desgraciadamente, hay miles de Juan por ahí. Alguno a la vista de todos, otros ocultos en el confort que ofrecen expresiones como: “El cubano es tomador por naturaleza”.
SI VAS A CUALQUIER ESTABLECIMIENTO DE GASTRONOMIA, LO PRIMERO Q HAY EN TABLILLA ES TODO TIPO DE CIGARROS Y DE RON, ENTONCES ES LO Q VE DESDE EL MAS CHICO HASTA EL MAS GRANDE, Y ES POSIBLE Q NO HAYA OTRA COSA, PERO ESO NO FALTA NUNCA, AL IGUAL Q LA CERVEZA DISPENSADA, QUE ES TODOS LOS DIAS, EN REALIDAD ESO NO TIENE DIAS DE DESCANSO.
SOY DE S.SPIRITUS Q ES UNA DE LAS PROVINCIAS Q MAS CONSUMA ALCOHOL… ESTO ES INCANSABLE E INSOPORTABLE.