Fueron más de cien las ocasiones en que el Comandante en Jefe visitó Villa Clara, en varias de ellas estuve presente. Ese fue un privilegio.
Y puedo sumar una que llamo fundacional, porque en 1965 cuando se celebró el acto por el 26 de Julio en esta ciudad, mi madre estuvo allí, embarazada de mí. Creo que desde ese instante, su presencia quedó calada en mi alma, como en la de muchos de mi generación que confiaron en su ejemplo y en su indeclinable posición de principios.
Haberlo visto entre proyectos y programas hace que brote, este día en que ya no está, pero con esa extraña dicotomía de seguir estando, el agradecimiento infinito por lo que emprendió.
En Santa Clara se le recuerda siendo un joven abogado que defendía la causa 543 en el tribunal de urgencia de Las Villas. Todo indica que ensayó en esta ciudad la autodefensa, que años después, le consagraría para la historia. Se le vio llegar, el 6 de enero de 1959 como el rey mago que trae la libertad presidiendo la Caravana de la Victoria.
Volvió siempre para impulsar grandes obras y reconocer esfuerzos. Ha estado entre ciclones, crecidas de ríos, en trágicos accidentes, inaugurando fábricas, escuelas, impulsando centros científicos y viales de la montaña… Pero de todo ello guardo un Fidel personal e íntimo.
Tengo insertada en mi memoria, el hombre en el que se confía en horas difíciles. Ese que habló con los afectados del ciclón Michell en Corralillo; el ser humano que alentó a los damnificados, que pasaba la mano por el pelo a una mujer desesperada, porque todo lo que había conquistado en su vida, lo arrasó la furia del viento y el agua. También al hombre que en aquellas circunstancias tuvo la suspicacia de mirarnos a Minoska Cadalso, reportera de Radio Rebelde y a mí; y con la mayor dulzura, decirnos: “Ustedes se acaban de pintar los labios”, y era cierto queríamos estar hermosas para él.
Nunca olvidaré al Fidel que llegó a la Industria Nacional Productora de Utensilios Domésticos (Inpud) y fue recibido por mujeres que querían tocarlo y abrazarlo, que aplaudían al verlo o al hombre que sin prejuicios rió feliz con aquel pregón de las obreras del contingente agrícola Las Marianas: “Coma rabanito que pone a los hombres bonitos”. Ese Fidel cordial, averiguador, me sigue latiendo dentro y se me antoja atesorarlo intacto, suspicaz, varonil.
Tengo otro Fidel: El que se asombró ante la colosal obra del pedraplén. Recostado al borde de uno de los puentes y mirando el fondo del mar, admiró la calidad de la construcción, elogió el esfuerzo. Y esa obra era suya, él durante años estuvo al tanto de la constitución de la primera brigada, de la productividad de los equipos, del avance de ese camino de piedra sobre el agua en cada una de las facetas, incluso en los momentos de extremas dificultades que el período especial impuso, ese día allí , se le vio orgulloso.
El pedraplén tiene su huella, lo concibió como la vía de enlace entre la cayería y la tierra firme, vial que propició el desarrollo turístico de la provincia de Villa Clara, lo cual es una realidad palpable donde existen varios hoteles y una amplia infraestructura de servicios que es visitada por miles de personas de todo el mundo.
Y tengo mi propio Fidel guerrillero, es ese que emocionado, habló por primera vez desde la Plaza que lleva el nombre de Guevara en esta ciudad. Llegó sereno, miró el horizonte y aún siento como su mirada se llenó del verde azul de la montaña del Escambray. Confieso que lo que con más transparencia recuerdo es el gesto, que en sincera demostración de respeto por el amigo entrañable, por su primer Comandante de la Sierra, hizo el líder de la Revolución cubana ante la estatua del Che: se cuadró militarmente, parecía pedirle permiso al Guerrillero Heroico para hablarle al pueblo desde su pedestal. El guerrillero Fidel saludaba al “Mayor de los Quijote”.
Aquel día dos motivaciones especiales se unían: Fidel y el Che. El pueblo gritaba a coro su nombre. Lo repetía: Fidel, Fidel, Fidel. Alguien con un cartel le pedía ¡Fidel habla, lo necesito! Vi humedecérsele los ojos a jóvenes y también a combatientes que lo acompañaron durante la Caravana de la Victoria, llorar a otros de alegría. Fidel desde allí elogió a los villaclareños y nos llamó vencedores de dificultades y obstáculos, nadie ha olvidado esa frase.
Volvió luego para inaugurar centros educacionales, en esas ocasiones conversó entusiasmado con los directivos y estudiantes de las escuelas de Trabajadores Sociales e Instructores de Arte. Era pasión y sueños aquel dialogo, delineaba una idea magna, entregaba sus fuerzas y creatividad a un proyecto humanista, Fidel estaba desbordado por la idea que promovía.
Y, guardo para siempre al Fidel que da lecciones inesperadas. Consternados creímos que despedíamos a Guevara en su regreso definitivo a la patria y de pronto, durante la ceremonia de inhumación de los restos del Che y sus compañeros, con la sabiduría de los grandes, nos dijo que los recibíamos para juntos continuar luchando y ganando, que se convertían en Destacamento de Refuerzo. Desde esa plaza también nos dio una gran lección de arrojo; cuando rodilla en tierra se levantó como el gigante que sabe superar obstáculo, ese fue un Fidel triunfador, batallador… Meses después habló telefónicamente con Chávez desde este lugar, creí tenerlo a mi lado defendiendo la América Nuestra.
Conservo al Fidel de siempre, el invencible, el que ha sabido establecer diálogo amplio y franco, el que defiende la verdad y la unidad conquistada, el que hizo triunfar a un pueblo, el que llegó hasta el Che en su paso a la inmortalidad para repasar la historia vivida esa que solo es cierta porque será por siempre: Hasta la Victoria.