Los capítulos finales de En tiempos de amar saldaron algunas deudas de la telenovela con su público. Después de decenas de capítulos en que las circunstancias de esa familia cambiaron muy poco (más allá de la muerte del patriarca y los enredos recurrentes de los villanos), por fin “despertó” Manolito de su largo coma (todo el mundo se pregunta cómo pudo haber despertado sin ojeras, con tan buen aspecto, pero asumámoslo como una licencia ante la realidad), fuimos testigos de ciertos puntos de giro (en la relación entre Laura y Manolito, por ejemplo), y se definieron los cauces de varios personajes.
Era hora, porque aunque nunca faltaron peripecias, el regodeo en las mismas circunstancias duró demasiado. Hay quienes dirán que mucho más estuvo don Rafael del Junco sin poder hablar en El derecho de nacer, pero los tiempos han cambiado: Manolito no debió haber estado tanto en cama. O sí, pero a su alrededor tenían que haberse modificado más cosas. La lógica de un dramatizado de televisión no tiene que ser la lógica de la vida. La telenovela suele operar sobre lo posible, no sobre lo probable.
No hay que pedirle una visión documental de la realidad (algo, por cierto, que el público suele exigirles a las producciones del patio). Pero así y todo, aquí algunas situaciones resultaron forzadas, o por lo menos desfasadas. Lo que no se puede negar es que hubo “novelería”.
Las peripecias del amor (y las del desamor, por supuesto) son las que definen las telenovelas, al menos como las seguimos concibiendo. Lo demás (los “mensajes” educativos y culturales, las reflexiones sociológicas, el contexto económico, la denuncia de males y rezagos de la sociedad) pueden ser elementos importantes, pero nunca la columna vertebral.
Las intrigas, el desfile de pasiones, las trampas, el enfrentamiento entre el bien y el mal son esenciales: que En tiempos de amar haya potenciado el diferendo entre la heroína y la villana puede haberles parecido un recurso arcaico a determinados espectadores, pero en nuestra opinión es una virtud. Lástima que esos personajes, particularmente la villana, estuvieran construidos casi siempre desde el lugar común y el puro esquema (hablamos del personaje, no de la interpretación); a Elena le faltaron matices, asideros humanos, una “historia” más allá de la pura villanía.
Por momentos parecía la mala de una (mala) telenovela mexicana. Era difícil para una joven actriz asumir el rol sin caer en los recursos más socorridos. La mayoría de estos problemas se agudizaron en la puesta en pantalla. La edición fragmentó más de la cuenta las líneas de sucesos.
Había escenas interrumpidas en momentos inadecuados, que después resolvían mal. O no resolvían. La lógica narrativa se resintió muchas veces en la pretensión (supuesta) de dinamizar. No parece que esa decisión haya sido de los escritores.
La concreción de las escenas solía restar fuerza a las situaciones. La disposición de las cámaras, el movimiento de los actores, la secuencia de acciones… resultaron en ocasiones insuficientes para redondear los climas. El importantísimo reencuentro en el hospital de Laura y Manolito, después del coma, fue despachado con dos planos. Apenas pudimos ver la cara de Laura. Eso necesitaba más emoción, primerísimos planos, cierto regodeo. La fotografía fue funcional, con algunas composiciones interesantes. La iluminación por momentos resultó plana, “artificial”.
La música es buena, pero no estuvo bien aprovechada: aquí y allá extrañamos acompañamientos más efectivos al devenir de los personajes. Los decorados y la ambientación estuvieron por debajo de las expectativas (incluso, de las expectativas ante un producto cubano, que no son demasiado altas).
El caso más notable: la casa familiar, epicentro de tantas batallas: salvo el pasillo, sus espacios carecían de profundidad, jamás se logró la ilusión. Aun así En tiempos de amar fue una propuesta atendible, con indudables atractivos. La telenovela cubana todavía tiene retos por delante. Este, al menos, ha sido un paso.
Considero que una producción televisiva es muy susceptble de críticas, para satifacer todos los gustos y expctativas habría que pasarlas por un filtro muy tedioso. Si a cada producción cubana le ponemos el dedo enima, jamás lograremos que las producciones nacionales se lleguen a consumir más que algunos panfletos importados. Es verdad que se debe buscar la perfección, pero hay marcos más propicios para ello, sin dejar de ser críticos para todos.
Esta es una de las novelas mejor concebidas, mantuvo en vilo a sus seguidores. Sihubieran acelerado el coma de Manolito, hubierasido peor, apareció oportunamente, para resolver la trama pendiente.
Está claro que hubo cuestines que pudieron ser mejor, pero es loable el empeño, como espectador mis felicitaines para el colectivo de la telenovela y que vengan otras de igual factura.